“Westworld”. Miradas opuestas de la serie.
A favor Un futuro presente
Para los que seguimos de cerca la serie Westworld, el desafío de esta tercera temporada era doble: por un lado, sostener el interés narrativo ahora en el mundo exterior, fuera del parque temático que le dio identidad estética a la historia. Por otro, llevar la idea del relato más allá de la discusión ética (agotada en temporadas anteriores) respecto de la conciencia de clase y del libre albedrío de los androides protagónicos.
Los creadores de la serie, Lisa Joy y Jonathan Nolan, lo lograron.
Porque imaginaron un futuro/ presente de un extrañamiento tan magnético como el parque original (con su arquitectura austera, sus autos Tesla, su vestuario sci-fi, sus drogas de diseño) y porque encontraron otro eje narrativo, similar al original pero con una pequeña vuelta de tuerca: son los humanos esta vez, tras entregar su información a una mega Big Data que posee una corporación, los que se preguntan si es posible tomar sus propias decisiones, hacer un hueco en la matrix.
Más cerca de un relato de acción que de la narración filosófica, Westworld encontró en su tercer embate la manera de renovarse estética y conceptualmente.
Y, aunque ganó en complejidad (más de uno nos quedamos tras cada episodio pensando y leyendo para terminar de entenderlo), encuentra la manera de saciar esa expectativa que últimamente ponemos más en las series que en los noticieros: que nos hablen del presente, aunque nos pinten el futuro.
En contra Demasiado androide
La jugada de Westworld es de ingenio lógico: si las dos primeras temporadas trataban sobre androides que se rebelaban contra sus creadores, ahora son los humanos quienes –redimidos por una Dolores Abernathy de redundante empoderamiento– se debaten contra una inteligencia artificial capaz de quitarles su esencia: el libre albedrío.
La creación de Lisa Joy y Jonathan Nolan trae al siglo 21 la deliberación entre libertad y determinismo, sintetizada políticamente en la sentencia de Caleb Nichols al tecnócrata Liam
Dempsey: “Prefiero el caos a que vos me manejes”. Ese parece ser el dilema de la serie hoy: optar entre el devenir de folletín y la autoconciencia autoral.
En principio osado, el desplazamiento de la trama conspirativa al gran parque temático global no hace sino dibujar un largo paréntesis con tono de
spin-off, quizás a ser remediado por la anunciada cuarta temporada. Sacados de su original contexto, las escenas de acción, los personajes de doble identidad y los juegos entre lo real y lo virtual lucen agotados, tediosos, intrascendentes.
Habría que preguntarse también si el inédito contexto actual rechaza la fijación mesiánica en la extinción humana y los planteos a lo Yuval Noah Harari: quizás la distopía saturó la anticipación y esté pasando a ser Historia (¿aguantaremos otra temporada de
Black Mirror?). Tal vez Westworld se olvidó simplemente de lo que media entre ser y no ser: la duda, la inquietud.