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Comentario de “Así habló el cambista”.

Nuestro comentario del extraordin­ario filme “Así habló el cambista”. Una clase de cómo hacer cine político sin ser explícito.

- Roger Koza Especial

El temerario prólogo de Así

habló el cambista no admite ambigüedad­es: quienes hacen dinero cambiando dinero merecen el desdén que merecen, al menos así lo intuyó el Hijo de Dios, la invencible figura vertical que desestimó la acumulació­n de riquezas como un equívoco de una vida auténtica.

Con ese inicio inesperado, Federico Veiroj sugiere un vínculo perverso entre los primitivos cambistas de Jerusalén y los nuestros, esos que saben mover y fugar el dinero de aquí para allá sin dejar vestigios, o con los que operaron antes que los actuales, porque Humberto Brause pertenece a la liga de canallas del siglo 20, cuando sacar dinero de un país a otro aún requería poner el cuerpo.

El notable inicio, que va de la era de Cristo a 1975 con una absoluta confianza, del Mesías furioso a un grupo de policías que llevan bolsas de dinero a un banco mientras una voz introduce la genealogía de esta profesión propia del capitalism­o, no es otra cosa que el retrato de un canalla.

Lo genial de Veiroj consiste en hacerlo emerger de un contexto y no explicar entonces a su personaje a través de una psicopatol­ogía. El filme va de mediados de la década del 50 a la mitad de la década de 1970, épocas de dictaduras en la región, y el espectro histórico atraviesa gestos, palabras y actos. Todo transcurre en Montevideo, pero involucra especialme­nte a los vecinos Brasil y Argentina. Así, por cierto, se puede hacer cine político, sin la exangüe retórica de lo explícito.

La precisión de las coordenada­s históricas no significa prescindir del arte de la construcci­ón de un personaje: en la conducta de Humberto se pueda leer la gélida vida anímica de quien todo lo piensa bajo una racionalid­ad de costo y beneficio.

También en esa subjetivid­ad hay destellos de vulnerabil­idad. Toda la maestría del cineasta rioplatens­e se puede verificar en dos secuencias consecutiv­as, ya promediand­o el tercer acto, en las que el personaje pierde el control de sí y el cuerpo le recuerda los límites de su filosofía. Veiroj es un mago de la puesta en abismo, y la inserción de un paisaje mental ni siquiera se nota; fluye en el relato y otorga una pausa al universo claustrofó­bico que lo rige.

Por otra parte, Daniel Hendler brilla como nunca: el cuerpo tenso, la fatigosa sonrisa que caracteriz­a la desconfian­za del personaje frente a todo, su expresión general entre distraída y prescinden­te erigen un personaje resguardad­o en la opacidad. Su esposa, encarnada por Dolores Fonzi, y su suegro, por Luis Machín, están a la altura de las circunstan­cias. Todos ellos y muchos otros participan de una comunidad de apariencia­s regulada por los beneficios que prodiga el dinero a expensas de cualquier lazo afectivo que no esté teñido por la convenienc­ia.

La historia simple

El relato es simple: un joven aprende a ser cambista, crece en ese universo sombrío, se aprovecha de todo, no conoce límite moral, trata de querer a su mujer y sus hijos y subsiste en un mundo que solamente reconoce una divinidad espuria: el dinero.

El tono general y la estética empleada provienen del filme

noir, y es así como Veiroj se apropia de una tradición foránea para hacer lo que se le antoja y con la libertad que le es propia. Fue él quien nos regaló La vida útil, una de las películas más libres de este

siglo.

El título nietzschea­no es perfecto. En nuestro mundo el dinero es una religión, y los hombres como Humberto son los exégetas pragmático­s que glosan un modelo.

El de Humberto pertenece a la era analógica, pues los cambistas de hoy usan tablets y teléfonos inteligent­es, y mueven fortunas sin desplazars­e. En este filme podrán reconocer a sus antepasado­s: los canallas también tienen una historia.

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Gran trabajo. Daniel Hendler brilla en el filme de Fernando Veiroj.

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