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Sasturain, en el mundo de Hammett.

El escritor editó “El último Hammett”, una novela que parte de la última obra inconclusa del novelista norteameri­cano y de un capítulo de “El Halcón Maltés”. Se permite un juego que le llevó años.

- Daniel Santos dsantos@lavozdelin­terior.com.ar

Si la historieta marcó a Juan Sasturain desde sus 6 a sus 14 años, y no se desprendió de ese encanto iniciático hasta ahora, Dashiell Hammett fue una presencia fuerte en su experienci­a como lector.

Sucumbió a la misma influencia del policial negro como casi todos sus congéneres, nacidos entre las décadas de 1930 y 1940, que leyeron mucho en la década de 1960 y dieron sus primeros pasos en la escritura en la de 1970. En el policial, claro (oscuro, mejor dicho). “Casi todos los que escribimos nos reivindica­mos saludablem­ente como lectores”, asegura.

Ricardo Piglia, Osvaldo Soriano, Antonio Dal Masetto, Mempo Giardinell­i, Alberto Laiseca, José Pablo Feinmann, Guillermo Saccomanno, Elvio Gandolfo. Sasturain los va nombrando como si fuera un equipo de fútbol de superestre­llas, con apodos y todo. Y es tan cuidadoso que no se atreve a ponerse la cinta de capitán en ese equipo, y tal vez prefiera siquiera incluirse en el equipo titular.

Ése será trabajo de otros, que puedan reconocer en la obra literaria, periodísti­ca e historietí­stica de Sasturain a uno de los grandes maestros.

Con su nueva novela, El último Hammett, se prestó a un juego de apropiacio­nes y derivacion­es de larga data, coronado en 688 páginas entretenid­as.

Cuando Piglia le dedicó El último lector en 2007, ya le pedía por la finalizaci­ón de su trabajo sobre Tulip, la novela inconclusa de Dashiell Hammett que la viuda del escritor publicó después de su muerte en 1961.

Aquel proyecto original se iba a llamar The Last Dash y lleva mucho tiempo de espera y maduración, hasta transforma­rse a la vez en un homenaje a Hammett y a un género que muchos de sus colegas abandonaro­n. “Todos en algún momento de nuestra producción narrativa pasamos por el policial. Entramos por allí, y eso tiene que ver con ciertas lecturas. No quiere decir que hayan funcionado como modelos a copiar, pero la novela negra norteameri­cana de la que Hammett es el emblema, nos influyó. Algunos nos quedamos más y otros pasaron, por Raymond Chandler, Horace McCoy o Chester Himes, que convirtier­on el policial en ese espacio en el cual se juntan el dinero, la violencia y el poder”, dice Sasturain.

El otro policial literario, aunque no siempre las divisiones resulten tan tajantes, ponía el énfasis en el enigma.

Clase maestra

Sasturain parece querer hablar menos de su novela que de todo lo que llevó llegar a ella, y de su homenaje a “un escritor del carajo” como Hammett, que empezó a publicar en espacios más marginales (pero muy populares) como el pulp Black Mask, hasta la consagraci­ón con sus novelas y sus posteriore­s adaptacion­es cinematogr­áficas.

“Desde lugares marginales, está haciendo la misma operación narrativa que Hemingway. El mejor Hammett y el mejor Hemingway se parecen más entre sí que Dashiel a Agatha Christie. Lo hermoso, y que hace tan interesant­e a Hammett, es que en el aspecto literario creó toda una modalidad en un período de escritura muy corto, acotado, desde los 20 a los 40 años. Escribió cinco novelas y unos 70 cuentos... y ahí quedó”.

Sasturain describe al protagonis­ta de la historia con encanto y devoción. Con picardía también, para hablar de ese tipo que en un momento “tenía mosca, se dedicó a reventarla sistemátic­amente al escabiar o en mujeres, y que era un radical norteameri­cano, un hombre de izquierdas”.

“Tuvo ese período poderoso de creativida­d que terminó a los 40 años, y luego viene una larguísima sequía. Vive de los derechos de autor, de la adaptación de películas, de la fama que le devolvía la pantalla con las adaptacion­es múltiples de El Halcón Maltés, Cosecha roja o La llave de cristal ,o los personajes de Nick y Nora Charles, de El hombre flaco, que protagoniz­aron una larga saga de obras en cine, radio y televisión”.

Cuando Hammett volvió de la guerra, para la que se alistó de muy grande, fue afectado por la ola macartista (Joseph McCarthy) y fue a la cárcel por negarse a revelar algunos nombres. “Era un hombre de principios, muy sólidos principios”.

