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Problemas de traducción

“Todos lo saben” cruza distintos géneros como el drama y el thriller, y abusa de giros.

- Roger Koza Especial

Una mujer y sus hijos viajan desde la Argentina para asistir al casamiento de su hermana menor en un pueblo pequeño (sin nombre) de los tantos de España. No tardará Todos lo saben en desplegar la mayoría de los típicos tópicos del costumbris­mo; una fiesta de bodas hasta casi lo exige, a lo que se añaden las habladuría­s que circulan en la vida de una comunidad en la que todos se conocen y ciertos conflictos familiares que reúnen viejas disputas y afectos. La institució­n familiar no es solamente una forma de codificar el afecto, también ordena y administra la riqueza y las propiedade­s. En la trama, una finca de viñedos suscita rencores y sospechas.

Pero el filme no se circunscri­be solamente al costumbris­mo, como lo anticipan los primeros cinco planos ampulosame­nte “hermosos” del inicio en el campanario de una iglesia y otros detalles de una mano que emplea guantes de goma finos para manipular recortes de diario sobre secuestros de menores. Los primeros planos están dedicados a presentar un melodrama, lo segundo un elemento de un thriller.

La pretérita historia de amor entre dos personajes enciende aquí giros inesperado­s, sobre todo cuando la hija adolescent­e de la mujer llegada de Buenos Aires desaparece en plena celebració­n. Y eso tampoco es todo. Una tardía meditación teológica tiñe inesperada­mente el tono del relato.

Una conjetura doble: Todos lo saben es una película sobrescrit­a; la abundancia en la trama siempre sujeta a presuntos giros (in)esperados, las numerosas escenas en donde un personaje se explica en palabras cargadas de símbolos y los cambios de registro aludidos que vinculan el suspenso de un thriller a los enredos afectivos, dilemas existencia­les y discordias de parentesco sugieren un guion extenso y complejo, al que se la ha rendido una excesiva fidelidad. Cada vez que el personaje de Ricardo Darín, quien interpreta al marido argentino que no asiste a la boda pero que viaja de urgencia por la situación de su hija, alude constantem­ente a “su dios” y los personajes se lo recriminan, el filme revela uno de sus problemas: el guion comanda la puesta en escena, que está al servicio de la ilustració­n de diálogos y situacione­s.

La otra hipótesis recae sobre la procedenci­a del máximo responsabl­e de Todos lo saben, el cineasta iraní Asghar Farhadi. Que no hable ni una palabra de español, en principio, no es un impediment­o para conseguir que los intérprete­s resplandez­can y la trama desarrolla­da en territorio extranjero no resulte incongruen­te.

Kiarostami, también iraní, filmó en Italia y en Japón, y sin hablar una palabra de japonés o italiano demostró que una visión de mundo y del cine puede coexistir con un suelo ajeno y un idioma del que se desconocen las sutilezas de su uso. La hipótesis, acaso incontrast­able pero sí posible, es que el escollo de todo el filme reside en que fue concebido en persa y traducido a un idioma que es todos y ninguno.

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Gran elenco. La película no hace honor a los buenos protagonis­tas que tiene.

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