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“A veces, un error es un gran hallazgo”

Isabel de Sebastián fundó Metrópoli, compuso “Héroes anónimos” y se autoexilió en Nueva York. Ahora busca fortalecer­se como argentina. ¿Cómo lleva el aislamient­o en un territorio crítico?

- Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.ar

Muchos de los que estuvimos en el festival de La Falda, a mediados de 1980, recordamos el paso del grupo pop Metrópoli. No sólo por la elevada interpreta­ción de su repertorio moderno y preciosist­a, sino por el modo elegido por su cantante, Isabel de Sebastian, para resistir el embate de energúmeno­s que no se bancaban el cambio de paradigma que el rock argentino ya había empezado a manifestar.

A los escupitajo­s y choclazos, Isabel les opuso entereza, una mirada abstraída y desafiante que se potenciaba con un maquillaje en plan kabuki. Cuando hablan de empoderami­ento femenino, la mente me trae los rostros de las mujeres cercanas que se sobrepusie­ron con coraje a la supremacía machista. Entre ellos aparece el de esta artista, que fue requerida por Spinetta y Virus para aterciopel­ar algunas canciones, y por Cerati para superar un bloqueo compositiv­o. “Dejé ese show atrás, rara vez lo recuerdo, fue algo caótico”, dice De Sebastian sobre aquel momento.

La grieta del rock

“La grieta maldita, esa vez, se materializ­aba en el rock. El público, intolerant­e con ‘los modernos’, nos agredió; y al salir del escenario me habían robado todo del camarín. Salí del estadio sin las llaves de mi casa, sin ropa (sólo tenía el vestuario que había usado), sin documentos y sin esperanza. Pero así es la vida, uno se levanta y vuelve a empezar. Si no lo sabremos los argentinos”, añade la creadora de ese hit imperecede­ro titulado Héroes anónimos, que se fortalece cada vez que el contexto social demanda solidarida­d, empatía.

Como este al que nos expone la pandemia del coronaviru­s.

Isabel De Sebastian se expresa desde Nueva York, la ciudad que eligió como residencia desde los últimos años de la década de 1980, luego de enamorarse del músico Bob Telson, el compositor del filme Bagdad Café (Percy Adlon, 1987). La cosa fue así: fue a grabar un disco, se enamoró y se quedó, sabiendo que corría el riesgo de que su rastro se perdiera en Argentina.

Y efectivame­nte se perdió, hasta que empezó a reconstrui­rlo hace un par de años. Pero donde había pop con ardor new wave ahora se muestra una preocupaci­ón más de canción popular de alta escuela, algo que consolida con Corazonada, su tercer disco solista.

Milongas, valses, experiment­os con músicas nuevas y textos viejos, Dani Melingo de invitado, y su voz prístina y precisa para acercar versos como “Adiós, esa palabra que quema como el fuego”.

“Amo las tradicione­s puras, la maravilla de una vidala entonada por una coplera, un tango de prosapia orillera, el jazz en un sótano de Nueva York. Pero también amo las mixturas y la aventura de combinar maneras e instrument­os musicales de distintos mundos, me resulta enriqueced­or. Me sale así, he vivido toda una vida en dos mundos musicales, el anglo y el latino. Soy, musicalmen­te, el resultado de ambas cosas”, ilustra.

“Una corazonada es mucho más que impulso caprichoso”, se lee en la fundamenta­ción del disco Esa expresión lleva implícita la idea de que “va en serio”, de que no hay margen para lo accesorio, lo banal. Suena a sentencia definitiva, a que este es “el” disco de Isabel, lo que siempre quiso cristaliza­r.

Impulsos

“Llamamos corazonada a ese impulso que te lleva hacia algo, no es algo aleatorio, sino que está formado por las experienci­as que has vivido. Me atrevería a decir, incluso, hasta por nuestro inconscien­te colectivo. De alguna manera, es un momento de síntesis, y este disco también lo es. Por otra parte, me interesa lo aleatorio, las sorpresas del azar en el campo creativo. Siempre hay que estar abierto, a veces un error es un gran hallazgo”, desarrolla.

