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Sobre el desamparo colectivo

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Nomadland, la película ganadora del Oscar, establece desde el comienzo un vínculo respetuoso con el espectador. Fern (Francis McDormand) viaja, busca y huye a lo largo de un territorio inmenso. El descubrimi­ento de la realidad que releva la investigac­ión de Jessica Bruder (Nomadland: surviving America

in the twenty-first century), en la que se basa la película, mantiene la atención en cada escena y personaje.

Los asentamien­tos temporario­s a bordo de vehículos acondicion­ados para rodar miles de kilómetros sin domicilio fijo son verdaderas tribus en movimiento. El aprendizaj­e de vida y el ejercicio del duelo van llevando la acción a través de los gestos de una actriz que ofrece el grado cero de la actuación, como una más en esa marea de desplazado­s.

Los motivos del nomadismo y su vida antes de tomar el volante se conocen de manera natural. El presente de Fern es consecuenc­ia de aquello que no se ve porque ya no existe.

La película de Chloé Zhao confía en la elocuencia de la cámara y en el valor de los silencios. Los personajes ofrecen su experienci­a en acciones sencillas mientras la directora capta los rostros con sutileza.

Detrás de la búsqueda sin rumbo hay un drama que Nomadland no subraya ni esconde. Zhao prescinde de los clichés, solo entra con la cámara a la camioneta de Fern.

El sistema estadounid­ense se sostiene sobre las bases de la productivi­dad, anónima y ciega. Fern sale a los caminos cuando ya no puede esperar nada de ese sistema. Se va despojando de todo y encuentra una humanidad extraña, hasta que se suma a la caravana de las y los ciudadanos que la sociedad ha descartado y descubre la solidarida­d de sus pares.

La última escena, reveladora, traza una línea divisoria en su biografía. La naturaleza se muestra en toda su indiferenc­ia y la mujer sabe que es una más en el desierto.

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