Superadora de su propio marketing
“Re loca” muestra a Natalia Oreiro como una actriz eximia, bien acompañada por el resto del elenco, en una comedia que funciona bien y es mejor que lo que prometía su campaña de difusión.
Ya desde su afiche con colores saturados y personajes posando con morisquetas, ya desde su trailer rememorando la maldición del cine de vacación invernal, ya desde su campaña de marketing reivindicando cierta rebeldía canchera, esta remake argentina de la película española Sinfiltros prometía ser una catástrofe. Pero todo lo periférico a una película (premios incluidos) puede ser también su traición.
Es lo que pasa con Re loca: podrán presentarla como una película acéfala pero brilla en su género y se afirma como comedia popular sin miedo al bullying del público solemne.
La alquimia de la comedia masiva quizás sea el mayor desafío al que se enfrenta un realizador: el guión debe asimilarse de inmediato pero tener chispa, el ritmo jamás debe disminuir pero tampoco desaforarse, los personajes necesitan ser estereotipos pero con alguna dimensión humana. El director Martino Zaidelis respeta estos mandamientos y cuenta con un golpe de gracia: Natalia Oreiro.
Que es una actriz eximia quedó sellado desde Wakolda (2013) y Gilda (2016). En esta ocasión, Oreiro se muestra inspiradísima para sortear el mayor obstáculo del registro cómico: la caricatura. Las fases por las que transita su personaje son polares: sumisión y agresividad. En los intersticios de esta obligada sobreactuación, Oreiro dota cada gesto de un valor adicional que resiste la tipificación de “chica mansa” o “chica loca”. La fragilidad de una mirada, una mueca irónica, la comisura angustiada de sus labios; son detalles microscópicos que se mantienen pese a sus estados maníacos, dando cuenta de la minuciosidad con la que Oreiro trabajó el personaje. El resto del elenco no tiene tiempo ni posibilidad narrativa de exponer estos matices, y sin embargo acompaña. El desenlace ofrece una moraleja zen que reconcilia la otredad y asume un mundo lleno de faltas. Para ser un producto popular, es una bajada bastante sensata, a contracorriente de los finales felices con los que Hollywood nos lobotomiza a diario.