El hombre ilustrado
El artista e ilustrador Pablo Bernasconi es una de las figuras de la Feria del Libro y el Conocimiento. Presentará su nuevo libro, una muestra de arte y una obra de teatro.
Un náufrago imagina que puede sacar toda el agua del mar con un vaso y volver caminando a casa. Palabras más, palabras menos, esa es una de las definiciones que Pablo Bernasconi ensaya en su nuevo libro, El infinito, una colección de poemas breves que buscan capturar un concepto que aturde (o ilumina, según de quién se trate) a la especulación y a la imaginación humanas desde hace milenios.
El autor llama haikus (pequeñas joyas iluminadoras de la poesía japonesa) a las definiciones del infinito que están acompañadas por una ilustración que potencia la idea escrita, la enciende y a veces, incluso, la pone en cuestión. El libro arranca con un guiño autobiográfico, una definición que dice que el infinito “es esa pesadilla en la que estoy dentro de la lluvia del televisor y me toca barrerla con escarbadientes”. De tanto en tanto, sueña con esa tarea.
El infinito es una de las razones de la llegada de Bernasconi a Córdoba. El dibujante y escritor, consagrado internacionalmente, firmará ejemplares de su flamante trabajo en la Feria del Libro y el Conocimiento. Además, el evento cultural que arrancó ayer incluye Finales, una muestra con alrededor de 70 obras originales, objetos y bocetos. Y por si faltara algo, el fin de semana se presentará la obra de teatro Mentiras y moretones, en la que el ilustrador y diseñador gráfico se sube a escena.
Una idea inabarcable
A diferencia de otros libros, El infinito empezó por el lado de las letras. “Algo no muy frecuente en mí, primero escribí los haikus, esta especie de poemario –explica– . En muchos de los casos, la ilustración incluso niega ese pequeñísimo verso y va por un camino paralelo. Entonces, lo que se genera en muchas páginas es un diálogo en el que la conclusión debe ser sacada inevitablemente por el lector. Esto para mí es una premisa obligatoria del libro-álbum: que tanto la imagen como la palabra estén multiplicando el sentido. Para mí eso es vital. No trabajo una imagen que adorne la palabra. Eso sería una redundancia a la que no me puedo someter”.
La muestra Finales, aunque toma su nombre de un libro homónimo (ilustraciones en las que Bernasconi produce estados alucinatorios a partir de su manía de entrar a las novelas por el último párrafo), reúne también obras con las que compuso una suerte de trilogía conceptual: Retratos ( I y II), donde se encuentran el famoso Rocky Balboa hecho con un corte de carne desfigurada a golpes y un Fontanarrosa cuya barba son las virutas de cientos de lápices de colores que deja un sacapuntas, y Bifocal, una experiencia visual que rinde tributo en simultáneo a la visión optimista y a la mirada pesimista de la vida.
La pata teatral del múltiple desembarco de Bernasconi en Córdoba está basada en uno de sus libros. Explica el escritor y diseñador gráfico: “En Mentiras y moretones trabajé más que todo sobre un año en el que me sucedieron muchas cosas seguidas no tan buenas, por decirlo de una forma elegante. Pasé episodios muy dolorosos, e intenté ver qué podía hacer con eso, si había una forma de escribir desde un lugar sanador, si se quiere. Y resultó que así fue”.
“Trabajé sobre la muerte, la pérdida, el fracaso –añade–, lugares con los que tuve que lidiar, y que este libro me ayudó a sostener (¡otra vez!) desde la poesía. Ese espacio que nos propone la belleza. A partir de eso, convoqué a Eugenio Davide, actor, y al músico Pablo Ríos, y entre los tres lo llevamos a escena. Más que obra de teatro, le llamamos recital de literatura”.
La herramienta poética –¿Cuánto hay de niño, de las preguntas que te hacías de chico, de los abismos infantiles que no siempre son risueños, en lo que imaginás cuando vas a hacer una ilustración o cuando concebís un libro?
