Sobre el desamparo colectivo
Nomadland, la película ganadora del Oscar, establece desde el comienzo un vínculo respetuoso con el espectador. Fern (Francis McDormand) viaja, busca y huye a lo largo de un territorio inmenso. El descubrimiento de la realidad que releva la investigación de Jessica Bruder (Nomadland: surviving America
in the twenty-first century), en la que se basa la película, mantiene la atención en cada escena y personaje.
Los asentamientos temporarios a bordo de vehículos acondicionados para rodar miles de kilómetros sin domicilio fijo son verdaderas tribus en movimiento. El aprendizaje de vida y el ejercicio del duelo van llevando la acción a través de los gestos de una actriz que ofrece el grado cero de la actuación, como una más en esa marea de desplazados.
Los motivos del nomadismo y su vida antes de tomar el volante se conocen de manera natural. El presente de Fern es consecuencia de aquello que no se ve porque ya no existe.
La película de Chloé Zhao confía en la elocuencia de la cámara y en el valor de los silencios. Los personajes ofrecen su experiencia en acciones sencillas mientras la directora capta los rostros con sutileza.
Detrás de la búsqueda sin rumbo hay un drama que Nomadland no subraya ni esconde. Zhao prescinde de los clichés, solo entra con la cámara a la camioneta de Fern.
El sistema estadounidense se sostiene sobre las bases de la productividad, anónima y ciega. Fern sale a los caminos cuando ya no puede esperar nada de ese sistema. Se va despojando de todo y encuentra una humanidad extraña, hasta que se suma a la caravana de las y los ciudadanos que la sociedad ha descartado y descubre la solidaridad de sus pares.
La última escena, reveladora, traza una línea divisoria en su biografía. La naturaleza se muestra en toda su indiferencia y la mujer sabe que es una más en el desierto.