No se puede parar la música
En la canción La tómbola con el pibe, Manu Chao canta: “Si yo fuera Maradona, viviría como él...”. Y sí, probablemente cualquier ser terrenal no podría ni de cerca convivir tranquilamente con lo que supone y conlleva la fama a escala mundial. Es decir, con los beneficios, los privilegios y las miserias que arrastra estar bajo la intensa e implacable luz de los reflectores día, noche y madrugada, durante absolutamente todos los días del año.
El conductor Jorge Rial define como “exitoína” a esa adicción a la fama y la exposición que tienen las celebridades, y los que aspiran a serlo, asegura que la padecen más aún. Famosos que no pueden parar de serlo y que se alimentan del reconocimiento y el halago para llevar sus vidas.
De alguna manera, sea por necesidad, por pasión o amor a la música, la Mona nunca ha podido parar. Nunca pudo ponerle pausa a su carrera y dosificar la intensidad con la que transita el día a día. Y eso que avisos ha tenido, porque el cuerpo ya le ha dado buenas señales para bajar algunos cambios. Pero la Mona no puede bajarse del escenario. Apenas aparece un signo de recuperación el cantante sube nuevamente para dejarle su vida a los fans. Como si la vida no tuviese sentido sin las madrugadas del Sargento. Y seguramente sea así. Porque, en definitiva, en qué cabeza cabe pedirle que se prive de hacer lo que más le gusta en el mundo. De lo que lo completa como ser.
Más de una vez, el propio Carlitos amagó con planear su retiro en algún país vecino y vivir una vida de tipo “normal”, la de un vecino que va al súper o pasea por la peatonal buscando ofertas. Pero parece que ni él se cree esa posibilidad, la Mona es la Mona arriba de las tablas.
No hay nada para reprocharle a Jiménez. Porque no es un loco descabellado sediento de popularidad o dinero, es un artista que se realiza con el calor de las masas, que necesita tanto de la “monada” como del aire para sus machacados pulmones.
Carlos no está solo en esto de dejar la vida, casi literalmente, por su profesión. Sólo en el ámbito local, Damián Córdoba acaba de suspender sus conciertos por no darle tiempo a la recuperación de la misma enfermedad (neumonía) y Mario Pereyra, que el año pasado sufrió un cuadro coronario severo, no cumplió con su promesa de colgar el micrófono y dar un paso al costado con la exigencia diaria de estar frente a uno de los programas más populares de la radiofonía. A escala nacional y global los casos se multiplican. Es más que claro que una Mirtha Legrand o Mick Jagger y Paul McCartney no corren con la necesidad de seguir generando ingresos, pero ahí están, porque la pulsión es más fuerte y no sabe de reposos.
Sin descanso
Ni el corazón pidiendo a gritos atención, ni el pulmón suplicando una pausa pueden acallar el clamor popular, la consigna está clara: hay que dejar todo sobre el escenario, cueste lo que cueste.
Sin embargo, las familias, el entorno y los comunicadores deben funcionar como un cable a tierra y visibilizar los riesgos de ir a mil. Porque la fama es divina, pero no es gratis. Por más que parezcan hacer oídos sordos, y para equilibrar las cosas, alguien tiene que tratar de convencerlos que meter un freno de tanto en tanto no es claudicar a ningún principio, que nadie como sus fans van a estar ahí esperando cada regreso, cada pausa que deban tomarse. Porque si hay alguien incondicional en esta historia, ese es el público.
Desde un escritorio, y sin haber pisado nunca un escenario, resulta sencillo reclamarles a los astros que atiendan las implacables señales del cuerpo, que con la lucidez de un oficinista que pide carpeta médica ante los 38 de fiebre escuchen los reclamos del organismo. Pero los que, de alguna u otra manera, vimos el éxito y la fama ajena un poco más de cerca, sabemos que probablemente si fuéramos la Mona, viviríamos como él.
LA MONA JIMÉNEZ NUNCA PUDO PONERLE PAUSA A SU CARRERA Y DOSIFICAR LA INTENSIDAD CON LA QUE TRANSITA EL DÍA A DÍA.