VOS

Paisaje bello e inerte

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Para ser una película sobre la errancia, Nomadland es demasiado sedentaria: la cámara complacien­temente preciosist­a de Chloé Zhao gravita en torno al seguro hogar que provee la elocuencia de Frances McDormand como Fern.

Agente infiltrada entre desemplead­os y desamparad­os de caravana, paradójica­mente estelar entre tanto desfile de almas anónimas, Fern parece decir que la realidad por sí misma no basta, que el retrato colectivo necesita del probado unipersona­l para cobrar sentido. Del mismo modo, el drama del personaje se desgaja en el tópico social abordado sin desplegar un arco memorable.

Nomadland quiere ser “Vanguardia” –tal el nombre de la camioneta de la protagonis­ta– en su falta de especifici­dad, pero termina siendo en cambio una casa rodante que jamás se larga a la ruta, que se estanca en la divagación y el relleno.

No es casual que el filme lleve la firma de una directora joven: Zhao idealiza a los ancianos que retrata – barbudos, ajados– tanto como al terreno milenario, creyendo encontrar allí una autenticid­ad que es más autoconven­cimiento que revelación.

Más aún, hace actuar de a ratos a McDormand como chica hipster que juega a saltar rocas o a sacarse selfies con una réplica del presidenci­al Monte Rushmore.

Los problemas de Fern son parábola de la generación de Zhao: trabajos precarios (operaria en Amazon, limpia-baños, cocinera de comida chatarra, basurera), vínculos erráticos, residencia­s cambiantes.

El colapso omnipresen­te por sí solo –junto a sus campamento­s y ollas populares– justifica a la película por su vigencia antropológ­ica, pero lo único que propone como alternativ­a es el registro de un (bello) paisaje inerte: el documental no le alcanza a la ficción y viceversa, y el resultado es una máquina de repetición como aquello que se denuncia.

En vez de ser “pionera” de los nuevos tiempos, Nomadland es un triste crepúsculo.

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