Una debida celebración del movimiento
Es difícil imaginar la vida sin movimiento, sin la energía que en un escenario convierte el cuerpo que danza en una imagen que pone pausa a lo cotidiano.
El baile forma parte de los hábitos festivos y terapéuticos de muchas personas que asisten a talleres, milongas y clases de todo tipo. Cuesta imaginar ciertos eventos sin el despliegue de una compañía folklórica (pensemos en el Festival de Cosquín), sostener un teatro lírico sin ballet, homenajear los ritmos representativos de distintas comunidades sin coreografías, vestuario y puestas particulares.
A propósito del próximo Día de la Danza, hay movida, y lo primero que aparece es la deuda de la sociedad con respecto a los bailarines profesionales.
Reclamo de atención
Los artistas independientes de la danza reclaman atención, no sólo del público. Desde hace años buscan modos de organizarse y los intentos van quedando en el camino.
La necesidad de una asamblea grande y generosa se vuelve necesaria, y no solo por la coyuntura excepcional de la cuarentena que atraviesan los sectores más desprotegidos en términos de derechos laborales.
Los pasos van haciendo el camino. La federalización de la danza expresa la característica diversa y múltiple de las artes del movimiento que van mutando y enriqueciendo su entrenamiento.
La iniciativa de bailarinas y bailarines debiera reflotar la tan ansiada ley nacional que permita avanzar, formalmente, en espacios específicos, capacitaciones, becas, festivales, subsidios y beneficios en general.
La comunidad de la danza ha dado muestras de su perseverancia en defensa de una forma de vida, en la respuesta original frente a los cuerpos y la construcción de momentos únicos de libertad partiendo de un compás, una imagen o la métrica que atrapa al que baila.
El cuerpo no tiene razones, se emancipa y se expone, muchas veces, asumiendo la distancia de abismo entre el arte y la sociedad que lo descubre. ¡Felicidades para los que danzan!