Una seducción que apasiona
Visitamos la cuenca del Puelo y el Manso para tentar a los esquivos salmónidos con técnica y moscas.
Seducir y capturar salmónidos es, y seguirá siendo, la obsesión de cientos de pescadores deportivos y de los que se asomen a este tipo de práctica por primera vez. Quienes experimenten en carne propia la sensación del proceso que va de la elección de la mosca, del lugar dónde ponerla, de cómo dejarla derivar, del modo de accionarla y darle vida; y, una vez atacada, cómo afrontar una pelea con un reel sin multiplicación y una vara que se arquea hasta límites insospechados –y que pulsa al compás de las corridas y embestidas del pez, tensando nervios y descarbonizando las coronarias del más pintado con una buena trucha sureña–, no tendrán vuelta atrás.
Invitados por los amigos del Mítico Lodge y con el apoyo de Claudio Rodríguez y Piccino Gemma, emprendimos este nuevo relevamiento en uno de los valles más ricos de la X Región chilena. El de los ríos Manso y Puelo. Es que se trata de una cuenca que colecta aguas de dos cursos emblemáticos con mucha circulación de peces, innumerables tributarios y muy fértil en microfauna y alimento para las truchas. Además, estos ríos reciben cada temporada nutridas migraciones de grandes salmones chinook que remontan para cumplir su ciclo reproductivo y que también son factibles de capturarse con mosca, spinning y trolling.
Boca del Puelo
En nuestro caso, y ubicados en un punto estratégico, optamos por comenzar los intentos en la boca del Puelo, en el lago Tagua Tagua, a menos de 5 minutos de navegación del
Mítico Lodge. Se trata de una desembocadura amplia, despejada y con un gran veril de arena sobre la margen sur. Así que, con la embarcación a la deriva y lanzando desde el bote hacia la parte más desplayada, con equipos de mosca de potencias #6 a #7, y dejando que las líneas de hundimiento de 200 a 300 grains bajaran un poco para empezar a recuperar los estrímeres (Woolly Buggers y sus variantes, Egg Sucking Leech, Marabou Muddler, Zonker, etc.), fuimos peinando el área en procura de algún buen pique.
Salmones encerrados
Las bocas son siempre lugares de mayor concentración de peces. La comida llega al lago desde el río, viajando por la fuerza de la corriente, y las truchas suelen apostarse en lo profundo del veril, esperando obtener algún bocado que el torrente acerque a su área de cacería. También es rendidor posicionar la lancha en la parte baja y lanzar hacia la hondura, dejando que profundice. Así fue como pudimos dar con una de las especies más combativas y dinámicas de este relevamiento, se trata de los salmones encerrados. Peces que algún desprevenido puede confundir con una trucha marrón de lago pero que, a igualdad de tamaño con una marrón, despliegan un combate defensivo mucho mayor y de velocísimas corridas.
La forma de distinguirlos es por sus líneas que, en general, son más estil izadas: su cola termina ligeramente en V, su hocico es un poco más aguzado y las manchas en sus flancos son irregulares alargadas, de bordes más rectos y angulados y no tan redondeadas como los típicos lunares de las truchas. La mosca que mejor funcionó con estos salmones encerrados fue la Intruder atada en anzuelo #4. Una delicia de pez para pescar con un equipo de mosca.
Líneas de comida
Pero no todo es la boca. El lago, cuando los vientos lo permiten y no lo encrespan demasiado, tiene lugares de muy variada geografía para albergar buenos peces y pa-
ra irla recorriendo: orillas desplayadas al Este y accidentadas en el resto del espejo de agua, chorrillos, desagües, cascadas, veriles, pedreros y paredones de roca. Un sinnúmero de lugares donde lanzar una mosca y provocar que ocurra la magia del pique.
Las líneas de comida son para no desaprovechar. Se trata de largas hileras de hojas, resaca, ramitas y material en suspensión que viaja en la corriente en forma alineada. Suelen llevar, además, algún pequeño insecto, hormiga, gusanito o incluso pequeños peces acompañando por debajo de esa procesión de hojarascas y restos vegetales y que las truchas mayores patrullan buscando chances de alimento. Las líneas de comida no son permanentes ni estáticas pero, una vez detectada una, siempre son buenos lugares para prospectar.
