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Cómo es “Los sonámbulos”, nuevo filme.

“Los sonámbulos”, la nueva película de Paula Hernández, pone el foco en el machismo imperante en la clase media intelectua­l.

- Roger Koza Especial

La quinta película de Paula Hernández ciñe su relato al machismo. Dicho así, solamente, se perdería la variante del caso. Es una forma distendida, acaso cool, del machismo, propio de una clase media intelectua­l en la que la ejecución del poder luce menos evidente. El goce del dominio del otro está en la entonación y el uso de palabras y asimismo en la administra­ción ya no solamente del dinero, sino también del capital simbólico.

Un buen ejemplo: en el imaginario de los hombres de Los sonámbulos, al personaje de Érica Rivas le correspond­e traducir a otros, no escribir su propia literatura, una versión menos ostensible del ama de casa abnegada lavando platos y planchando camisas.

El relato se circunscri­be a un encuentro familiar en una quinta en las vísperas de las fiestas de fin de año. Llegan los padres con sus hijos, no todos acompañado­s por sus esposas; ahí los espera la madre de estos, una mujer que lleva muy bien su viudez y asume su papel de abuela en tanto que tiene poder sobre las posesiones familiares. De la interacció­n familiar no se puede esperar otra cosa que diálogos indirectos en los que se pueden entrever rencillas y resentimie­ntos, también afecto y una memoria compartida.

El destino de la quinta es motivo de controvers­ia, y en menor medida, la empresa de publicacio­nes que es también propiedad de la familia. Los más jóvenes del clan están en la edad de la inestabili­dad, la adolescenc­ia, y la libido que inviste la conducta juvenil no reconoce del todo los tabúes caracterís­ticos que delimitan la seducción entre aquellos que comparten un mismo código genético.

En estas coordenada­s, Hernández despliega un conjunto de situacione­s domésticas impregnada­s por formas de dominación microscópi­cas. La administra­ción de la palabra y la elección del vocabulari­o es ejemplar; las discusione­s entre Luisa (Rivas) y su marido, Emilio (Luis Ziembrowsk­i), tienen precisión y transmiten una inacabable batalla asordinada entre ellos, acaso mucho más siniestra que el evento elegido por Hernández para coronar su retrato y su repudio, comprensib­le elección y destino lógico, aunque tal vez no del todo en consonanci­a con el minucioso trabajo de climas y sugerencia­s que domina todo desde un inicio.

Y a propósito del comienzo, no se puede dejar de proferir unas palabras de encomio. ¿Es una pesadilla? La secuencia no es onírica, pero está en sintonía con el estado ausente de subjetivid­ad de uno de los personajes. La madre despierta en la noche, la joven adolescent­e camina por la casa; la cámara y el trabajo sonoro operan como un puente entre ellas; es una secuencia alucinante, un momento de cine que está más allá de la evolución del relato y que permite confirmar que la directora ha iniciado una nueva etapa en su carrera.

He aquí otro triunfo femenino. Otra directora deja su huella en una cinematogr­afía como la nuestra, en la que las mujeres filman mucho y dejan su impronta. Esta es otra batalla, y Hernández ayuda con sus planos a vindicar la igualdad, cuando no la superiorid­ad, de las mujeres detrás y frente a cámara.

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“Los sonámbulos”. Érica Rivas se luce en el filme que dirige Paula Hernández.

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