Los nuevos esclavos de la imagen
“Fake Famous”, documental estrenado en HBO, examina el fenómeno de los “influencers” desde un experimento documental.
Democratizada desde que la cámara se unió al teléfono, la cultura del éxito no deja de expandirse y suscitar exámenes sociológicos como el que esgrime Fake Famous. El documental de Nick Bilton –inmiscuido en el audiovisual como animador concienzudo– examina el fenómeno en general y el de los influencers en particular basándose en la lógica de Instagram: los likes, seguidores y selfies en sitios paradisíacos son la moneda corriente para alcanzar el ansiado estatus de popularidad digital.
Lo de paradisíaco debería ir en comillas: el filme revela temprano que el lugar más buscado en el mundo para fotografiarse solo o en grupo no es una playa o un oasis, sino una monocroma pared rosa en Los Ángeles: una pista para entender el adjetivo “falso” (fake) que el documental añade al de fama.
Son esas gratuidad, superficialidad y espontaneidad de la pose lo que le confiere sentido al exhibicionismo, si bien Fake Famous parece equivocarse al contraponer moralmente fama y falsedad cuando se pregunta: “¿Es la fama real?”. Desde que el glamour y el fan masivo existen, la fama siempre ha consistido en una huida hacia la irrealidad.
En todo caso, como Fake Famous pone a prueba con sus aspirantes a influencers, lo perturbador de las redes sociales es su capacidad para hacer que la fama cobre realidad: Bilton convoca a tres estadounidenses radicados en Los Ángeles, sede por excelencia de celebridades de cualquier rango, para convertirlos en famosos de la noche a la mañana.
Los perfiles revelan la triste condición millennial: empleos precarios, ansiedad a flor de piel, necesidad compulsiva de atención. Bilton pone fotógrafos, maquilladores y peluqueros a disposición de Dominique, Chris y Wylie, cobayos que demuestran que no hace falta talento alguno para ser influencer, ni innato ni adquirido: la única medida son los seguidores.
Más aún, la dinámica vacíamente cuantitativa se revela en todo su esplendor cuando Bilton les compra seguidores y likes a sus voluntarios, que así alcanzan velozmente la cualidad de influencers: la llave para promocionar marcas, lugares y eventos globales en ascenso fastuoso. Esa es la parte más interesante del documental, que ilustra un mercado millonario de plataformas, brandings y finanzas del que los influencers son la esclava cara visible: espejos de la economía inflada que promueven, son víctimas de una dinámica 24/7 que hace del sueño glam una pesadilla. El filme es sorprendido por la actual pandemia, contracción que baja la fama a tierra.