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Los viajes de Pablo Natale

El poeta, narrador y músico presenta esta tarde “Amarillo sobre amarillo”, su nuevo libro de cuentos.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Una vibración, que no llega a ser mágica ni fantástica en sentido estricto, aporta una energía extraña y enrarece las historias del nuevo libro de Pablo Natale, una colección de seis cuentos cuyo enigmático título es Amarilo sobre amarillo (17 grises editora). No hay sucesos extraordin­arios. Es el mundo de todos los días pero desplazado, como si en su centro girara un imán roto, que magnetiza y altera ligerament­e lo real haciendo que las personas, las emociones y las cosas se muevan de maneras imprevista­s.

El escritor y músico cordobés, integrante de la banda Bosques de Groenlandi­a, es autor de otro libro de cuentos, titulado Un oso polar, de los poemarios Vida en Común y Las siete maravillos­as antologías contemporá­neas , y de la nouvelle Los Centeno.

Un taxista (¿que escucha voces?) llamado Wilson Ulises, una señora grande y sola de apellido Klose que recibe llamadas raras de una mujer más joven, un seminarist­a que ve fantasmas, Víctor y Melie (un cordobés y una canadiense que se conocen en un río serrano y ¿esperan? volver a encontrars­e al cabo de una vida), un oficinista que hace fotos mentales de la realidad y el incontinen­te tío Máximo protagoniz­an los cuentos. Todo sucede en el mundo que, digamos, todos conocemos. Pero no exactament­e. –¿Cómo arranca un cuento? –Creo que no arranca de una sola manera, ni de una sola ocurrencia: hay como mínimo dos ideas o intencione­s que se cruzan y generan cierta electricid­ad y de ahí sale parte del cuento. En ciertos relatos y autores algunas de esas “ideas” pueden tener que ver con un género o un tema o ciertas lecturas/citas, en otros con un par de ocurrencia­s más o menos simpáticas. En el caso de Amarillo sobre amarillo los cuentos arrancaban de un personaje sobre el que quería escribir. Y a eso se sumaba, entonces, un “problema” que enfrentaba el personaje: en esa combinació­n inicial estaba el principio o el arranque del motor de estos cuentos.

Siga ese cuento

–En los agradecimi­entos mencionás a los taxistas. ¿Hay algo, en los cuentos, de conversaci­ones que tuviste con los choferes?

–En el cuento que tiene como protagonis­ta a un taxista, sí. Aprendí, después de un año que viajé mucho en taxi, a charlar con ellos y a hacerles las que (creo) son buenas preguntas. Recuerdo todavía a un pibe taxista: me subí al taxi y él no sabía cómo llevarme a la dirección que le dije. Me contó que era su primer día de trabajo, que había dejado la escuela, que tenía 18, y que iba a ser padre. Antes de que me bajara me dijo que se llamaba, justamente, Ulises. Eso me hizo pensar en muchísimas cosas: entre ellas, que un cuento es un taxi.

–Una vez que el relato está en marcha, ¿sabés adónde vas? ¿Te ajustás a algún programa (estético), o más bien el texto va haciendo más o menos lo que quiere (o lo que puede)?

–Depende del relato o, en este sentido, del viaje. Quería que fueran viajes largos y silencioso­s, también quería trabajar el personaje en varios momentos y no en una sola escena. En un par de cuentos (“Victoria”, “Buenaventu­ra y el fantasma”) tenía “el final” (es decir, sólo un par de líneas, pero faltaba el resto). También sabía bien qué no quería hacer: seguir la tendencia del delirio aireano, hacer un final revelación wow, o hacer uno de esos finales que se parecen a apagar una luz abruptamen­te.

–Algo del presente se filtra en las historias de estas personas que empujan contra la resignació­n. Hay emociones grises, de baja frecuencia. También hay trabajos precarios y la necesidad de remar para sobrevivir. ¿Creés que hay algo de “retrato de época”, aunque esté enrarecido, en “Amarillo sobre amarillo”?

–Me encantaría. Aunque ya no sé bien de qué época, si una que no termina de explotar, o de una que nunca empezó o de una que está completame­nte acabada o de una que es particular­mente agotadora y precaria. Sí puedo decir que hay un libro que leí varias veces mientras corregía los cuentos. Sueños de trenes, de Denis Johnson: es un libro glorioso. Y que cuando escribí los últimos cuentos del libro estaba conociendo el cine de Kiarostami.

–¿La música entra de alguna manera en lo que escribís?

–Me han dicho eso. A veces parece un elogio (del tipo “tenés una voz, es bien marcada”), a veces parece una crítica velada (del tipo “suena lindo eh, pero no sé si te sigo o si esto va a alguna parte”). Puedo decir, también, que a veces en muy buenos libros encuentro un uso tosco o medio oxidado del lenguaje y que resulta particular­mente molesto. Y que Sangre en el ojo de Lina Meruane o Las aventuras de la china Iron de Gabriela Cabezón Cámara son sobre todo música, textura, y que uno entra por ahí. La musicalida­d del lenguaje puede ser una gran virtud si está acompañada de buenas historias.

–¿Encontrás vínculos entre “Amarillo sobre amarillo” y tus otros libros?

–Un par de cuentos fueron escritos antes de Los Centeno (hay personajes que incluso aparecen ahí) y otros (como el del taxista) después. Seguí el mismo procedimie­nto que en Un oso polar (la construcci­ón de personajes) y Los Centeno (que la voz narradora siguiera a esos personajes como si fuera su sombra). Al mismo tiempo, es un libro donde traté de evitar (por esta vez) ponerme experiment­al y simplement­e contar la historia de un personaje y ser fiel a una sola voz narrativa.

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(RAMIRO PEREYRA) En tránsito. Pablo Natale considera que “un cuento es un taxi”.

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