Cine. Miradas opuestas a “Green book”.
Hay historias que se sostienen por la pericia narrativa, por la fuerza de los personajes que las protagonizan, o por las verdades que nos revelan.
Green book bien podría cumplir con los tres requisitos, pero es el último el que la convierte en una pieza recomendable.
De un modo similar al que usó la serie Mad Men en su momento (mostrando la relación que teníamos en el pasado con el tabaco, el alcohol, los cinturones de seguridad, la profilaxis y la tolerancia) la película dirigida por Peter Farrelly trasciende su propio marco de aventura sobre ruedas para narrar no sólo la amistad entre dos personas de universos diametralmente opuestos (Viggo Mortensen y Mahershala Ali interpretan a un chofer ítalo-americano y a un pianista virtuoso negro en los años ’60), sino la situación naturalizada de opresión de clase, racismo y hostilidad que primaba en un tiempo en el que por más que fueras un músico talentoso debías orinar en una letrina alejada de la casa de tus anfitriones adinerados que te miraban como a un ser inferior.
Green book es, además del título del film, una publicación que describía la forma en que debían viajar los negros por Estados Unidos para evitar “problemas”, y en la cinta funciona como una representación acabada de la naturalización de la discriminación.
Mortensen será el encargado de llevar por el sur hostil de Estados Unidos a un pianista negro en su gira, y en ese viaje nos pondrá a prueba como espectadores frente a nuestra propia tolerancia, racismo y la necesidad de hacer del mundo un lugar más justo.
Con algo de humor dramático (cimentado en la química entre los protagonistas), la historia entre el músico Don Shirley (Mahershala Ali) y Tony Vallelonga (Viggo Mortensen) es un cachetazo de realidad histórica insoslayable. Y encima está bien contada y actuada.