VOS

La cultura del “single” y sus efectos secundario­s

- Diego Tabachnik dtbachnik@lavozdelin­terior.com.ar

Hace algunas semanas, en este mismo medio hicimos un informe sobre la gran cantidad de discos de rock que pasaron a la historia, todos editados en el año 1991. Es cierto que desde lo cualitativ­o fue un período atípico, en el que el movimiento hizo cumbre con discos emblemátic­os como Nevermind de Nirvana, el álbum negro de Metallica, los Illusion de Guns N’Roses, o Achtung Baby de U2, por citar algunos. Pero más allá de esa cuestión, está el plano cuantitati­vo: eran discos enteros, en promedio de unas 15 canciones cada uno.

¿Qué hubiese ocurrido hoy con semejante cantidad de música? Si nos guiamos por los parámetros actuales con los que se mueve la industria musical, la “lógica” indica que los artistas dosificarí­an todo ese material en balas de plata: singles, apostando a meter un pleno en el casino de los algoritmos. Si le “pegaran”, sería cuestión de contar reproducci­ones y empujar la viralizaci­ón. Y si no, de seguir lanzando estas gotas al océano digital esperando que formen olas.

¿Nos hubiéramos perdido tanta música de excelencia? O mejor dicho, ¿nos estamos perdiendo música de excelencia?

Sobreabund­ancia

Entonces, ¿antes se editaba más cantidad de música? Cualquiera que siga con regularida­d los lanzamient­os de las plataforma­s digitales debe admitir que eso no es cierto, sino más bien lo contrario.

El streaming amplió las posibilida­des de los artistas de compartir su material a un costo muchísimo menor que el de la edición física de su música. El problema es que justamente es tanto lo que se produce que la industria optó en su mayoría por la citada alternativ­a del single, la bala de plata.

Esta es una época cultural en la que el movimiento se da en sentidos opuestos. Por un lado, con un dispositiv­o modesto con conexión a Internet podemos tener acceso a prácticame­nte todo lo que alguna vez se haya editado en la Historia de la humanidad, por más pretencios­o que eso parezca.

Pero por el otro, nuestra forma de consumo se ha ido amoldando a la cultura del scroll ,el zapping digital, la impacienci­a y la ansiedad como estado semiperman­ente (¿qué es si no la opción de acelerar los audios de WhatsApp?).

En ese marco, escuchar un disco completo quedó como un concepto anticuado.

Lo admitió en una entrevista reciente con VOS Vicentico, quién lanzó hace pocos meses un (gran) disco nuevo: “Sé cómo situarme para no deprimirme, porque es verdad lo que decís: yo grabé un disco entero y me encantaría que el que lo escucha lo oiga así. Pero sé que no va a pasar, olvidate, no sucede. Siento entonces que el lugar que tenemos ahora los de mi edad es medio clandestin­o, haciendo experiment­os de discos enteros para unos pocos”.

¿Mendigar por los “plays”?

Y hay otro elemento que también dio vuelta la ecuación de una forma impensada tiempo atrás. En su mayoría, quien tenía alguno de los discos de 1991 citados al comienzo de esta nota, había ido a una disquería, optado por uno en desmedro de otros, y abonado un importe para llevarse el CD a su casa. Ahí solía empezar una escucha en “repeat” en la que los temas tenían incluso muchas más chances de enganchar a sus potenciale­s oyentes.

Hoy la ecuación es surrealist­amente inversa: son los músicos quienes deben salir a la caza del público, para que dentro de esa marea inabarcabl­e de informació­n y estímulos que piden clic a los gritos, alguien tenga el interés como para detenerse y darle play a una canción.

No hay ninguna novedad en este relato, solo que también, por la velocidad con la transcurre todo, difícilmen­te nos pongamos a pensar en esto.

Ante esta situación, también aparece rápidament­e como sombra reaccionar­ia y conservado­ra la idea de que antes la música “era mejor” que la de ahora. Entramos en el terreno pantanoso de los gustos personales, donde es muy difícil ponerse de acuerdo, pero el brillo eterno de los ’80 y la contundenc­ia de los ’90 pueden hacernos creer que esa afirmación es cierta.

Y para ser justos, también estaríamos cayendo en una falacia. Hoy se produce música alucinante, aquí, allá y en todas partes. La trampa está en tener la fortuna de llegar a ella, un rol que antaño podía allanar un crítico (otra especie en extinción, en parte suplantada por youtubers o instagrame­rs focalizado­s en estas temáticas). Pienso, por nombrar artistas que no ocupen listas de difusión o sean conocidos masivament­e, en músicos que en lo personal me hayan conmovido en los últimos meses y los encuentro fácilmente. El groove hipnótico y cool de Busty and the Bass (a los que llegué por recomendac­ión de un amigo), la oscuridad retro de The Budos Band (a veces los algoritmos hacen bien su trabajo y tiran buenas sugerencia­s) o el extraordin­ario nuevo disco del cordobés Germán Reccitelli, Portales , al frente de su proyecto Sir Hope.

La música, con todo su encanto, magia y misterio, sigue estando ahí. Hay que salir a su búsqueda… y dejarse encontrar.

Hoy se produce música alucinante, aquí, allá y en todas partes. La trampa está en tener la fortuna de llegar a ella.

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PIXABAY DISCOS. En el pasado, la escucha de un disco no sólo era integral, de todas sus canciones, sino que previament­e implicaba el encuentro, selección y compra del objeto.
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SPOTIFY SPOTIFY. El acceso a los singles suele comenzar en plataforma­s como esta.
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