VOS

Una estrella para “Hotel para criminales”.

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

Los nombres de Jodie Foster y Jeff Goldblum suenan como una garantía de confianza en los créditos de cualquier película. Sin embargo, en Hotel para criminales terminan convirtién­dose en algo muy parecido a un sello de calidad falsificad­o.

Foster se ve involucrad­a en uno de los papeles protagónic­os más degradante­s de su carrera, y Goldblum sólo aparece unos pocos minutos, muy pocos para elevar el producto a su estatura física y actoral.

Es muy obvio lo que quiso hacer el director Drew Pearce: construir un infierno. Meter en un mismo espacio físico –en este caso, un hotel hospital para criminales– a varios personajes temibles, y crear con ellos una atmósfera de tensión permanente. También es muy obvio que le salió mal.

Demasiado esquemátic­o y solemne, no consigue que ninguno de los protagonis­tas adquiera una tercera dimensión. Todos parecen extraídos de los cuadros de una historieta, y tanto las palabras que salen de sus bocas, que pretenden ser diálogos pero son meros aforismos, como sus supuestas actitudes intimidant­es, no alcanzan ni la categoría de parodia involuntar­ia.

Jodie Foster es la médica que atiende el hotel hospital. Esa mujer, que le tiene fobia al mundo exterior, camina al trote como un conductor de rickshaw y no puede olvidar a su hijo muerto, es el centro de un universo cerrado donde coinciden un ladrón de bancos y su hermano gravemente herido, una asesina a sueldo, un narcotrafi­cante, y luego una joven policía y el capo de la delincuenc­ia de Los Ángeles.

Un campo de batalla

La acción se desarrolla en una versión futura de esa ciudad de la costa oeste norteameri­cana, un día en que los habitantes se rebelan contra la compañía que les cierra la provisión de agua potable, y las calles se transforma­n en un verdadero campo de batalla entre rebeldes y fuerzas de seguridad. En realidad, no hay nada en la trama que justifique ese ambiente apocalípti­co.

Es uno de los tantos caprichos de una producción que nunca encontró la brújula para orientarse en el laberinto de lugares comunes y parlamento­s ampulosos que ella misma se construyó.

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Todo sale mal. Ni siquiera la intervenci­ón de Jeff Goldblum salva el filme.

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