Comentario de “Así habló el cambista”.
Nuestro comentario del extraordinario filme “Así habló el cambista”. Una clase de cómo hacer cine político sin ser explícito.
El temerario prólogo de Así
habló el cambista no admite ambigüedades: quienes hacen dinero cambiando dinero merecen el desdén que merecen, al menos así lo intuyó el Hijo de Dios, la invencible figura vertical que desestimó la acumulación de riquezas como un equívoco de una vida auténtica.
Con ese inicio inesperado, Federico Veiroj sugiere un vínculo perverso entre los primitivos cambistas de Jerusalén y los nuestros, esos que saben mover y fugar el dinero de aquí para allá sin dejar vestigios, o con los que operaron antes que los actuales, porque Humberto Brause pertenece a la liga de canallas del siglo 20, cuando sacar dinero de un país a otro aún requería poner el cuerpo.
El notable inicio, que va de la era de Cristo a 1975 con una absoluta confianza, del Mesías furioso a un grupo de policías que llevan bolsas de dinero a un banco mientras una voz introduce la genealogía de esta profesión propia del capitalismo, no es otra cosa que el retrato de un canalla.
Lo genial de Veiroj consiste en hacerlo emerger de un contexto y no explicar entonces a su personaje a través de una psicopatología. El filme va de mediados de la década del 50 a la mitad de la década de 1970, épocas de dictaduras en la región, y el espectro histórico atraviesa gestos, palabras y actos. Todo transcurre en Montevideo, pero involucra especialmente a los vecinos Brasil y Argentina. Así, por cierto, se puede hacer cine político, sin la exangüe retórica de lo explícito.
La precisión de las coordenadas históricas no significa prescindir del arte de la construcción de un personaje: en la conducta de Humberto se pueda leer la gélida vida anímica de quien todo lo piensa bajo una racionalidad de costo y beneficio.
También en esa subjetividad hay destellos de vulnerabilidad. Toda la maestría del cineasta rioplatense se puede verificar en dos secuencias consecutivas, ya promediando el tercer acto, en las que el personaje pierde el control de sí y el cuerpo le recuerda los límites de su filosofía. Veiroj es un mago de la puesta en abismo, y la inserción de un paisaje mental ni siquiera se nota; fluye en el relato y otorga una pausa al universo claustrofóbico que lo rige.
Por otra parte, Daniel Hendler brilla como nunca: el cuerpo tenso, la fatigosa sonrisa que caracteriza la desconfianza del personaje frente a todo, su expresión general entre distraída y prescindente erigen un personaje resguardado en la opacidad. Su esposa, encarnada por Dolores Fonzi, y su suegro, por Luis Machín, están a la altura de las circunstancias. Todos ellos y muchos otros participan de una comunidad de apariencias regulada por los beneficios que prodiga el dinero a expensas de cualquier lazo afectivo que no esté teñido por la conveniencia.
La historia simple
El relato es simple: un joven aprende a ser cambista, crece en ese universo sombrío, se aprovecha de todo, no conoce límite moral, trata de querer a su mujer y sus hijos y subsiste en un mundo que solamente reconoce una divinidad espuria: el dinero.
El tono general y la estética empleada provienen del filme
noir, y es así como Veiroj se apropia de una tradición foránea para hacer lo que se le antoja y con la libertad que le es propia. Fue él quien nos regaló La vida útil, una de las películas más libres de este
siglo.
El título nietzscheano es perfecto. En nuestro mundo el dinero es una religión, y los hombres como Humberto son los exégetas pragmáticos que glosan un modelo.
El de Humberto pertenece a la era analógica, pues los cambistas de hoy usan tablets y teléfonos inteligentes, y mueven fortunas sin desplazarse. En este filme podrán reconocer a sus antepasados: los canallas también tienen una historia.