En busca de la liberación
El nuevo disco de Fito Páez es extraordinario. Se llevaría cinco estrellas si no fuera por algunas canciones que no están a la altura, ni del disco ni de su historia como artista, como la inexplicable apertura con un Aleluya al sol, que se parece a una búsqueda de hit primaveral que –lamentablemente– no funciona. Pero como es imposible pensar en crear un álbum perfecto –para cualquier artista, que debe darse por satisfecho con tres o cuatro bien logrados–, tampoco habría que exigirle esa perfección a un Páez que, sin embargo, se aproxima a lo mejor que hizo en el un cuarto de siglo.
Siempre está Fito, con un estilo clásico y una voz especial, pero hay en La ciudad liberada un sonido actualizado; canciones bellísimas; temas de enorme potencia que habrá que probar en el vivo pero que probablemente resulten como el infalible Ciudad de pobres corazones; juegos de ritmos y estilos; buena poesía; letras de amor y palabras de esperanza/desesperanza. El álbum tiene mucho del visceral Tercer Mundo y del encantador El amor después
del amor, pero también de aquella naturalidad del pibe nacido en el ‘63 cuando dejó de una pieza a toda una generación.
Sería una tontería pensar que en los últimos 25 años Fito se olvidó cómo ser uno de los mejores creadores de canciones del pop/rock nacional: Naturaleza sangre, Abre, Confiá, El mundo cabe en una canción incluyen grandes composiciones, perdidas en una producción a veces despareja pero que es imprescindible redescubrir.
A Páez le pasó, sobre todo, que no le perdonaron ser el más popular de todos en los noventa, y mucho menos acercarse al kirchnerismo en los últimos años. Una mala canción, en tiempos de redes y de grieta, podía destrozarle un disco; una frase equivocada, toda una trayectoria; una bravuconada, una coherencia de palabra.
Pero mientras todos simplifican el discurso y buscan demonios elementales y caricaturizados, Páez sigue sacando discos como éste, complejo y bello.