“After Life”. Miradas opuestas de la serie.
En After Life Ricky Gervais logra una tragicomedia que mantiene al espectador pendiente del humor del protagonista. Tony no supera la muerte de su esposa y traduce el dolor en una furia permanente, dirigida a su entorno, tan pequeño y frágil como él.
Es un acierto la escala que elige Gervais, en los detalles mínimos y exasperantes, en la ciudad, la pequeña y ficticia Tambury, para fotografiar el encierro emocional. La empatía se establece si hay acuerdo sobre la perspectiva y el humor negro, ácido, con que el autor aborda el personaje. El viudo permanece en un punto fijo alrededor del cual giran sus argumentos (para no abandonar el duelo), las emociones y la ceguera afectiva con respecto a los demás. Egocéntrico e intransigente, Tony solo afloja cuando se acerca al mar.
After Life enfrenta tabúes como la muerte de los seres queridos, la enfermedad y la vejez, en un notable contrapunto interpretado por David Bradley en el rol del padre y Kerry Godliman, como Lisa.
Imagina variaciones sobre las formas del amor, tan sencillas para algunos y tan complicadas para otros. Un elenco formidable hace de la normalidad una condición extraordinaria. Gervais se mueve como si su mundo pudiera entrar en una copa de vino, y la confianza, en la mirada de su perra.
La serie ofrece un delicado homenaje al romanticismo, pateando el trasero de los clichés que suelen abrazarlo, hasta la asfixia.