–Hay mucho de niño. Lo que
más frecuento es el tipo de pensamiento que ayuda a los niños a confiar en la poesía. Ese es el lugar que más enaltece, de forma genuina, las obras que intento llevar adelante. Un niño confía en una metáfora, en un espacio de ilusión. Y lo convierte en algo tan estable como profundo. Cuando somos adultos, tratamos de sostener los conocimientos de una manera mucho más empírica. Con datos. Los niños no tienen esas herramientas, entonces sostienen sus pensamientos y justifican sus razonamientos con conocimientos que de alguna manera se vinculan más con la magia, con la fantasía verosímil que propone la poesía.
–De los infinitos que definís en “El infinito” ¿tenés algún favorito?
–Tanto en el libro como en mi vida, se van sucediendo climas, estaciones. Hay veces en que el lugar más dramático que me llega es más profundo que el lugar del humor, y hay veces en que no. Hay mucha autobiografía en las definiciones de infinito: por ejemplo, la idea de que el infinito “Es el ojo de un artista justo antes de empezar a dibujar”, o la idea de que el infinito “Es la mina del lápiz que tragó el sacapuntas y que hubiera escrito la solución a todo”. Y hay también hay toda una invocación hacia lo lúdico, un rodeo que hago y que se transforma en una espiral que apunta a tratar de ir un poco más profundo, de ir superando las capas superficiales que a veces son la única forma de codearse con la realidad. Hay una definición que dice que el infinito es un amanecer dorado y un pintor con un pomo enorme de óleo gris. Eso tiene que ver con la imposibilidad, estoy hablando desde el lugar de pequeñez y lo inabarcable. Esas son las cosas con las que me quedo carburando, regulando.
–¿Cómo está diseñada la obra “Mentiras y moretones”?
–Es muy polifacética, como mínimo. Tiene un montón de recursos, guiños y herramientas narrativas. Te puedo decir también lo que no tiene. No tiene escenografía, por ejemplo. Casi no hay objetos. Y los que hay son muy rudimentarios o muy pequeños, pero portadores de conceptos muy fuertes. Hay una trompeta que se vuelve radicalmente protagónica, hay un triciclo. Y el resto de las cosas están dibujadas en vivo. Dibujo en una pantalla gigante la escenografía perecedera que Eugenio, el actor, va a utilizar como espacio. La música, que es original, nos ayudó muchísimo a lograr la tónica de cada cuento. Son veintipico de historias. Es un espectáculo que necesita de la participación de adultos y de niños por igual. No es una obra en la que el adulto se tiene que quedar esperando a que su hijo salga de la función. Realmente está diseñada para compartir el vínculo. Incluso los adultos entienden cosas a partir del comentario de los chicos, porque hay cosas que involucran el discernimiento de la poesía infantil. Ese encantamiento.
–Gran parte de tu trabajo se sumerge en ideas “universales”, elabora temas que trascienden las coyunturas. Pero también tenés una veta vinculada a la ilustración de notas periodísticas en el diario “La Nación”, por ejemplo. ¿Cómo te vinculás con el presente revulsivo que estamos viviendo? ¿Hay un componente de esa realidad que se incrusta en tu obra, o más bien tendés a evitar que eso se meta en lo que hacés?
–La dejo meterse. Más en estos tiempos, y más en la Argentina, para mí es indispensable que el ámbito artístico nos ayude a entender, a profundizar, nos ayude a evitar el catálogo de explicaciones superficiales que se nos ofrecen diariamente. No hablo de mí en este caso, hablo de todos los artistas. Yo tengo la suerte de tener un espacio en un diario de distribución masiva y tengo que tomar cosas que suceden. Sabemos que la Argentina da muchísimo material. Lo que más me cuesta no es tanto cómo hacerlo, sino decidir y estar seguro de qué es lo que pienso. Estar seguro de que uno es el autor de su propio pensamiento, y no estar espejando o replicando pensamientos que ya vienen predigeridos por otros medios, otras opiniones, un contexto, una situación personal o una herencia. El mayor tiempo se lo dedico a tratar de limpiar, y una vez que limpio el pensamiento se desnuda y queda como mucho más frágil. Ahí es donde la metáfora ofrece una solución sutil. Te acerca, pero no te obliga. Te acaricia, pero no te lastima. También ese es el poder de las artes, que logres ser amable con la inteligencia y el parecer del otro. Una cosa es convencer y otra cosa es empujar. Me parece que las artes ayudan a la interpretación de las cosas que nos pasan. La metáfora es claramente más perdurable que lo que creemos que está pasando.