Cambios de humor
En su leve apariencia de stand up en movimiento, Casi feliz evidencia su magnificada ambición: la de hacer gran comedia con retazos banales, anecdóticos, autorreferenciales. El estado intermedio entre Wainraich y Sebastián activa la complicidad de los cameos de actores famosos, las internas radiales o la rutina de un judío-porteño neurótico. El “casi” es el chiste –el estar a medias de la vida, de la celebridad, de la realidad, del amor, de la carcajada–, pero el énfasis del título delata comodidad antes que inquietud.
De hecho, la tira acaba afianzando su identidad más en lo abundante que en la sutileza de lo escaso: el desfile desmedido de figuras –con Julieta Díaz y Pato Menahem habría bastado–, el múltiple recurso al pasado de secundario y el pedidos de fotos, los diálogos infructuosos con el productor “Sombrilla” (Santiago Korovsky) o el recurrente humor sexual (que termina siendo el más efectivo).
La ternura, la incorrección, el gag o el absurdo –bienvenido en el viaje al tiempo en un Delorean autóctono del episodio 9– son hallazgos y se pierden en el conjunto: para usar motivos de sintonía, es una inadecuada ecualización lo que impide que la serie transmita su haiku a lo Larry David.
Casi feliz va, sin embargo, de menor a mayor, está esmeradamente dirigida por Hernán Guerschuny y Natalie Pérez complementa con gracia la (aparente) falta de sangre de Wainraich: alguien que luce demasiado feliz.