Problemas de traducción
“Todos lo saben” cruza distintos géneros como el drama y el thriller, y abusa de giros.
Una mujer y sus hijos viajan desde la Argentina para asistir al casamiento de su hermana menor en un pueblo pequeño (sin nombre) de los tantos de España. No tardará Todos lo saben en desplegar la mayoría de los típicos tópicos del costumbrismo; una fiesta de bodas hasta casi lo exige, a lo que se añaden las habladurías que circulan en la vida de una comunidad en la que todos se conocen y ciertos conflictos familiares que reúnen viejas disputas y afectos. La institución familiar no es solamente una forma de codificar el afecto, también ordena y administra la riqueza y las propiedades. En la trama, una finca de viñedos suscita rencores y sospechas.
Pero el filme no se circunscribe solamente al costumbrismo, como lo anticipan los primeros cinco planos ampulosamente “hermosos” del inicio en el campanario de una iglesia y otros detalles de una mano que emplea guantes de goma finos para manipular recortes de diario sobre secuestros de menores. Los primeros planos están dedicados a presentar un melodrama, lo segundo un elemento de un thriller.
La pretérita historia de amor entre dos personajes enciende aquí giros inesperados, sobre todo cuando la hija adolescente de la mujer llegada de Buenos Aires desaparece en plena celebración. Y eso tampoco es todo. Una tardía meditación teológica tiñe inesperadamente el tono del relato.
Una conjetura doble: Todos lo saben es una película sobrescrita; la abundancia en la trama siempre sujeta a presuntos giros (in)esperados, las numerosas escenas en donde un personaje se explica en palabras cargadas de símbolos y los cambios de registro aludidos que vinculan el suspenso de un thriller a los enredos afectivos, dilemas existenciales y discordias de parentesco sugieren un guion extenso y complejo, al que se la ha rendido una excesiva fidelidad. Cada vez que el personaje de Ricardo Darín, quien interpreta al marido argentino que no asiste a la boda pero que viaja de urgencia por la situación de su hija, alude constantemente a “su dios” y los personajes se lo recriminan, el filme revela uno de sus problemas: el guion comanda la puesta en escena, que está al servicio de la ilustración de diálogos y situaciones.
La otra hipótesis recae sobre la procedencia del máximo responsable de Todos lo saben, el cineasta iraní Asghar Farhadi. Que no hable ni una palabra de español, en principio, no es un impedimento para conseguir que los intérpretes resplandezcan y la trama desarrollada en territorio extranjero no resulte incongruente.
Kiarostami, también iraní, filmó en Italia y en Japón, y sin hablar una palabra de japonés o italiano demostró que una visión de mundo y del cine puede coexistir con un suelo ajeno y un idioma del que se desconocen las sutilezas de su uso. La hipótesis, acaso incontrastable pero sí posible, es que el escollo de todo el filme reside en que fue concebido en persa y traducido a un idioma que es todos y ninguno.