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Una familia muy normal

“La familia Finisterre” es un gran estreno del teatro cordobés, escrito y dirigido por Elisa Gagliano, con un importante elenco y una propuesta divertida y original.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Elisa Gagliano convocó a un equipo teatral de lujo, y juntos armaron un barco que lleva por nombre La familia Finisterre.

La directora cuenta qué indaga a través de la palabra y el concepto de teatralida­d. “La familia surge al segundo día del estreno de

Papá Barbie (su anterior obra). Era una necesidad por los momentos que estábamos viviendo, estaba pasando lo de Santiago Maldonado. Había una oscuridad en el aire, de la que había escuchado contada por otras generacion­es pero que yo no había vivido en carne propia, ver de lo que los humanos somos capaces de hacer con un cuerpo, un muerto,

una palabra. Fue el germen y el contexto de la obra que tiene la intención de habitar algo siniestro, lo oscuro, donde las palabras y los cuerpos dejan de tener importanci­a”, dice la directora.

La bahía de Finisterre (España) dio nombre a la familia. Cuenta la leyenda que un soldado romano vio ponerse el sol sobre el mar y pensó que era el fin de la tierra. Elisa eligió el apellido en relación al concepto de las crónicas de viaje. “A lo largo de la historia hemos ido encontrand­o el fin de la tierra. Va cambiando y se lo ha visto en distintas cosas, en paralelo a los miedos de las culturas, lo ominoso y el terror en paralelo. Va evoluciona­ndo la idea de cómo va a terminar la especie, cómo vamos a morir, miedos colectivos puestos en relatos ominosos. En una época eran los aliens, después los clones, robots, fantasmas”.

Una madre muerta

El cuentito de la obra es que llega un detective y la familia Finisterre tiene que dar prueba de su inocencia. Los interroga individual y colectivam­ente. “Pensé cada personaje para que ocupe un contenedor más amplio. Por eso son, además del padre, la tía evangelist­a, la niña medio médium, el mellizo sádico, y el mellizo impostor. Como grandes arquetipos donde deposité la escritura. El detective tiene que determinar quién la mató o si se suicidó”, dice la directora que vuelve a desarrolla­r el esquema vincular en relación a la familia.

“Hay algo de lo inmenso y lo diminuto que se refleja en la estructura familiar. Para hablar de la república, hay que hablar de una familia, para hablar del amor, hay que hablar de una familia. No importa qué familia. Yo elijo esta. Hay algo que espeja lo chiquito en lo grande. No me atrevo a hablar de la república. Prefiero hacerlo a través de la familia. Es lo que tengo a mano, me parece más humilde, no podría abarcar lo otro. Es inabordabl­e. Cerquita está todo. Cerquita de la experienci­a y la historia de cada quien”.

El elenco está formado por Ana Ruiz, la tía evangelist­a, académica, que tuvo un brote psicótico; Delfina Díaz Gavier, niña bruja que recibe demasiada informació­n desordenad­a. Entra en contacto con su madre. Eduardo Rivetto, el padre, es un arquetipo. Es la ley, identidad fija, no quiere cambiar ni ceder el poder; Eva Bianco en la madre, o, su fantasma; Jorge Almuzara, el detective; María Grazia Gianola, el mellizo sádico y Maximilian­o Gallo, el mellizo impostor.

El espacio escénico donde se mueve la familia está vacío y se genera a través de lo lumínico. La búsqueda plástica es a través de las luces de Franco. El desafío está en cómo explotar una caja negra y que aparezcan paisajes y espacios. “Es como una nave que va mutando: el living, el sueño, el espacio colectivo de un recuerdo, como un viaje lumínico”, dice Elisa. Sobre el elenco señala: “Es gente muy talentosa, de mucha potencia. Es algo que puede ser muy peligroso, si no está coordinado. Tiene que haber una inteligenc­ia emocional traspasand­o esa barrera que te puede tragar, y entonces es increíble”.

El detective es el personaje que va tejiendo la obra, es muy importante. El rol cumple con el deseo de hacer un homenaje a los detectives que le gustaron a la directora. “Han encarnado cosas hermosas que no tienen que ver con la ley o con ponerse la gorra. Es el fracasado que sabe que el amor está detrás de la búsqueda de la verdad. Averiguar qué pasó es la única manera de sanar lo que está herido. Hay algo intuitivo a la hora de armar los elencos. También, confiar en el espacio, que no sea el obvio. Para mí, esta familia necesitaba a Oscar Rojo (director fallecido), a Quinto Deva (la sala coproduce la obra). Ese espacio está cargado de energía”, dice, con la idea de no aquerencia­rse por comodidad y confiar en que armaron un barco con todas sus partes.

“Estamos contentos de que la obra esté ahí. Usamos un vestidito de Oscar, un secretito nuestro. El armado es muy intuitivo porque no sólo hace falta gente talentosa. Hace falta gente con mucho corazón, generosa, empática. Con el talento solo no hacemos nada. Armar equipos es como hacer una pócima”, subraya.

Descubrimi­ento

A la hora de pensar en qué punto está de su desarrollo como dramaturga y directora, Elisa señala: “Estoy muy feliz con el trabajo, muy entusiasma­da, con

movida. Hay algo que estoy descubrien­do desde hace unos años, y es la importanci­a de los procesos creativos. Poder perderse en ese proceso e invitar a otros”.

Elisa considera que la dirección no implica ser líder, la que sabe, la que hizo la película y pide a otro que la monte. “No ocupo ese lugar. Invito a que todos encontremo­s el lugar juntos. Agradezco a las actrices y actores que comparten un proceso. El texto no es un objeto cerrado. Lo uso como una plataforma para delirar el lenguaje y la escena, descubrir una forma en la que hay autoconoci­miento”.

Con respecto al público, si se amplía cuando se le ofrece una obra que corre el umbral, la directora dice: “Me pasa con la sociedad, con el teatro y el espectador que no tengo la intención de ocupar un lugar moral. No quiero construir eso y no hacerlo es muy difícil: no bajar línea, no decir quiénes son buenos y quiénes, malos. Intento armar un catálogo de las potencias humanas, que está a disposició­n, armar una paleta de miserias humanas y que cada quien exprese si está cerca o lejos de los personajes. El arte no tiene que señalar el culpable, ni siquiera en una obra de denuncia. Por eso, poner a delirar el lenguaje. En esa figura del que delira nos podemos saltear los binomios, lo bueno y lo malo. Esa categoriza­ción facilita el lugar del espectador y la obra le pasa por un costado. Pero construir unos bichos como estos, que invitan a otras experienci­as, pretende enloquecer formalment­e el lenguaje, lo que se cree moralmente correcto. La forma es el contenido que sale a la superficie. Hay gente que se enoja, se angustia; otra que disfruta. Lo que le pasa a los espectador­es es un problema de los espectador­es. Si hay un problema, la obra está viva”.

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(FOTOMONTAJ­E SOBRE FOTOS DE LAURA ZANOTTI)
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(GENTILEZA LAURA ZANOTTI) Elenco completo. El detective que debe encontrar al asesino y la familia Finisterre, que tiene que defenderse. Todos ocultan algo.

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