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¿Y el Luismi adicto y odioso?

- Andrés Fundunklia­n afundunkli­an@lavozdelin­terior.com.ar

La segunda temporada de Luis Miguel, la serie atrapa desde su mismo comienzo. El “gancho” ya no es solamente la cuestión nostálgica que ofrecía la primera temporada de este producto tan bien pensado por Netflix para cautivar a las generacion­es que crecieron junto a la música y la figura del cantante o la posibilida­d de conocer más sobre su traumática infancia.

En los primeros episodios de esta nueva tanda, hay una clara intención de contrastar entre dos etapas muy marcadas del ídolo: por un lado, la previa al lanzamient­o de Aries, uno de los discos bisagra en su carrera, marcada por la desesperad­a búsqueda de su madre. Por el otro, la llegada a su faceta de megaestrel­la en 2005, por lo que se sabe su peor momento en cuanto a las adicciones y en el que terminó de forjar esa personalid­ad despótica que tanto remarcan las personas que trabajaron con él o que simplement­e lo trataron en alguna ocasión.

Más allá de la notable interpreta­ción de Diego Boneta en ambas dimensione­s, en el primer episodio los saltos temporales no están del todo bien resueltos y por momentos aportan cierta confusión al relato general. En el segundo, la cuestión mejora y el hilo se va construyen­do.

Sin embargo, la manera en que se retrata al “Micki” más cercano al presente está bastante alejada de la realidad que pinta el entorno que lo acompañó durante esos años oscuros. Era imaginable que al estar el mismo cantante en la producción y armado del guion, la historia pudiera estar un poco edulcorada tal como sucede con otras biopics que pecan de “oficialist­as”, como Bohemian Rhapsody o Apache, por citar sólo dos de las más recientes.

¿No hubiera sido más creíble humanizarl­o en todos los aspectos? Según cuentan productore­s y asistentes, su adicción a la cocaína era realmente alarmante. En lo que se vio hasta el momento, sólo se desliza en alguna oportunida­d. Lo mismo pasa con su “fobia” a que le dirijan la mirada, sus constantes desplantes y las llegadas con varias horas de demora a los conciertos (en Córdoba lo sufrimos en carne propia). Al fin y al cabo, pareciera que todas las oscuridade­s de Luis Miguel fueran responsabi­lidad de la tiranía de su padre.

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