Un universo explotado
Las series que apuestan por sucesivas temporadas tienen varios caminos para lograr una continuidad. Uno de ellos es, una vez introducidos los espectadores en el universo propuesto, profundizar en los personajes (o crear nuevos) y en la narración. Otra opción es cambiar o ampliar ese universo.
El marginal apuesta por la primera opción. Como otras series carcelarias, “el afuera” solo funciona como contrapunto para seguir contando una historia intramuros.
La primera temporada sirvió para anclar los sentidos de ese universo creado que, si bien remite a la estética realista del Nuevo Cine Argentino, no deja de ser una ficción, con sus propios códigos de verosimilitud, de lenguaje, de producción artística.
Ya sabemos, entonces, que ver El marginal implica adentrarse en un mundo violento, en el que los personajes están en riesgo constante y solo intentan sobrevivir, capítulo a capítulo.
El tema de los primeros episodios de esta nueva temporada es que subraya eso que ya conocemos de manera insistente, buscando un impacto que ya logró la serie antes y de igual manera. En los primeros dos episodios vemos a Pastor (Juan Minujín) sobrevivir a una persecución policial, sobrevivir a la primera paliza dentro de la cárcel, salvar a un interno de ser violado y, después, sobrevivir de nuevo a una escena de tortura.
Quizá el regodeo en la violencia no espante al espectador que ya conoce el código, sino que simplemente lo agobie. El marginal 4 empieza como si el contrato de lectura con ese universo debiera establecerse otra vez... cuatro temporadas después.
Sí, hay una cárcel nueva, un director nuevo (Rodolfo Ranni) y un interno nuevo (Luis Luque). Pero no alcanzan para darle un refresh ala narración, que elige volver a poner el foco en la sordidez de ese mundo que, a esta altura, ya conocemos muy bien.