Sasturain recuerda que, tras la cárcel, Hammett vive de prestado en una cabaña en las afueras de Nueva York –bien descripta en El último Hammett– que le prestan los amigos. “No tiene un mango, le cayó el fisco, y por haber sido perseguido le sacaron los libros de la biblioteca, de las librerías, del

NO PODÉS PRONOSTICA­R LA DESGRACIA PORQUE TERMINÁS DESEANDO QUE SUCEDA PARA TENER RAZÓN, LO CUAL ES MUY PERVERSO.

SOY MUY LECTOR, PERO NUNCA NOVEDADES. EN GENERAL CLÁSICOS. SOY DE REVISAR LIBRERÍAS DE LIBROS VIEJOS, A LAS QUE VOY CADA UN DÍA Y MEDIO O DOS.

exterior y le confiscaro­n los derechos de autor. Entonces, en esa coyuntura, él hace el último intento por escribir”.

El caldo de cultivo de Sasturain es Tulip, el capítulo 7 de El Halcón Maltés, y una idea propia: un lector argentino descubre que es el hijo de un personaje de la novela y va en busca de su padre y de Hammett.

“Tulip es una novela inconclusa, de unas 60 páginas, que escribió entre 1953 y 1957 pero no se conocieron hasta que en 1961 la edita su viuda y albacea Lilian Hellman, junto a algunos cuentos suyos”.

“Ese texto no se parece a nada de lo que él había escrito, y es un texto alevosamen­te inacabado, no termina nunca de empezar. Es bastante tedioso. Un amigo llega y le dice que tiene que escribir sobre él, que él es el tema para su novela. Todo el texto trata de qué escribir y qué no escribir”, dice Sasturain.

Entre otras varias operacione­s, que el escritor argentino dice que “por suerte Hammett no se ha podido enterar”, pasó Tulip de primera a tercera persona, lo empezó a sacudir, a agregarle y cambiarle cosas.

“Se cruza el texto hermoso, del capítulo 7 de El Halcón Maltés, Una G en el aire, donde Sam Spade, en una pausa de la acción, se sienta y le empieza a contar a Brigid una historia, la de Flitcraft, después convertido en Charles Pierce. Es una parábola casi filosófica, el cuento del hombre que de un día para el otro desaparece”. Sasturain destaca una frase de Sam

–“Desapareci­ó como desaparece un puño cuando se abre la mano”–, hace el gesto con su propia mano y, con admiración, asegura: “Eso suena tan chino”. El argentino de su propia historia se da cuenta de que ese Flitcraft, llamado Pierce, es su padre. “Va a buscar a Hammett y busca la huella de su padre, para saber si murió, dónde vive, dónde está, si volvió”.

–¿Tuviste que hacer un trabajo de investigac­ión?

–No me documento mucho para escribir, invento. Pero he leído mucho, y conozco bien la obra de Hammett y me tomo toda la libertad que se puedan imaginar. La novela habla de literatura, de escribir. De Hammett, que era muy dueño de sus palabras, y de su palabra en tanto compromiso. Fue un escritor de un rigor importante: su crisis de creativida­d tiene que ver con no repetirse, no copiarse, no incurrir en las facilidade­s. Lo que estaba escribiend­o en Tulip era sobre esa dificultad.

En imágenes

–¿Lo podés imaginar como una película?

–No creo. No soy de pensar en imágenes.

–Es raro, por tu proximidad con la historieta.

–Pero he sido guionista con Alberto Breccia, siempre a partir del estímulo del otro. Lo que me sale es narrativa. Que después pueda convertirs­e en imágenes, sí.

–¿Creés que la historieta ha perdido su lugar?

–Han cambiado los circuitos de circulació­n, prácticame­nte desapareci­ó la revista. En la Argentina hubo durante prácticame­nte un siglo una tradición fortísima de periodismo gráfico, narrativa gráfica, historieta­s y humor gráfico. Sigue habiendo muy buenos en la Argentina, pero desapareci­ó como vehículo privilegia­do de los relatos. Se trasladaro­n a la pantalla. El relato visual en aquella época convivía con el cine. La historieta podía hacer cosas que el cine no. Recién a partir de Alien, el cine logra hacer lo que antes hacían nada más que los dibujantes.

–¿Cuánto tiempo dedicás a la lectura?

–Mucho, leo de todo. Soy muy lector, muy picoteado, pero nunca novedades. En general clásicos. Soy de revisar librerías de libros viejos.

–¿Por qué no de novedades?

–Porque no tengo plata y no tengo tiempo. Empecé a leer Joseph Conrad desde el comienzo.

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(RAMIRO PEREYRA)
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Con su libro bajo el brazo. Juan Sasturain en Córdoba.

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