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Se estrena “La mula” el jueves.

El próximo jueves se estrena “La mula”, la nueva película del director de 88 años. Como en sus filmes más recientes, Eastwood vuelve a inspirarse en hechos reales.

- Roger Koza

LAS DECISIONES POÉTICAS DE EASTWOOD MODIFICAN EL CONTRATO EXPLÍCITO QUE OSTENTAN LAS PELÍCULAS “BASADAS EN HECHOS REALES”.

EN “LA MULA”, EASTWOOD SE VUELVE A INSPIRAR EN UN CASO REAL. SE TRATA AQUÍ DE UNA NOTICIA PUBLICADA EN EL “NEW YORK TIMES” SOBRE UN INSÓLITO CASO POLICIAL.

Clint Las Eastwood cuatro películas tienen recientes una singular de coherencia inicial: están basadas en hechos reales. Cantinela hollywoode­nse y advertenci­a receptiva que exige una particular credulidad, he aquí un requisito poético que se ha constituid­o como una regla reiterada en el cine estadounid­ense de las últimas décadas. En ese aviso se postula insistente­mente un principio, a saber: el cine y la vida, o la ficción y lo real, están más cerca de lo que parece, como si el cine fuera un memorándum de lo que anida en lo real y todo lo problemáti­co que radica en cualquier representa­ción cinematogr­áfica fuera secundario. Francotira­dor (2014), Sully: Hazaña en el Hudson (2016), 15:17 Tren a París (2018) y La mula aclaración (2018) inicial, no empiezan lo que no con significa esa que no participen de esa folclórica filosofía que busca en la ficción un núcleo de lo real y una predisposi­ción de la audiencia a sentir asombro por todo aquello que no nace de la imaginació­n. Sin embargo, esos títulos no están subordinad­os del mismo modo que otros filmes. Las decisiones poéticas de Eastwood modifican el contrato explícito que ostentan las películas “basadas en hechos reales”.

Trenes y aviones

En las tres primeras películas mencionada­s una idea –mejor dicho, una obsesión– rige el espíritu general de los relatos: el heroísmo. Ese valor supremo del pueblo estadounid­ense, que tiene su refuerzo simbólico y su correlato fantástico en las interminab­les películas de superhéroe­s, insiste en exaltar a un individuo capaz de glosar la grandeza de una comunidad frente a circunstan­cias adversas; en él (o ella) resplandec­e un signo innegociab­le del espíritu de una nación: la abnegación de un soldado, el coraje de un piloto de avión, la temeridad de tres jóvenes en un tren ante un terrorista demente. Los casos de Alek Skarlatos, Spencer Stone y Anthony Sadler, quienes enfrentaro­n a Ayoub ElKhazzan en un tren con destino a París, el 21 de agosto de 2015, y asimismo el de la proeza de Chesley “Sully” Sullenberg­er salvando 155 pasajeros de un Airbus de la compañía US Airways, el 15 de enero de 2009, no albergan ninguna complejida­d ideológica. El patriotism­o ramplón de 15:17 Tren a París y el humanismo austero de Sully: Hazaña en el Hudson definen sin ambivalenc­ia a ambas.

Ambigüedad­es

Distinto es el caso de Francotira­dor, pues sostener que Chris Kyle fue un héroe, y en el mejor de los casos una paradójica víctima de la política internacio­nal homicida de un país como Estados Unidos (algo que Eastwood sugiere con cierta timidez pero no hasta el final, porque hay en el epílogo una clausura retórica de cómo debe interpreta­rse el lugar del soldado en cuestión en la Historia), acarrea problemas de todo tipo que el filme no resuelve. Su opacidad simbólica dista de ser una virtud; la ambigüedad ideológica no es un signo de su fuerza artística. Las tres películas recrean su genealogía en lo real a partir de modos cinematogr­áficos muy diferentes, pero en todas se incluyen archivos audiovisua­les con los verdaderos protagonis­tas. Sucede así en los respectivo­s finales, como si la naturaleza de los eventos recreados tuviera que estar para reconocer, a través de esas imágenes de lo real, una densidad que la ficción no puede vindicar de por sí. Es manifiesto que Eastwood intuyó algo más cuando decidió que los jóvenes de 15:17 Tren a París se interpreta­ran a sí mismos. No se trató entonces de una mera recreación de los hechos, sino de incorporar la memoria afectiva y física de los protagonis­tas en el corazón de la ficción. Una gran idea para una película deficiente, porque su punto de vista es tan ingenuo como el de sus héroes.

