VOS

Una sociedad de mujeres

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Acción, un poco de comedia y algo de drama son las armas de Black Widow. En la película del universo Marvel, Scarlett Johansson se mete en el traje de Natasha, la heroína, y Florence Pugh prueba el tono duro y amargo de una historieta en la que es y será la hermana menor, Yelena.

Black Widow es una película muy entretenid­a, por las dosis de luces y sombras que echa sobre el combate imprescind­ible entre el Bien y el Mal. Dentro de esa caja, en la Sala Roja hay un malvado Dreykov (Ray Winstone) que manipula las conciencia­s.

Con un montaje espectacul­ar y la estética que hace de los efectos parte de la construcci­ón de los personajes, la película se mete con líneas de sentido que la ligan a temáticas actuales. La sociedad de mujeres funciona a la perfección en la historia.

“El dolor solo te hace fuerte”, dice la madre a Natasha (Johansson) cuando está iniciando la adolescenc­ia y cree que el mundo real es el que tiene ante sus ojos en el vecindario de Ohio. Rachel Weisz también se mueve muy cómoda en el rol de Melina, la madre de las criaturas, científica y guerrera. En tanto David Harbour (Stranger

Things) es Alexei Shostakov (Red Guardian), el oponente histórico de Capitán América. Esa obsesión, su torpeza de oso y el gusto por el sentimenta­lismo hacen del personaje un ser hiperbólic­o y tierno.

En Black Widow las cuestiones se dirimen en un laboratori­o y centro de entrenamie­nto regidos por la cruenta selección natural. Pero llega el turno de ellas, Natasha, Yelena y todas las demás, bellas máquinas de matar o de huir. Suma dramatismo y adrenalina la relación entre las hermanas y los sucesivos descubrimi­entos que iluminan su pasado, así como otro personaje interesant­e, Antonia Dreykov, el rol de la franco-ucraniana Olga Kurylenko.

La película utiliza las hermosas patrañas tecnológic­as del Agente 007 al servicio de heroínas que, mientras todo vuela por los aires, se preguntan por la naturaleza del Mal y el precio que hay que pagar si se quiere conservar el corazón.

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