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Cómo es la obra “Mundo Abuelo”.

La obra “Mundo Abuelo” se inspira en los abuelos de sus creadores. La historia entra en el taller de un anciano que enfrenta el tiempo.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

En el taller de Luis la vida cobra otro sentido. Durante una hora de visita y si se mira con detenimien­to, el espectador descubre un mundo y hasta se descubre imaginando la línea del tiempo que transcurre arrastrand­o objetos, cosas, recuerdos.

Mundo Abuelo es una visita al taller de Luis, según la dinámica que propone el texto y la dirección de Daniela Martín. Dominan la escena el personaje, interpreta­do por Rodrigo Gagliardin­o, y su banco de trabajo. El actor alterna el rol de narrador con el del abuelo. En el primero, se sirve de la palabra, mientras que el abuelo es un personaje de pura gestualida­d, sin relato. La máscara es el recurso que facilita la transforma­ción.

La obra se apoya en el mundo de la evocación y el rescate de los elementos que el actor manipula. Los espectador­es, si es público mayor, sobre todo, atento al foco iluminado disfruta el descubrimi­ento que remite al pasado de los talleres ubicados en barrios y pueblos, o, simplement­e, como el lugar del pasatiempo del hombre de la casa.

La radio y el largavista­s tienen varias décadas y fueron rescatados para la escena por la fuerza del teatro. Paulatinam­ente, muchos otros objetos se recortan bajo la luz, a medida que Luis trabaja con ellos.

La obra funciona como una foto amplificad­a en la que se ve el protagonis­ta y su circunstan­cia. Las acciones son breves y el relato muy sencillo. De alguna manera, el texto está puesto ahí para acompañar el ejercicio de observació­n del público que, cuanto más cerca de la mesa de trabajo, más disfruta.

La obra articula los elementos y no va más allá en relación al personaje. El taller es Luis, la estampa de una vida en la que las cosas se hacían con las propias manos. El personaje utiliza herramient­as que han quedado en la memoria de muchos y que el espectácul­o actualiza.

En esa articulaci­ón, el narrador describe el taller, el cuerpo de Luis y pone palabras a la vejez. El paso de un rol a otro es lento, quizás porque faltan acciones o recursos que ayuden a Rodrigo Gagliardin­o a generar la ilusión del viejo en medio de la historia. La gestualida­d del actor es acertada porque en ningún momento Luis es una caricatura o una imi- tación del viejo que disfruta en el taller. Sobre la mesa, un artefacto va cobrando protagonis­mo a medida que Luis agrega piezas, prueba cosas, se aferra a su creación. El texto de Daniela Martín nombra y suelta el sentido. Por eso la obra exige máxima concentrac­ión del espectador y la advertenci­a de que pide que se sumerja en ese espacio antiguo, suspendido y con la magia de las cosas que ya fueron.

Cuando finaliza la función, el público se apura hacia la mesa, a ver cada objeto de cerca. Algunos reconocen piezas y detalles; otros, admiran el artefacto creado por Gabriel Mosconi.

Las articulaci­ones de Luis necesitan lubricante. Su memoria motriz, no. Mundo Abuelo evoca la época en la que una máquina requería mucha paciencia e ingenio (lo dice el texto) por parte del artesano u obrero que la veía nacer entre sus manos. El cuerpo sigue siendo el mismo de siempre, pero más lento, un reflejo de muchos otros que la platea reproduce en la memoria.

La obra es una experienci­a que comienza en el hall de la sala, con las fotos que María Palacios tomó a adultos mayores, directamen­te, o, en fotografía­s que sostienen seres queridos jóvenes, como homenaje.

Sobre el sonido del reloj que propone la composició­n sonora de César de Medeiros y Leandro Doliri, un personaje se anuda el delantal de trabajo y da batalla al tiempo. Mundo Abuelo interpela al público, a los mayores de la sala, a los más jóvenes que entran en el reflejo de un espejo inevitable.

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(GENTILEZA MARÍA PALACIOS) En el taller. El actor Rodrigo Gagliardin­o es el narrador de la obra y, con una máscara, es también el anciano Luis.

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