60 años de folklore
Esta noche comienza una nueva edición del tradicional Festival de Cosquín, a seis décadas de su inicio. Un repaso por los hitos más importantes de su rica historia.
Esta noche, Cosquín empieza a cantar una vez más, al igual que aquel primer festival el 21 de enero de 1961, cuando pasadas las 22 el locutor soltó al aire el ahora célebre “Aquí Cosquín, capital nacional de folklore”. Este no será un festival más, ya que se están cumpliendo 60 años de ese ritual iniciático.
Parece un lugar común, pero nunca está de más repetirlo: desde su misma génesis, el Festival de Cosquín nació como generador de mitos y fue forjando un fuego sagrado muy difícil de explicar para el que no vivió desde adentro las nueve lunas (este año serán diez).
Ese espíritu produce juntadas de artistas sobre el escenario que no ocurren en ningún otro festival, con postales absolutamente inolvidables, así como las siempre infaltables polémicas y todo lo que sucede por fuera de la plaza, con las peñas, los escenarios callejeros, las guitarreadas en los patios las muestras, charlas y actividades que nutren ese ecosistema único.
Se sabe, este evento es una muestra cabal de lo que ocurre en el país, por eso gran parte de la historia argentina puede contarse revisionando el festival.
El nacimiento del festival estuvo marcado por un claro objetivo, quitarle a ese pueblo el estigma de ser el refugio de los enfermos de tuberculosis. Era mucho más que un mote: durante años, las personas que atravesaban Cosquín por la ruta 38 se colocaban pañuelos en sus rostros para no respirar ese aire de los enfermos. Una fuerte imagen que fue combatida con una idea muy audaz: que el escenario del festival se levantara en el medio de ese mismo camino, para que los automovilistas y transeúntes fueran testigos de ese encuentro folklórico.
Primeros tiempos
La primera década del festival estuvo marcada por la tensión que generaba la destacada presencia de las delegaciones provinciales y los artistas “profesionales”, como se los conocía en aquellos años.
En cuanto a los nombres propios, esa suerte de “clásico” futbolero entre Los Chalchaleros y Los Fronterizos (fomentado por el público y la prensa, no por los artistas) marcó a fuego esos comienzos.
Otros referentes fueron Eduardo Falú y Jaime Dávalos, Hernán Figueroa Reyes, Daniel Toro y el siempre discutido Eduardo Rodrigo, la danza representada por “El Chúcaro” Ayala y Norma Viola como símbolos y, por supuesto, Jorge Cafrune, con aquel momento tan recordado en el que presentó a Mercedes Sosa.
El dato anecdótico: Juan Carlos Saravia, fallecido por estos días, era el único sobreviviente de aquel primer festival. En esta edición 2020 sí se producirá el regreso de Carlos Di Fulvio, quien dijo presente desde 1962.
Años oscuros
La década de 1970 estuvo claramente marcada por dos etapas. La primera, representada por la expansión latinoamericana con la incorporación de artistas de culturas vecinas y por dos hechos clave sucedidos en 1972: el homenaje en vida a Atahualpa Yupanqui bautizando el escenario con su nombre
y el nacimiento del Pre-Cosquín, el certamen de nuevos valores que al día de hoy sigue siendo una parte fundamental del festival.
Ya con el desembarco de la dictadura militar, llegaron las prohibiciones, los exilios y el desembarco de una corriente musical más melódica y pasatista, simbolizada por artistas como el Trío San Javier y Daniel Altamirano.
Primavera democrática
La llegada de la democracia en 1983 marcó una nueva primavera folklórica y la llegada de nuevos aires que tuvieron a Mercedes Sosa como gran estandarte. Detrás de la cantora se enarbolaron nombres como Víctor Heredia, Teresa Parodi, Raúl Carnota, entre otros.
En 1988, esa apertura vivió uno de los momentos cumbre con el arribo de La Mona Jiménez, empañado por los graves incidentes que provocaron avalanchas y heridos. Al ícono del cuarteto le costaría mucho regresar al festival y este año tendrá una nueva revancha.
La crisis económica marcó los últimos años de esa década y los comienzos de la de 1990, con años muy complicados para el festival. El giro encabezado por Julio Marbiz con una visión más comercial y basada en la idea de espectacularidad fue una de las claves para la reactivación, aunque también sumó muchos detractores. Todo esto no hubiera sido posible sin la gran catapulta que significó el boom del llamado “folklore joven”, representado primero por Los Nocheros y por Soledad y luego por Los Tekis, Los Alonsitos y la nueva oleada santiagueña capitaneada por Peteco Carabajal.
El nuevo siglo trajo consigo una renovación del circuito alternativo representado por las peñas, aggiornadas a las nuevas generaciones con la de Los Copla como gran estandarte. El fenómeno del Chaqueño Palavecino fue la gran novedad en la Próspero Molina.
Tras una edición histórica en 2010 por los 50 años, el festival entró en un declive organizativo que tuvo su punto de eclosión en 2014, una edición recordada como la del caos absoluto y una carta abierta de Juan Falú que fue casi un acta de defunción. De la mano de una política con criterio y austeridad, Cosquín resurgió de las cenizas y se apresta para celebrar al amparo de su historia.
DESDE SU MISMA GÉNESIS, EL FESTIVAL DE COSQUÍN NACIÓ COMO GENERADOR DE MITOS Y FORJÓ SU “FUEGO SAGRADO”.