El cine irresponsable que nos merecemos
Al fin DC entendió que esos pretenciosos tratados políticos inaugurados con la trilogía de Batman inspiraban más el ridículo que la reflexión. Junto con Wonder Woman, Aquaman reescribe los principios de DC: afianzar lo kitsch del cómic y diluir el subtexto. La única conexión con el pasado es la plástica contrastada e hiperrealista de Snyder, pero será apenas una continuidad pictórica; el tono es otro, distendido e irreverente.
James Wan, especializado en el terror, se zambulle en un circo marítimo. Mejor aún: lo crea. Su interés es abusar del CGI para confeccionar un mundo queer con neón, glitter y armaduras satinadas al límite. La arista meditabunda de DC, en este caso la contaminación de los mares, es tratada con sorna, resuelta por inserts de noticieros. Aquaman, la película, adopta la personalidad bruta y desprevenida de Aquaman, el superhéroe; el resultado es un producto que aletea, salta y hace carambolas como un delfín drogado sobre un mar embravecido.
Así como Gal Gadot era la actriz perfecta para Wonder Woman, lo mismo debe decirse de Jason Momoa, un actor que pone pectorales y extensiones al servicio del macho cool. El traje naranja flúo en este cuerpo anabólico es un chiste hermoso. Durante dos horas y media, James postales Wan de se agencia entretiene de armando turismo y nos regala secuencias rebuscadas. La persecución en Sicilia es una comedia de slapstick , el descenso a la fosa es una película indie de terror fantástico, la guerra submarina parece un cuadro de El Bosco.
Dentro de esta comparsa de peces habrá líneas de diálogos idiotas, por caso “un rey cuida a una nación; un héroe las cuida a todas”. Pero ¿qué sería de una película de superhéroes sin su fanfarronería neoliberal? Gracias DC por deconstruirte y darnos el cine irresponsable que nos merecemos.