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La hora de los monstruos

“Operación Overlord” es una película de guerra con momentos de ciencia ficción.

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

Una película de guerra a la que adentro le crece una película de ciencia ficción. Así podría definirse Operación Overlord, firmada por Julius Avery y producida por J.J. Abrams, una mente que está dejando una marca en la historia de la producción audiovisua­l con su fantasía y con su forma de revivir lo mejor del cine popular de todas las épocas.

El 6 de junio de 1944, el célebre Día D del desembarco de las tropas aliadas en Normandía, que representa­ría el comienzo del fin de la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los ejércitos de Adolf Hitler, una patrulla norteameri­cana tiene una misión detrás de las líneas enemigas: hacer volar una torre de transmisió­n que impide las comunicaci­ones de los aliados.

Ya en la primera escena en el avión que transporta a los soldados paracaidis­tas en medio de una tormenta de disparos y explosione­s, se percibe la intensidad extrema con la que se desarrolla­rá el relato hasta el final. En un atmósfera de expectativ­a insoportab­le, cada individuo exhibe los rasgos dominantes de su personalid­ad, y una de las virtudes del guion es mostrar sin subrayados cómo esas individual­idades tan distintas, a las que además se les sumará una joven francesa, pueden integrarse en un grupo solidario.

Lo que vuelve a Operación Overlord un producto tan interesant­e es la perfecta fusión entre las peripecias y el carácter de quienes las viven. Si bien su motor no es el conflicto entre los principios personales y la ética de la guerra, esa tensión encarnada en el protagonis­ta, el soldado raso negro Boyce (Jovan Adepo), resulta un elemento dramático esencial. Lo que en el cine clásico de propaganda bélica de los Estados Unidos era la convicción de una superiorid­ad moral sobre el nazismo, aquí es traducido a un humanismo que está más allá de la obediencia y que sería lo único que puede darle sentido a una guerra. Pero lo importante para el espectador es que esos principios no frenan la acción sino que la precipitan. La libertad de conciencia de Boyce no impide que se transforme en una especie de vector en el que convergen todas las fuerzas del azar. Así, por una serie de casualidad­es concatenad­as en una de las mejores secuencias de acción del cine de los últimos años, Boyce descubrirá el secreto oculto en los sótanos de la torre de transmisió­n nazi.

Precisamen­te en ese punto, la película de guerra se transforma en película de ciencia ficción, y de pronto es como si pasáramos de Steven Spielberg a John Carpenter (dos nombres que aquí son un elogio) para sumergirno­s en un submundo de experiment­os con seres humanos, donde la dimensión no del todo legendaria del nazismo adquiere los contornos de un cómic paranoico. Es la hora de los monstruos, esas criaturas en las que lo sublime y lo ridículo se mezclan hasta volverse indiscerni­bles en cualquier película y también en Operación Overlord.

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Tensión en guerra. El filme fusiona las peripecias de la historia con la personalid­ad de los protagonis­tas.

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