Otros sectores interesantes son las orillas profundas, tanto
en los ríos como en las aguas mansas. Aquí las estrategias pueden ser diferentes: lanzar bien pegado a las ramas o a las rocas costeras y recuperar ni bien cae; o lanzar, dejar hundir por un lapso de tiempo que se puede ir aumentando, y luego comenzar la recuperación. De esta manera, se intenta con los peces que se mueven cerca de la superficie, esperando lo que pueda caer de las márgenes: los insectos y gusanos de la vegetación orillera y todo pequeño organismo que se movilice cer- ca de la costa y no muy hondo. Con la segunda alternativa se buscan las piezas que están refugiados y apostados más abajo en la columna de agua, también a la espera de lo que traiga la corriente y acechando a pequeños peces que se movilizan cerca de la ribera pero más abajo.
Además de usar líneas que hundan, agregar algo de lastre en las moscas ayuda a que el conjunto baje parejo, tanto la línea cómo la imitación, y que la pesca sea más efectiva. Si lo primero que ve la trucha es la línea que descendió rápido y la mosca viene más arriba, es probable que se alerte, se asuste y se desinterese ante algo que no es tan natural. El peso se puede lograr con diseños que incluyan cabezas metálicas, ojos de cadena, de metal o con alambre de plomo en el cuerpo del anzuelo al momento de confeccionar la mosca.
Jabalí y Mallín
Remontando el río Puelo hay pesqueros a cada paso e infinidad de lugares donde intentar. La zona de Isla Jabalí y la desembocadura del pequeño río Mallín nos brindaron, además de grandes percas (trucha criolla), algunas de las mejores marrones de este relevamiento y una exquisita pesca con líneas de flote y moscas imitadoras de libélulas o matapiojos –al decir local–, nos referimos a la dragonfly.
Toda esta zona de la Isla Jabalí es un antiguo meandro del río en forma de gran U o herradura, que en algún momento se embancó y posteriormente se volvió a conectar con el curso madre y que, a pesar de estar comunicado con el caudaloso Puelo, conserva características de aguas muy mansas, casi de laguna, y mucha vegetación acuática de algas y juncos. Esto les ofrece a las truchas un inmejorable lugar de alimentación y permanencia.
Para llegar a la zona más alta del Puelo e intentar en los pesqueros más alejados, contamos con el apoyo de Jovino Martínez y su esposa Paulina quienes, río arriba, nos abrieron las puertas de su casa y ofrecieron cobijo y almuerzo en una jornada desapacible de lluvia, lo que nos
permitió recuperar energías para seguir pescando por la tarde y además vivir con ellos y los guías Cristian Mellado y Cololo, gratos momentos de distensión y camaradería junto a todo el grupo de pesca que éramos. Aspectos que hacen a una placentera salida. No todo es atrapar peces; capturar vivencias, experiencias, charlas y momentos es tan gratificante y enriquecedor como el contacto con las escamas.
La confluencia
Otro buen lugar es la confluencia del Manso con el Puelo, donde también se puede vadear. Remontando el Manso –un río de aguas increíblemente limpias– hay muchas correderas donde actuar con ninfas, como Kaufman Stone, Cooper John, Prince, Hare’s Ear y otras, con buenas chances. Además, en determinados lugares se forman desbordes y pequeños canales que corren paralelos al cauce principal entre sauces y vegetación costera y que, a pesar de no ser de grandes dimensiones, albergan truchas de buena categoría para intentar con equipos más livianos – como un #4 o #5– y moscas secas. O incluso para jugar a dos puntas con la técnica del dropper, es decir con una mosca seca grande que puede ser de foam como una Chernobyl Ant, una Fat Albert o un Grasshopper, y el agregado de una ninfa lastrada vinculada con un tippet 4X de dos pies de largo. Así logramos con Claudio y Zoilo vivir a yerros y clavadas una de las mejores tardes de pesca, a trucha vista y viendo subir marrones y arco iris de hasta un kilo y medio a nuestras imitaciones. En un apasionante juego de seducciones y desaires que nos hizo olvidar que ya era hora de regresar al lodge antes de que se apagaran las últimas luces del día.
Seducir y capturar truchas es, y seguirá siendo, apasionante para pescadores deportivos de todo el espectro y, con el correr del tiempo, se llega a comprender que tal vez no sea uno el que las atrapa, sino que son ellas las que nos tienen cautivos y rehenes de una pasión ancestral, tan sana cómo adictiva, con la diferencia de que nosotros las soltamos. Ellas, definitivamente, no.