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Diego Reinhold va en busca de su público

El comediante desafía con el humor inteligent­e producido a gran velocidad. Se presenta en Córdoba y en Villa Carlos Paz.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

El movimiento es inverso al habitual, es decir, cuando un artista adapta sus herramient­as y estímulos al gusto del público. No pasa con Diego Reinhold, que ha concebido un espectácul­o en el que realiza una síntesis de sus habilidade­s escénicas con dosis notable de riesgo. Cada función es una aventura frente al público que decide cómo entrar al universo del humor por momentos muy blanco, por momentos negro de Reinhold.

Las dos velocidade­s, la del actor y la del público, negocian la convivenci­a en Reinhold concentrad­o. El comediante crea su espectácul­o en soledad, moviendo con fuerza centrífuga un artefacto tracción a sangre que durante una hora y cuarto pasea por diferentes temas y estilos.

Diego habla con la atención puesta en el espectador. Se agarra de esa energía para testear y, aparenteme­nte, controlar los contenidos en vivo, en caliente. “A este lo saco”, dice haciendo un gesto como si anotara en la palma de su mano, cuando un remate, un chiste o juego de palabras no prende enseguida en la platea. Pero se la banca, de eso se trata.

A Reinhold hay que seguirlo, a veces, a las corridas, sin resuello, por la topografía de un humor intenso, inteligent­e, sutil y que desafía cierta incorrecci­ón con respecto a temas muy variados. Ninguno previsible. Ser el jefe de sí mismo lo pone en la maquinaria de auto explotació­n, lo dice e instala el concepto que repite aunque alguien se mueva inquieto en su silla. Entonces, testea con un parpadeo y sigue, satisfecho.

La travesura está en la búsqueda de complicida­des, cuestión que en los productos teatrales predigerid­os se da de antemano. Es una habilidad de quienes estudian el mercado (la audiencia/platea) posible y luego buscan los contenidos y los modos de mostrarlos como una novedad ante el público que, se sabe, acudirá. Con Reinhold la cosa se complica.

El actor no hace concesione­s. Con solo plantear el arte de la palabra, las variacione­s del stand up a borbotones, creando un lenguaje que ofrece su propia lógica, pone al público ante la tarea lúdica de desentraña­r los sentidos que aparecen vertiginos­amente de la rela- ción entre palabra, gesto y pantalla.

Llama la atención el estupor inicial, cuando el público advierte que verá y escuchará algo diferente, quizás, nuevo, al estilo Reinhold. El espectácul­o se disfruta a partir de esa invitación.

Mientras el juego es físico, naíf, la rutina típica del anti héroe que se muestra en toda su debilidad, el público ríe, festeja y va entrando al torbellino de Reinhold. La cosa se complica cuando aparece la referencia política o la confesión dramatizad­a sobre la crisis. Se encienden luces de alarma en las mesas. ¿Es que ya se perdió la costumbre de pensar mientras reímos? ¿Qué quedó de la tradición del café-concert, un paliativo inofensivo a cualquiera y todas las crisis de esperanza, dinero o perspectiv­a?

Reinhold hace su espectácul­o, se mata para sostener ese universo en riesgo. El comediante anticipa: ‘Vamos a despistarn­os en este viaje’, y la experienci­a vale la pena.

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(INSTAGRAM) Para disfrutar. La puesta exige a Reinhold al máximo.

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