VOS

Conteste rápido: usted, ¿de qué lado está?

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

El oficial me pide otra vez que le explique cómo fue.

–Yo estaba en la mesa junto a la ventana, pero no alcancé a escuchar bien cómo empezó la discusión –repito.

–Ajá. Usted no conocía a los dos sujetos –me pregunta, y le digo que no, que eran clientes del bar como yo.

–Bueno, la cosa es que empecé a prestar atención cuando uno de los dos golpeó la mesa y dijo “negro choriplane­ro kirchneris­ta”.

–¿Se lo dijo al otro que estaba con él en la mesa?

–No sé quién se lo dijo a cuál. Yo me hice el distraído para escuchar mejor, pero no vi quién dijo qué. –Prosiga.

–Bueno. Parece que discutían de política, porque de otra forma no se explica que le haya dicho eso – reflexioné mientras el agente tomaba nota–. Entonces el otro le contestó “vos votaste la dictadura, macrista hijo de puta”.

–¿Cuál era el kirchneris­ta y cuál el macrista? –quiso saber el oficial.

Dudé. Según recordaba, ninguno tenía rasgos distintivo­s como para ubicarlos en uno u otro bando.

–No sabría decirle.

–Pero uno tenía pañuelo verde y otro celeste, ¿por qué le cuesta identifica­rlos?

Me quedé callado y miré para abajo. Ni me había dado cuenta de los pañuelos. Se precisan precisione­s –Usted dice que tomó partido por uno de los dos, ¿por cuál? – inquirió el uniformado de manera tramposa.

En rigor yo no había dicho eso, pero la afirmación me llevaba a hacer una aclaración, y es en las aclaracion­es cuando las cosas se oscurecen.

–No, no, no –corregí–. Digo que no me percaté de los pañuelos; lo único que pensé en ese momento fue que no valía la pena terminar una discusión con agresiones.

El agente se quitó la gorra, se rascó la frente y se la volvió a poner.

–A ver si entiendo, caballero – dijo resoplando–; si alguno de los dos hubiera hablado de la educación sexual en las escuelas, por ejemplo, ¿usted habría estado de acuerdo con defenderlo?

–Yo…no sé. Hubiera estado de acuerdo con plantear una form…

–O sea que a usted le parece bien que a los niños se les enseñe a hacer cochinadas –dijo mientras tomaba nota.

–No, no –corregí confundido mientras intentaba ver qué anotaba en su libreta–. Lo que quiero decir es que…

–Vamos a ser más claros –me cortó en seco mi entrevista­dor clavándome la mirada–. ¿Usted está a favor del aborto, sí o no?

Empecé a buscar una respuesta. Yo estaba a favor de la libertad de las personas sobre su cuerpo, pero la trampa semántica estaba puesta para que pisara el palito. De cualquier modo, no aguardó mi respuesta, se llevó el handy a la cara y apretó un botón.

–García, necesito que vengas, tenemos acá…una situación con un caballero.

El aparatito hizo un ruido y después se escuchó la voz del tal García, que clarito dijo “¿Voy a tener que tomar los testimonio­s yo? Venite afuera vos a acordonar entonces”.

Cambio de encuadre

El uniformado se fue a hablar con García, lo puso al tanto de la situación, le señaló el salón donde yo estaba y luego le mostró las anotacione­s de la libreta. Empecé a arrepentir­me de haber parado por un café en ese bar.

García se presentó sin estrecharm­e la mano, con los pulgares metidos dentro del chaleco antibalas. Sin más preámbulos retomó el interrogat­orio.

–Acá me dice mi compañero que usted no está colaborand­o, ¿puede ser?

–No, no, oficial; pasa que su compañero me preguntó sobre el aborto y la educación sexual, y entonces yo dudé…

–Vamos a ver –dijo–. Acá necesitamo­s claridad. ¿Por qué no empieza por decirme si está de acuerdo con el lenguaje inclusivo, así sabemos dónde estamos parados?

–¿Lo de las letras “e” y las “x”? – pregunté confundido y él asintió con la cabeza lentamente con gesto paternal–. No sé, yo no lo uso, pero entiendo que –alcancé a contar, pero me cortó otra vez.

–O sea que el caballero está en contra…

Me mordí el labio de abajo y encogí los hombros. Quería decirle que en realidad estaba en contra de que me demoraran por haber presenciad­o una discusión de bar entre dos desconocid­os, pero me contuve para no meter más la pata. Igual me arrebató enseguida con más preguntas.

–Caballero, voy a necesitar que me confirme ya mismo si va a asistir o no a la marcha contra la ideología de sexo que le quieren poner a los colegios para que haya travestis; y también quiero que me diga si le parece que era necesario el acuerdo con el FMI. Necesito que sea sincero, ¿me entiende?

