Parece más bien un castillo de naipes
Queríamos tenerlo todo. El problema de la abundancia es que es humanamente imposible tomarlo todo. Y el problema de elegir es no tener un norte para hacerlo. Así que en épocas de sobreoferta de propuestas en Netflix, terminamos todos mirando lo mismo. Y aunque los algoritmos hayan aceitado el sistema hasta mostrarnos las mismas ficciones una y otra vez, el boca en boca sigue poniendo luz a determinadas series o películas entre la multitud.
Pero la ola de aprobación a veces es sólo eso, una ola que arrastra apreciaciones apuradas y falsa unanimidad. Algo de eso sucede con La casa
de papel, la serie española de Antena 3 que Netflix recicló, retocó (alteró la duración de sus episodios para hacerla más apta para el
binge-watching o más “maratoneable”) y lanzó al universo de sus algoritmos.
En tiempos de tantas producciones de calidad y de espectadores exigentes, ya nadie puede pedirnos que “aguantemos” una serie hasta su tercer o cuarto capítulo, cuando supuestamente se pone interesante. Cuando, aun así, alguien insiste en darle “otra oportunidad” a una serie que no gustó desde el comienzo, se elevan las expectativas. Y desde lo alto, la caída es más estrepitosa.
A La casa de papel le juegan en contra sus recomendaciones y el fervor de algunos fans. Seamos justos, a su favor cuenta con un guion inteligente, con recovecos cronometrados y un uso dinámico de los tiempos narrativos. Son recursos válidos pero no tienen por qué sorprender a espectadores acostumbrados a altos estándares.
Pero, ¿era necesario estirar una historia que podría encontrar su resolución en cinco o seis episodios? ¿Era necesario ese tono, como si Guy Ritchie o Quentin Tarantino la hubieran escrito entre cañas y un bocata de tortilla? La misma historia podría encontrar un color propio dentro del género sin trasladar el formato ni los manierismos del cine de acción norteamericano.
Y si bien la producción es sólida y se nota que no se escatimó en calidad, las escenas parecen dirigidas y actuadas con el frenesí de las tiras diarias.
Y, por último, no es lo mismo respetar el género que caer en lugares comunes. Las caretas, usadas desde la película Punto límite (¡de 1991!), hasta en Vde
venganza, Mr Robot e Historia de un clan, ya podrían pasar a mejor vida.