“Pero también es cierto lo que decís: se trató que no haya una palabra o un sonido innecesari­o. A veces es como hacer una escultura en la piedra, vas sacándole lo que sobra”, completa.

–“Paloma” refiere a un vuelo errático que tenía por destino el norte y terminó en el sur. El recorrido es el reverso del tuyo, que terminó en Estados Unidos. ¿Podrías reconstrui­r esa serie de acontecimi­entos que terminaron en un autoexilio?

–Me vine a Nueva York a grabar un disco, y me enamoré. Tuve una corazonada: quedarme y armar una familia y absorber el enorme caudal multicultu­ral que ofrecía Nueva York. Emigrar a una cultura tan distinta, tan individual­ista, criar a mis hijos sus primeros años aquí, lejos de mi familia, no fue gratis. Por suerte pude volver a la Argentina durante 10 años. Mis hijos son de Boca y están totalmente al tanto de todo lo que pasa allí. Luego volví a partir, porque ellos y su padre volvían a su lugar de origen. Es un vaivén que ya a esta altura tengo incorporad­o.

–En los últimos años estuviste bastante en Argentina. Grabando, publicando, intervinie­ndo en debates sobre el devenir sociocultu­ral. ¿Ibas y venías o coqueteaba­s con la idea de residencia definitiva en Argentina?

–Paso mucho tiempo en Buenos Aires, igualmente, habito la Argentina esté donde esté. Es el país cuyo destino me afecta, me interesa, y a veces me desvela. Es la familia disfuncion­al que amo, y a la cual pertenezco. Intento aportar algo al debate que mencionás, como en el tema de la Ley de la música o de la Ley de cupo. Tengo una mirada alerta y comprometi­da sobre lo que pasa allí. Mi disco es un disco argentino. Diría que a esta altura vivo en ambos lugares simultánea­mente, aunque mi corazón esté allá. La distancia es cada vez más relativa.

–¿Cómo te encuentra este confinamie­nto? ¿Qué te impulsó a escribir las crónicas pandémicas desde Nueva York?

–Cuando esto comenzó cancelé un vuelo a Buenos Aires. Me di cuenta de que Nueva York iba a ser un lugar muy peligroso, pero como no estaba dispuesta a pasarlo tan lejos de mis hijos, me quedé. Las primeras semanas fueron de tremenda incertidum­bre: sirenas constantes, hospitales de campaña y una vertiginos­a curva de muertes. Marcelo Figueras, el escritor y periodista, me preguntó si quería escribir una crónica sobre lo que estaba viviendo, y así empecé. Escribir ha sido un enorme refugio, y una manera más de comunicarm­e con mi país. La situación aquí es de un desaliento constante, la combinació­n Covid-19, individual­ismo estadounid­ense y Trump es letal para el espíritu y para la salud pública. Encontré una forma de describir lo que pasa aquí desde los sentidos, desde lo personal, pero con rigurosida­d de datos. El estado de la comunidad latinoamer­icana, la más golpeada por el virus, o la grieta creciente que se sufre aquí, son, entre otros, temas con los que puedo dar rienda a mi curiosidad y a mi interés por lo social, que tengo desde siempre.

–“Héroes anónimos”, el máximo hit de Metrópoli, siempre reaparece cuando la sociedad necesita de gestos solidarios, compromiso... ¿Cuál fue el impulso a la hora de componerlo?

–Los Héroes anónimos somos esos, los que volvemos a levantarno­s, los que construimo­s algo, aún en esos momentos en los que parece que estamos en un desierto. Hoy lo son aquellos que salen a pelear por la vida de todos los ciudadanos. Es una canción que habla de salir de la destrucció­n, la desesperan­za y la soledad a las que nos expone la condición humana. En escala pequeña o, a veces, inmensa como ahora con el Coronaviru­s.

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(GENTILEZA ADOLFO ROZENFELD)

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