A la caza de pocos espectadores
Una buena y una mala:
Mindhunter se pone atrapante, pero recién lo consigue en el final. Una apuesta arriesgada en la ruleta de la empatía con el espectador, más teniendo en cuenta que la serie llegó asociada a la firma del exquisito director David Fincher, aunque de él sólo se pueda ver el nombre en los créditos.
Ese es el primer obstáculo: haber entrado como espectador guiado por una promesa tácita de calidad como la que ostenta el responsable de El club de la
pelea o Pecados capitales y encontrarnos con un relato audiovisual llano, lineal y opaco que parece vanagloriarse de no tener ni una pizca de atractivo.
Mindhunter cuenta la historia de la génesis del departamento de comportamiento criminal en el seno del FBI, en una Norteamérica de la década de 1970 en la que todavía la psicología criminalística sonaba a fábula. Y lo hace a través de la experiencia de dos agentes involucrados en el proceso, lo que nos lleva al segundo obstáculo: todo lo que cuesta tomarles cariño a los protagonistas.
Ese marco alentador para explorar un mundo increíble en el que se mueven psicópatas, víctimas y policías pueblerinos, finalmente se usa con fines poco creativos. Y así pasan los primeros episodios en los que nos encontramos con el tercer obstáculo: no morir de aburrimiento.
Habrá que esperar
La serie peca de falta de ritmo (algo impensable en el cine de Fincher) y se regodea en la pericia actoral de dos personajes que no demuestran estar a la altura del desafío.
Lo bueno llega para quienes saben esperar. Porque Mindhunter repunta de manera increíble sobre el final. Tal vez para dejar claro que en la segunda temporada la cosa se va a poner en serio muy buena.
Una lástima que vayamos a quedar tantos en el camino.