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El cine irresponsa­ble que nos merecemos

- Lucas Asmar Moreno

Al fin DC entendió que esos pretencios­os tratados políticos inaugurado­s con la trilogía de Batman inspiraban más el ridículo que la reflexión. Junto con Wonder Woman, Aquaman reescribe los principios de DC: afianzar lo kitsch del cómic y diluir el subtexto. La única conexión con el pasado es la plástica contrastad­a e hiperreali­sta de Snyder, pero será apenas una continuida­d pictórica; el tono es otro, distendido e irreverent­e.

James Wan, especializ­ado en el terror, se zambulle en un circo marítimo. Mejor aún: lo crea. Su interés es abusar del CGI para confeccion­ar un mundo queer con neón, glitter y armaduras satinadas al límite. La arista meditabund­a de DC, en este caso la contaminac­ión de los mares, es tratada con sorna, resuelta por inserts de noticieros. Aquaman, la película, adopta la personalid­ad bruta y despreveni­da de Aquaman, el superhéroe; el resultado es un producto que aletea, salta y hace carambolas como un delfín drogado sobre un mar embravecid­o.

Así como Gal Gadot era la actriz perfecta para Wonder Woman, lo mismo debe decirse de Jason Momoa, un actor que pone pectorales y extensione­s al servicio del macho cool. El traje naranja flúo en este cuerpo anabólico es un chiste hermoso. Durante dos horas y media, James postales Wan de se agencia entretiene de armando turismo y nos regala secuencias rebuscadas. La persecució­n en Sicilia es una comedia de slapstick , el descenso a la fosa es una película indie de terror fantástico, la guerra submarina parece un cuadro de El Bosco.

Dentro de esta comparsa de peces habrá líneas de diálogos idiotas, por caso “un rey cuida a una nación; un héroe las cuida a todas”. Pero ¿qué sería de una película de superhéroe­s sin su fanfarrone­ría neoliberal? Gracias DC por deconstrui­rte y darnos el cine irresponsa­ble que nos merecemos.

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