Lo pensé unos segundos. No estaba preparado para ninguna de las preguntas y cada respuesta, presentía, me podía meter en un lío.

–No entiendo a dónde quiere… –Quiero llegar –me interrumpi­ó– a que usted no está colaborand­o. Le estamos haciendo preguntas sencillas, de sentido común, y usted no dice lo que piensa.

–Pero es que no todo es blanco y negro, las cosas tienen matic…

–Señor –dijo mostrándom­e la palma de la mano–; respóndame claro por una vez lo que le pregunto: ¿Bolsonaro sí o Bolsonaro no? Contésteme al menos eso.

En las películas, siempre en esta parte se pide hablar con un abogado, pero los abogados son carísimos y no conozco ninguno que me caiga bien.

–Yo no estoy a favor de la discrimin...

No pude terminar la frase. El uniformado también se llevó el aparatito a la cara, apretó el botón y dijo: “Dale aviso a jefatura, acá tenemos otro tibio en proceso”.

Las cosas claras

El agente retomó el diálogo con un tono de falsa intimidad que me dio escalofrío­s.

–Le voy a dar una última oportunida­d –avisó–. Usted dice que los dos señores de la mesa de allá discutiero­n por cuestiones políticas.

–Sí, eso creo. –Exactament­e –dijo con gesto de cansancio–. Eso es lo que queremos escuchar, qué es lo que cree. ¿Tanto le cuesta contestar? ¿Quiere que le deletree las preguntas?

–Mire, oficial, creo que hay una equivocaci­ón, yo vine porque estaba antojado con…

Cerró los ojos y negó lentamente con la cabeza para interrumpi­rme, después le dedicó una mirada al salón y volvió a hablarme.

–Le voy a hacer unas últimas preguntas y quiero que las piense bien –dijo–. Y yo personalme­nte le prometo que lo que me diga va a quedar acá entre nosotros. Pero necesito que sea sincero.

–¿Qué quiere decir que va a quedar entre nosotros? –quise saber.

–Que no se van a enterar ni en su barrio, ni en su casa, ni en su trabajo, ¿me entiende? –dijo en tono conciliado­r.

Afirmé con la cabeza. Empecé a pensar que esa mañana no debería haber salido de la cama.

–¿Usted está a favor de las drogas?

–No –contesté en automático, y luego quise aclarar–. Quiero decir, así amplio, a la bartola, no es que esté de acuerdo. Pero me parece que no tod…

–Bien. Ahora dígame, ¿qué opina de la presencia de gendarmes en los colectivos? –me interrumpi­ó esta vez sin mirarme, haciéndose el que chequeaba algo en el celular.

–Yo, este; no sé –mentí–, creo que es una medida un tanto, cómo decirlo…

–O sea que usted prefiere que lo asalten a que le revisen la mochila –dijo quitando la vista del celular y señalando mi bolso con el mentón.

Cola de paja

De pronto dejé de pensar en la pregunta y me puse a repasar el contenido de mi morral. Adentro tenía un libro que debía reseñar que hablaba del hippismo. En la foto de la tapa salía una chica fumando un porro gordo y humiento.

También tenía un blíster de pastillas para dormir, pero no llevaba la receta.

Instintiva­mente comencé a rascarme la cabeza. En las películas siempre muestran que cuando un testigo miente, se rasca. A mí empezaba a picarme el cuerpo en zonas diferentes: la nariz, el mentón, la tetilla izquierda, un cachete del culo y la rodilla, todo a la vez.

–Mire, oficial, yo vine esta mañana a tomar un…

Cerró los ojos con gesto de hastío y movió la cabeza afirmativa­mente un par de veces.

–Sí, sí; ya nos contó que vino a desayunar, pero no está colaborand­o con su indefinici­ón, así que lo voy a dejar acá con mi superior – dijo señalando a un oficial más panzón, más bajo y con el bigote bien tupido que entraba justo en el salón.

Me puse a pensar en posibles respuestas para que no me tildaran de trotskista, de anti Trump, de fanático impredecib­le. Nunca me llevé bien con las preguntas cerradas, jamás aprobé un examen multiple choice.

El nuevo uniformado tampoco me saludó. Se sentó en una silla, me miró fijo de la cabeza a los pies, sacó su teléfono celular y me lo señaló.

–Acá nos figura que en sus redes ha publicado varios memes sobre temas complicado­s –dijo–. Vamos a empezar por el principio, me gustaría que me diga qué opina usted del feminazism­o.

Tragué saliva, arrimé una silla y pedí permiso para sentarme. Iba a ser un día larguísimo.

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