Una sociedad de mujeres
Acción, un poco de comedia y algo de drama son las armas de Black Widow. En la película del universo Marvel, Scarlett Johansson se mete en el traje de Natasha, la heroína, y Florence Pugh prueba el tono duro y amargo de una historieta en la que es y será la hermana menor, Yelena.
Black Widow es una película muy entretenida, por las dosis de luces y sombras que echa sobre el combate imprescindible entre el Bien y el Mal. Dentro de esa caja, en la Sala Roja hay un malvado Dreykov (Ray Winstone) que manipula las conciencias.
Con un montaje espectacular y la estética que hace de los efectos parte de la construcción de los personajes, la película se mete con líneas de sentido que la ligan a temáticas actuales. La sociedad de mujeres funciona a la perfección en la historia.
“El dolor solo te hace fuerte”, dice la madre a Natasha (Johansson) cuando está iniciando la adolescencia y cree que el mundo real es el que tiene ante sus ojos en el vecindario de Ohio. Rachel Weisz también se mueve muy cómoda en el rol de Melina, la madre de las criaturas, científica y guerrera. En tanto David Harbour (Stranger
Things) es Alexei Shostakov (Red Guardian), el oponente histórico de Capitán América. Esa obsesión, su torpeza de oso y el gusto por el sentimentalismo hacen del personaje un ser hiperbólico y tierno.
En Black Widow las cuestiones se dirimen en un laboratorio y centro de entrenamiento regidos por la cruenta selección natural. Pero llega el turno de ellas, Natasha, Yelena y todas las demás, bellas máquinas de matar o de huir. Suma dramatismo y adrenalina la relación entre las hermanas y los sucesivos descubrimientos que iluminan su pasado, así como otro personaje interesante, Antonia Dreykov, el rol de la franco-ucraniana Olga Kurylenko.
La película utiliza las hermosas patrañas tecnológicas del Agente 007 al servicio de heroínas que, mientras todo vuela por los aires, se preguntan por la naturaleza del Mal y el precio que hay que pagar si se quiere conservar el corazón.