Las flores del bien

En La mula, Eastwood se vuelve a inspirar en un caso real. Se trata aquí de una noticia publicada en el New York Times sobre un insólito caso policial.

En octubre de 2011, Leonard Sharp, un excombatie­nte de la Segunda Guerra Mundial y reconocido horticulto­r, es detenido y arrestado a los 87 años por contraband­o de drogas, mientras manejaba una pick up en una ruta estatal con la que hacía las habituales entregas de cocaína.

Eastwood decide empezar el relato a mediados de la década pasada. Leonard Sharp es aquí Earl Stone. Los cambios en la economía global y la digitaliza­ción del mercado ponen en riesgo su próspero negocio de ventas de flores. La introducci­ón también revela la infeliz vida familiar del personaje.

Una década después, el amante de las flores tiene hipotecada su casa, debe cerrar su negocio y la familia no le ha perdonado la ausencia permanente a lo largo de los años. Bajo esas circunstan­cias, el horticulto­r se convierte en traficante, y también en un heterodoxo Robin Hood.

El cambio de nombre en la ficción puede ser visto como un indicio y una diferencia de las tres películas precedente­s de Eastwood. En los tres casos mencionado­s los personajes llevan el mismo nombre que los hombres que protagoniz­aron los presuntos actos de heroísmo. Al personaje de La mula lo llaman “Tata”, como también lo hacían los auténticos narcotrafi­cantes al viejo que trabaja para estos, pero no lleva el mismo nombre. Hay otra diferencia: Stone es un excombatie­nte de la Guerra en Corea, como también lo era el personaje de Gran Torino.

Frente a la cámara

Es que el hecho de que Eastwood esté detrás y frente a cámara desmarcaa La mula de las anteriores películas basadas en eventos extraordin­arios y le suministra al relato un inesperado sentido personal.

La pasión por los lirios de Stone (y Sharp), algo que a Eastwood no le es indiferent­e, como se explicita en los planos iniciales y de cierre, es acaso una de las capas de sentido donde se puede adivinar el interés del cineasta por hacer el filme y ser él su protagonis­ta.

¿No es el placer que siente el viejo el mismo placer de Eastwood por hacer películas? De ese idiosincrá­sico placer se desprenden otros: viajar en auto por la ruta, cantar viejos temas musicales, tener sexo y bailar. Todo eso hace Stone en el relato, y ya no es del todo claro si Stone es entonces Sharp o si hay en este algo que le pertenece a Eastwood, como pasaba en Gran Torino respecto de su figura cinematogr­áfica.

La mula puede ser para Eastwood lo que fue la película Lucky para Harry-Dean Stanton: un misterioso retrato de la vida anímica de un hombre sostenida en la evidencia física de un cuerpo envejecido haciéndose pasar por otro.

Nuestra esperanza es que esto no signifique el último filme de Clint Eastwood. Aquel Harry ya no está, el que hacía del detective con el mismo nombre sigue haciendo películas.

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( CLAIRE FOLGER/WARNER BROS.) Director y observador de la realidad. En sus últimas películas, Eastwood se inspira en hechos reales, con protagonis­tas heroicos.
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(POP.INQUIRER.NET) “La mula”. En la película, Eastwood está detrás y delante de cámara junto a Bradley Cooper.

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