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El deseo y la felicidad

El director estrenó su nuevo filme, “Dolor y gloria”, en el Festival de Cannes, y recibió aplausos cerrados que le garantizan un premio de peso en Francia.

- Roger Koza Especial desde Cannes

Pedro Almodóvar pisó la alfombra roja con autoridad. Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia y Antonio Banderas secundaban al cineasta. Todos saben muy bien que este es un filme candidato; Banderas, además, debe sospechar que su trabajo no será ignorado. Es el papel de su vida. Como se sabe, el filme tuvo una recepción feliz en España y los aplausos cerrados después del estreno en Cannes confirman la intuición de muchos: Dolor y gloria no abandonará Cannes sin un premio de peso.

El gran tema de Dolor y gloria es el deseo, el nombre propio de la productora de Almodóvar. O, dicho de otro modo: es la restitució­n del deseo, a propósito de la evocación de su descubrimi­ento inicial y de un momento ulterior en la vida del personaje interpreta­do por Banderas en que el deseo y el amor fueron de la mano. El filme tiene sus sorpresas, y el plano final redefine todo lo visto, como también vindica al director español como un verdadero maestro. Solamente un gran cineasta puede retener su secreto hasta el último suspiro de una película. Lo que hace aquí Almodóvar es fantástico.

En el centro de la escena de Dolor y gloria está el cineasta encarnado por Banderas. Si todo lo que pasa tiene o no que ver con Almodóvar, poco importa. Homosexual y autodidact­a, el cineasta del relato conoció el éxito temprano con un filme titulado “Sabor”, motivo de controvers­ia en su momento debido a la pelea con su protagonis­ta (con este no se habló nunca más, y parte del encanto de Dolor y gloria consiste en el reencuentr­o de estos dos hombres). Gracias al cine, el personaje de Banderas viajó por el mundo, hizo dinero y conoció el prestigio, privilegio­s que no garantizan ni la felicidad ni la salud. El peso del cuerpo es todo un problema en el filme de Almodóvar, una superficie de placeres pero también de dolores; el éxito, un insuficien­te incentivo frente a la plenitud interior.

A partir del reencuentr­o con el actor de “Sabor”, Salvador Mallo — así se llama el cineasta en la ficción— empezará a tomar heroína, una práctica que el filme jamás juzga ni defiende, pero que sí tiene la fallida función de cumpliment­ar la ausencia de deseo. Ese encuentro tendrá un vuelco magnífico, porque tanto para el actor como para Salvador implicará reconstitu­ir inesperada­mente el deseo. La razón principal pasará por llevar a la escena teatral un texto perdido del cineasta titulado “La adicción”. Esto reavivará viejos amores y encenderá el deseo de vivir y hacer cine.

Más allá de una o dos escenas fuera de contexto, el filme es hermoso y conmovedor. Hay escenas inolvidabl­es; una compete a la historia y el destino de un cuadro amateur que es un retrato de Salvador como niño; otra, a la relación entre el cineasta y su madre. Se podrían elegir varios pasajes, pero ninguno tiene la intensidad del último, excepto, quizás, la escena que involucra a Leonardo Sbaraglia al promediar la película. Es un reencuentr­o entre el cineasta y un amante de juventud que encierra una memoria de felicidad y un reconocimi­ento mutuo de saber que aquella vez se amaron como pocas veces en sus vidas. De ese tipo de secuencias está hecha Dolor y gloria ,ynose debe tener el don de la profecía para adelantar que la gloria está muy cerca para Almodóvar.

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(AP) En la alfombra roja. Almodóvar, Penélope Cruz y Antonio Banderas, un trío que se repite.
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Actores. El argentino Sbaraglia y el español Banderas.

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