VOS

Pasión prohibida

El jueves se estrena el filme “Los que aman, odian”, que protagoniz­an Guillermo Francella y Luisana Lopilato. El actor habla de la película y de su presente al margen de la comedia.

- Javier Vogel Especial

Charla a fondo con el actor, quien interpreta a un médico obnubilado por un amor clandestin­o.

E l filme es una creación del director y dramaturgo Alejandro Maci, quien antes de escribir los libros de

Tumberos, Botineras y Lalola, y de adaptar y dirigir En terapia, dio sus primeros pasos cinematogr­áficos como asistente de María Luisa Bemberg, una especialis­ta en rodar películas de época.

Ambientada en los años ‘40, la historia transcurre en la costa argentina, en un hotel que recibe a unos pocos pasajeros de buen pasar económico y gustos refinados. Hasta allí llega el Dr. Enrique Hubermann (Francella), en un intento de alejarse de los bajones anímicos que le produce una relación clandestin­a. Pero la suerte resulta esquiva con este homeópata que, en ese universo donde dominan el calor, el viento y arena, se encuentra con Mari (Lopilato), la mujer de sus tormentos.

La película muestra a una Lopilato cuyo personaje se desespera por seducir a todos los hombres con los que dialoga, lo que desata conflictos que crecen hasta alcanzar la máxima expresión de la violencia con un asesinato puertas adentro del hotel.

Fue precisamen­te en uno de los hoteles más antiguos y caros de Buenos Aires donde, en un clima distendido, Guillermo Francella dialogó a solas con VOS para recorrer algunos pasajes de la película que incluye escenas fogosas con quien fuera durante dos años su hija en la ficción.

–Con “El secreto de sus ojos” ya habías retrocedid­o en el tiempo a los años ’70 y con “El clan”, a la etapa final de la dictadura. ¿Cómo fue sumergirse en un nuevo viaje temporal?

–A mí como actor me transportó esta adaptación y no solamente por el vestuario, la dirección de arte, la ambientaci­ón y la música. También desde lo interpreta­tivo. Ensayamos mucho. Nos acompañó una mujer que se dedica a enseñar modales para poder componer a gente con un lenguaje refinado y con modales diferentes, tanto para tomar un plato de sopa como para prender un cigarrillo o expresarse sin levantar la voz.

–Tu papel es el de un hombre al que las cosas que le pasan lo van corriendo de su eje.

–Me gustó también verme diferente, en un rol contenido, sufrido por todo lo que padece. Mi personaje es un hombre que descubre sus pasiones. Es un médico homeópata, puntilloso, con sus tubos de ensayo y sus globulitos y aparece en su vida ese diablo que lo rompe al medio, que le saca lo mejor y lo peor frente a una mujer que juega con él como si fuera una marioneta. Esos cambios de estado permanente­s me permitiero­n componer algo distinto.

–¿Cómo te acercaste al mundo que planteaban Ocampo y Bioy casares?

–Filmamos una semana en la Villa Ocampo y ahí se respiraba ese clima. Sobrevolab­an los espíritus de Silvina y Victoria, de Borges y Bioy Casares. Yo, para no contaminar­me, preferí no leer la novela antes de filmarla. Hay cosas que son diferentes a la adaptación de la película. Por ejemplo, en el libro Hubermann es un relator de lo que ocurre y en cambio en la película es el protagonis­ta que padece los conflictos. –¿El agobio como clima que predomina en la película?

–Sí, todo pasa en un hotel, con los postigos clavados por las tormentas de arena. Están encerrados mientras uno juega al solitario, otro toma un coñac y alguien toca el piano. Es un universo como el de Los diez indiecitos,

de Agatha Christie. Están esas miradas cruzadas entre todos que expresan una especie de culpabilid­ad general en la que cualquiera podría ser el asesino. Ese clima me apasiona y no es común verlo.

–¿Llevar al cine una novela negra ambientada 70 años atrás supone un riesgo?

–Esta película era jugarse un tute. Era brava. La época, el código, la interpreta­ción, hacer un

thriller erótico, pasional. Eran muchos elementos jugados con los que había que decidir si nos mandábamos o no porque el riesgo de caer en un híbrido y quedar a mitad de camino es grande. La película avanza sin mesetas, te va llevando, con una fotografía, un sonido y una factura técnica extraordin­aria. Yo entré en el cuento.

La gran seductora –El papel de Luisana Lopilato es el de alguien que seduce de manera exacerbada.

–Yo la vi muy diferente de lo que es ella. Hay un gran trabajo de Alejandro Maci para diagramar ese personaje y una gran actuación de Luisana para interpreta­r a esa mujer sin límites a la que no le importa nada. Le gusta gustar, atraer y nada más. Una mujer diferente para una época en la que todo era más solapado. Su personaje no podía ser austero. En una de las escenas un personaje dice: “En su infancia iba a misa y se comía todas las hostias”. La van definiendo como un personaje desenfrena­do y Luisana lo interpretó muy bien.

–¿Te preocupa que las escenas de sexo se lleven la atención de los medios, por encima de la película en general?

–Es inevitable. Lo hablamos con Luisana y con el director. La gente a veces no puede entender que somos actores y nos tocan interpreta­r roles diferentes. Casados

con hijos fue un emblema. Ella tenía 17 años y ahora tiene 30. Yo también estoy más grande y maduro. A veces se exagera, pero no creo que nadie diga que le arruinamos la infancia por ver que nos acostamos en una película. No me preocupa porque no creo que toda la visión sea la que se ve a través de las redes sociales.

–Actuás y dirigís teatro, estudiaste periodismo, trabajaste en medios. ¿Pensaste en la posibilida­d de escribir obras?

–Sí, pero creo que soy mejor aportando a algo que ya está escrito. Lo intento, pero esa musa no llega. En el periodismo me gustaba más lo oral que lo escrito. La dirección me interesa más. Ahora compramos los derechos de Perfectos desconocid­os, una obra en la que cuatro matrimonio­s ponen los celulares arriba de la mesa y en una especie de ruleta rusa comparten sus mensajes de texto, cosa que nadie quiere porque siempre hay una miseria para esconder. En febrero y marzo del año que vamos a estar ensayando y en abril la vamos a estrenar.

–Más allá de tu simpatía en las entrevista­s y los papeles en los que te conocimos, ¿se podría decir que te sentís cómodo en ese clima de época, con modales serenos que muestra “Los que aman, odian”?

–Sí. Creo que tiene que ver con mi educación, con lo que me dieron mis padres y con mi preocupaci­ón por ser un gran lector y enriquecer mi vocabulari­o. Siempre admiré el buen decir. Hace 20 años, un día dije en una grabación de televisión “dejate de joder”, y el director cortó la escena y me dijo: “jorobar, Guillermo, no joder”. No hace tanto tiempo. Hoy se dice en la tele “La c... de tu hermana” a las 3 de la tarde. Yo siento que eso a mí me debilita.

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(Prensa “Los que aman, odian”)

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