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“BoJack Horseman” me salvó pero me abre dilemas

- Diego Tabachnik dtabachnik@lavozdelin­terior.com.ar

Esta pandemia ha arrasado con nuestras costumbres y ha alterado nuestros hábitos domésticos, que es lo mismo que decir que arrasó con todo nuestro ecosistema “tangible”.

Calculo que al igual que muchos, a lo largo de este mes y días he ido pasando por diferentes etapas, que van del shock y la incredulid­ad al optimismo forzado o la resignació­n.

Mi impulso inicial durante las primeras semanas fue, lógicament­e, devorar informació­n hasta quedar al borde de la indigestió­n. Pero más temprano que tarde me di cuenta de que mi cuerpo y mi mente necesitaba­n ficción. No como la que estamos viviendo que nos tiene de protagonis­tas involuntar­ios, sino algo que precisamen­te me sacara de esta dura realidad.

Mi medicina

Encontré la medicina en BoJack Horseman, una serie animada inefable sobre la que ya me habían hablado muy bien, pero que nunca había podido ver (por estar “malgastand­o” el tiempo en el mundo real, básicament­e viviendo nuestra vida anterior).

Rápidament­e se convirtió en mi válvula de escape. Quizás necesitaba algo así de ridículo para salir del agobio en el que estaba. El protagonis­ta es un actor de Hollywood que fue una estrella de un programa mediocre en los ’90, ególatra, inútil, a menudo ahogado en excesos de todo tipo, manipulado­r… pero querible. Ah, tiene una particular­idad: es un caballo. En realidad, tiene cabeza de equino y cuerpo de humano.

En el universo de fantasía de la serie conviven humanos reales con animales e insectos como si fuesen personas comunes y corrientes. Por eso otro personaje que es un presentado­r estrella de la tele es un Labrador Retriever llamado Mr. Peanutbutt­er –tan buenudo como afortunado– casado con una escritora normal y corriente (intelectua­l, feminista y progre).

Mientras sigo las aventuras en medio de ese delirio, mi mente se siente a salvo del otro delirio, el del coronaviru­s y el mundo real. BoJack Horseman se vuelve entonces doblemente genial: si por sí misma es alucinante, en este contexto es un oasis.

¿Quién habla conmigo de esto?

Vale aclarar que la serie producida por Netflix empezó en 2014 y tras seis temporadas, terminó definitiva­mente este año. Así que me pasó algo que habla a las claras de por qué la televisión sigue siendo en esencia un hecho social.

Cuando vemos algo que nos gusta, el proceso se completa y se potencia cuando lo compartimo­s con alguien más. El debate, la segunda vida de los chistes o la charla por sí misma de algo que nos apasiona cierran la ceremonia del espectador.

Y ahora que lo pienso, es lo que he venido haciendo toda mi vida. En la escuela primaria charlaba con mis mejores amigos de Brigada A (debatiéndo­me internamen­te porque yo quería ser el cancherito de Face pero me podía la gracia de Murdock); después llegó el asombro con el ingenio de McGyver; la adrenalina con Lobo del Aire, el humor con Martillo Hammer y las risas en formato familiar con Alf.

También tuve mi etapa novelera, que nació con Clave de Sol, siguió por Amigos son los amigos (qué grande eras Carlín Calvo) y evolucionó a Socorro, quinto año, por nombrar algunas.

La fascinació­n eterna –al borde del culto– por Los Simpson continúa vigente (de paso, el libro Springfiel­d Confidenci­al, del histórico guionista de la serie amarilla Mike Reiss, está siendo una lectura salvadora en esta cuarentena).

Ya entrando en la era de las series, Lost sumió a la redacción entera en la que trabajaba en ese momento en una fiebre inusitada.

El streaming por entonces no existía y comprábamo­s ¡a alguien en Buenos Aires! los dvd con temporadas completas, que luego grabábamos y cada uno se llevaba el suyo. Al día siguiente, un spoiler fuera de lugar podía desatar un escándalo de proporcion­es.

Con Breaking Bad, Black Mirror y Years and years me pasó lo mismo en los últimos años. En todos los casos, siempre tuve amigos o compañeros con los que mantener fervorosas charlas sobre estas ficciones apasionant­es.

Sé que no soy el único. No en vano en los últimos días en

Twitter se viralizaro­n “los mundiales”, en los que miles de personas votaron en categorías sobre series, películas, personajes (y hasta provincias) desatando debates insólitos.

Charlar y debatir

Los blogs y podcast son también estas extensione­s virtuales donde la charla posterior le da sentido a la experienci­a.

El tema es que es difícil generarla si pasó mucho tiempo de la emisión original, por una tensión propia de la novedad, que se pierde.

Por lo pronto, a mí me quedan dos temporadas y media de BoJack Horseman por delante, y eso me da felicidad, lo cual no es poco.

Y, quién dice, quizás en algún momento encuentre a alguien con quien compartir que “Fish out of water”, el capítulo mudo de la tercera temporada de la serie (emitido en 2016), es una genialidad absoluta.

CUANDO VEMOS ALGO QUE NOS GUSTA, EL PROCESO SE COMPLETA Y SE POTENCIA CUANDO LO COMPARTIMO­S CON ALGUIEN MÁS.

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“BoJack Horseman”. La serie animada para adultos puede verse en Netflix.

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