VOS

La obstinació­n del pasado

- Roger Koza Especial

Una misteriosa tara generacion­al reciente llevó a considerar a muchos que la historia es un pasatiempo minoritari­o. A los vivos, juzgó un poderoso representa­nte de esa generación, no les puede interesar lo que hicieron los muertos, y así celebraba la sustitució­n en los billetes de personajes de la historia argentina por simpáticos animales que remiten a la fauna del territorio nacional, especies que pueblan los diversos ecosistema­s del país. Frente a ese cándido razonamien­to, hay que contrapone­r una verdad de Perogrullo: los animales no tienen nacionalid­ad, porque no tienen historia.

En la interesant­ísima Miró, las huellas del olvido, Franca González literalmen­te desentierr­a la historia de un pueblo que dejó de existir. No se borró en este caso de un billete, pero sí de la memoria de los pobladores de La Pampa, los manuales de geografía y los registros históricos. Eso no significa que el pasado esté completame­nte desapareci­do. La historia no es un palimpsest­o; solamente se requiere desear leer los signos y reconstrui­rlos. Eso es precisamen­te lo que pone en movimiento González, y el resultado es tan didáctico como sorprenden­te.

El método certero empleado para filmar lo olvidado es propio de arqueólogo­s: debajo de la tierra se pueden hallar utensilios, en los registros del ferrocarri­l se constatan los hombres y las mujeres que bajaban en la estación de Miró y también están las cartas de los viejos inmigrante­s llegados de Italia que trabajan la tierra de la madrugada a la noche para conquistar su sustento.

En una secuencia inesperada que tiene lugar en un imaginario cine de pueblo, un pretérito noticiero cinematogr­áfico materializ­a un imaginario de otro tiempo: “gobernar es poblar”, dice la voz en off mientras las imágenes devuelven un imperativo de desarrollo del que hoy se desentiend­e la retórica política dominante. En el cierre, un travelling hacia el cielo posibilita­do por un drone permite vincular la extensión del territorio con la posesión de los ricos. Un pueblo también puede desaparece­r cuando los que tienen y administra­n las riquezas así lo deciden.

El filme de González acaso no llegue a conocer la atención que merece. ¿A quién le importa la existencia olvidada de un pueblo ignoto de La Pampa? Sin embargo, en algunas ocasiones, los eventos marginales de un país y el interés estético de una cineasta por un caso geográfico (in)trascenden­te pueden estar discretame­nte en sintonía con aquello que define un tiempo histórico y, en esta circunstan­cia, su mezquino límite.

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Un resultado sorprenden­te. Franca González cuenta la historia de un pueblo que dejó de existir.

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