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Una charla con Mauricio “Japo” Vegetti.

Mauricio “Japo” Vegetti es el enólogo detrás de Lui Wines, que desarrolló sus productos pensando en el paladar de su padre. Un oficio con respeto por los viñateros y por el territorio.

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

En los primeros años del siglo 21 el mundo del vino argentino vivió un gran cambio. Uno de los factores fue la aparición de jóvenes enólogos, que tímidament­e empezaron a mostrar y desarrolla­r sus propios vinos hechos de manera casi artesanal, que después ganaron mercado y ahora forman parte del consumo cotidiano con diversidad de etiquetas.

Uno de los primeros en generar su propio proyecto fue Mauricio Vegetti, el “Japo”, que con su marca Lui se instaló entre los más incisivos, variados y atractivos vinos de autor. Esta categoría refiere a iniciativa­s con marca y estética singular, en el que cada enólogo trabaja según sus gustos y objetivos. Vinos particular­es, diferentes, muy personales. Detrás de cada uno de estos vinos hay mucha historia, ímpetu y decisión.

El Japo se jacta de ser la primera generación de su familia dedicada al vino, porque nadie se dedicaba a eso, “salvo a tomar vino con soda todos los días”, dice. Trabajó como pasante en Francia en un pueblo muy chico de 300 habitantes, experienci­a que le dejó un contacto muy fuerte con la naturaleza y la gente que trabaja las viñas.

Al volver siguió en Peñaflor, Trapiche y Nieto Senetiner. Pero decidió dejar las grandes bodegas y empezar su proyecto propio.

–¿Qué razones llevan a dejar un trabajo seguro y emprender la aventura de un vino propio?

–Me faltaba lo que había aprendido en Francia, estar en la tierra con la viña. En las bodegas grandes se hace vino de manera protocolar, regulariza­da. Y no quería eso. Así que en 2002 empecé con mi propio vino, tal vez uno de los proyectos más viejos que hay de enólogos personales.

–¿Y qué diferencia implica hacer un vino propio?

–Tenía un grupo de amigos con los que nos juntábamos a tocar la guitarra, comer y tomábamos vinos malos. Así que empecé a comprar unas uvas en Vistaflore­s, que aún les sigo comprando. A mis amigos les gustó el vino, y a mi madre también, así que le pusimos el apellido materno: Lui. Después hice Gauchezco con un amigo que trabajaba para mí. Pero ahora me concentro en Lui. Tengo tres hijas, y quiero que ellas vivan de la manera que yo viví en Francia, percibiend­o las cosas mínimas de un viñedo chico. Que pasen tiempo en la bodega y en las vides. No tengo viñedo propio, compro todo en distintas zonas, pero manejo los viñedos. Me interesa cuidar a la gente que cultiva las vides, los varietales, me importan los viñedos que están cultivados por las mismas personas, que haya una continuida­d de la conciencia del trabajo de la gente sobre esa viña.

–¿Cómo pensás tu vino?

–Hay una mística con la gente que está involucrad­a en cada viñedo. No compro a viñedos comerciale­s, me gusta probar la uva y siempre que pruebo ya percibo que vino voy a lograr si conozco a la gente. Hay un cariño particular del productor por sus viñas y eso se traslada a la uva y después al vino. Hace tiempo le compraba la uva a una finca en Altamira, y el encargado se mudó a Tupungato a trabajar, y me fui a comprarle uva a esa finca, porque sabía cómo trabajaba y qué hacía con su uva. La conexión entre la gente y la tierra es lo fundamenta­l.

–¿Cómo evoluciona­ron tus vinos en estos años?

–Hasta el 2010 crecí en producción, y después crecí con novedades. Antes la gente buscaba la marca, pero nadie me conocía. Fue la última etapa del cliente fiel a la marca. Ahora el cliente necesita todos los días cambiar. Tiene un par de vinos que le gusta, pero está constantem­ente buscando cosas nuevas. Ya no es la fidelidad de antes. Por eso hay que tener distintos productos. Ahora ya tengo 12 vinos y cinco espumantes. El otro gran cambio es que se pasó de vinos muy concentrad­os, con mucha estructura a vinos más sencillos y bebibles.

–¿Es una evolución conceptual en el consumo?

–La mayoría de los consumidor­es quieren tomar y no pelearse con el vino. Lui siempre tuvo el concepto de vinos bebibles, muy enfocado desde el lado de la boca. Soy un defensor de la madera y uso madera pero como herramient­a, sin exceso. Con Lui tuve siempre el sentido del vino de mi viejo, que toda la vida tomó vinos buenos pero siempre sodeado. Después de mucha pelea me di cuenta de la razón: la búsqueda de algo más suave y sutil. La prueba era que si el vino estaba muy áspero o concentrad­o mi viejo le metía tres chorros de soda; si estaba mediano dos chorros y si estaba muy bien le metía 1 chorro. Siempre con el concepto de que se deje tomar.

–¿Cómo describirí­as tus vinos?

–Auténticos y representa­tivos del lugar de donde vienen. Trato de que sean vinos no ostentosos sino elegantes, correctos, sin adornos. Ahora mis preferidos son los espumantes. El pinot noir es una variedad que en Argentina se puede hacer, pero falta un escalón para hacer la calidad que hay en Francia, por tema climático y de suelo. Mendoza está limitada pero hay buen pinot para base de espumante. El semillón blanco me gusta mucho, es un viñedo de 1960, de la vieja zona de Maipú, que estaba abandonado y le pedí a la dueña que lo cuidara. Y después me gusta la bonarda y el cabernet franc, son dos cepas que están en auge y son representa­tivos del gusto argentino: vinos frescos, jugosos, levemente frutados. Con mi esposa siempre observamos en la mesa de amigos qué tan rápido se toma una botella. Ése es el concepto.

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(JAVIER FERREYRA) Años de trabajo. Vegetti fue pionero en cambiarle la cara a la industria del vino argentino.

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