Weekend

Historias a la vera del río.

De Bella Unión a Carmelo, un recorrido por el Corredor de los Pájaros Pintados, donde el agua modela pueblos y misterios.

- Por Pablo Donadío.

De Bella Unión a Carmelo, Uruguay, un recorrido por el Corredor de los Pájaros Pintados, donde el agua modela pueblos, personajes y misterios.

El Gringo señala el ripio que se aleja de Bella Unión. En el extremo del norte uruguayo, el pueblo vecino de la correntina Monte Caseros y la brasileña Barra do Quaraí se ha vuelto algo famoso. Cada vez son más los argentinos alborotado­s ante los precios de sus freeshop, el recreo a las muchas termas de la región. “Tienen locura por los aires acondicion­ados. A veces, la balsa a Caseros parece un aire acondicion­ado gigante sobre el Uruguay”, dice el baqueano. Al rato, el entorno es plenamente verde: caña a un lado, caña al otro. “Hemos crecido, y estamos contentos pero no olvidamos nuestra esencia cañera”, asegura el también miembro del Centro Comercial, una suerte de gremio que aúna la actividad del pueblo y donde la zafra sabe de luchas sindicales y políticas.

En el horizonte aparece una chacra y, en su tranquera, un hombre de barba y panza imponente nos espera machete en mano. “Tómese un mate y venga a ver el otro proyecto mientras dejamos que el cabrito chispee lindo”, dice El Yaneco, arrendador de estas tierras preñadas del azúcar que la subsidiari­a de ANCAP, la petrolera uruguaya, compra (a él, a todos) para sus combustibl­es. “Al principio fue

una salvación pero ahora no pagan ni los costos de producción. Diga que somos tesoneros y vamos, como decía el Che, hasta la victoria siempre”. Junto al Gringo, su compadre,

El Yaneco ha sabido pescar surubíes de 70 kilos que registró en un álbum para los descreídos. También pelar caña hasta el anochecer y, ahora, encarar un camping en una de las bocas calmas del Uruguay, porque de sueños vive el hombre: “Desmontamo­s, estamos plantando ibirá-pitá y otras especies autóctonas, y nos queda terminar la bajada al río para salir a navegar hasta el Rincón de Franquía, nuestro tesoro”, dice. Nombra el Area Protegida que alberga el 50 % de las aves del país y cuya bahía salvaje (también con camping) ofrece una de las vistas más bellas de la triple frontera. Allí, en las paradójica­s aguas que la separan y unen a sus vecinos, se recrea esa Bella Unión.

Entre palmas, miel y arcilla

Al sur, en el área natural que envuelve el pueblo de Guichón (Paysandú), nos esperan Carlos y Carola. Los anfitrione­s no sólo coinciden en sus nombres. La pareja, que integra el grupo de guías locales, está enamorada de estos Montes del Queguay, su entorno salvaje y un río con cardúmenes de sábalos y dorados enormes paseando a un par de metros. “La geología de la región, con un suelo rocoso que no ensucia el agua, hace que sea tan lindo para pesca deportiva, f lotadas, kayak, snorkel como navegacion­es”, explican.

Con ellos partimos también hacia la cuchilla de Haedo, entre colinas y palmeras centenaria­s que recuerdan el cruento enfrentami­ento entre Blancos y Colorados en las guerras civiles. Allí subsiste un pequeño caser ío que los g uías suelen utilizar como base del campamento de luna llena, con caminatas y cabalgatas incluidas. El inminente centro de v isitantes, el spa A lquimia y las termas del Almirón son otros atractivos de Guichón que merecen una visita más larga.

Jazz y naturaleza exuberante

Nosotros emprend imos el descenso hacia Nuevo Berlín, donde la tierra guarda otros secretos, como el de la miel isleña. “Es un trabajo a cargo de pocas familias; se puede participar de la cosecha y ver las colmenas flotantes que mantienen la miel a salvo cuando las islas se inundan”, dice Silvia, guía local

y productora de La Serena, cuya pureza llega a los Estados Unidos para consumo y a Alemania para cosmética.

Ya en el departamen­to de Soriano, el giro es completo y nos convoca una ciudad de esencia jazzera, exquisita rambla y río perfecto. “Nuestro festival internacio­nal, los senderos del Hum y las salidas para apreciar la exuberante naturaleza que ofrece el río Negro, desde la playa o a bordo del catamarán Soriano I, son buenas razones para enamorarse de Mercedes”, describe sin más José Luís Perazza, responsabl­e de turismo. Él nos recomienda llegar a Villa Soriano, declarada Monumento Histórico Nacional por ser el asentamien­to europeo más antiguo en territorio uruguayo (1624).

Su apacible muelle con faroles a ambos lados, sus museos y edificios históricos bien valen la visita, que no es completa sin las empanadas caseras de Café del Río ni el taller de alfarería indígena de Sandra Gutiérrez: “Me gusta que la gente me visite y juntos charlemos de los chaná, moldeando la arcilla como ellos”, dice la responsabl­e del taller Tumiyu, que ofrece hospedaje en una cabaña contigua a su casa y los mejores desayunos de la región.

Frutos de una tradición

En Carmelo la tierra promete buen vino y descanso, y sabe cumplir. Por eso su Ruta del Vino se afirma lejos del glamour de otras latitudes pero bien cerca de los visitantes, con algunas familias que ligan el turismo a la naturaleza, la arquitectu­ra y la gastronomí­a en establecim­ientos centenario­s y otros recién nacidos. “Acá tomás mucho más que un vino. Saboreás historias de vida de pioneros, con sueños y frustracio­nes que, lejos de hacerlos bajar los brazos, los fortalecie­ron”, dice poéticamen­te Diego Vecchio, responsabl­e de Almacén de la Capilla.

Su mujer, la enóloga Ana Paula Cordano, está a cargo de la bodega que el tatarabuel­o Cordano fundó al llegar de Génova en 1855. El lugar, un viejo almacén de ramos generales, conserva aún la estructura original, con techos altísimos, esquina sin ochava y un sótano fresco donde se atesoran los vinos de la familia. “Creemos en el turismo como una posibilida­d más de desarrollo, por eso hicimos una cabaña en medio de la finca, en la que se puede pasar la estadía completame­nte solo contemplan­do la viña. O acercarse a recoger uva, pisarla en la vendimia o desayunar con nosotros en la galería”, dice la creadora

de las líneas de blanco, tinto y rosado que se complement­an con productos regionales como dulces, castañas en a lmíbar, aceite de oliva, caramelos y jabones del propio vino.

Hoy su finca recibe visitas que llegan en combi desde Carmelo o Colonia para disfrutar de distintas guiadas, aunque también crecen los pasajeros particular­es en auto, bici o moto, opción que recienteme­nte ofrece el ferry Cacciola desde el delta del Tigre. “Eso nos llevó a mejorar el picnic y las degustacio­nes con quesos y vinos, y a brinda r opciones cerca nas como la capilla San Roque, los pozos de agua dulce y el balneario, para que el día les rinda completo”, completa Vecchio.

En el pueblo fundado en 1816 por el prócer José Gervasio Artigas, las propuestas no terminan ahí. El emblemátic­o puente giratorio, las navegacion­es de Mario Guaraglia por el Arroyo de las Vacas y los sabores de río a manos del chef del Restó 12 de Febrero, son imperdible­s de un corredor que nos ha dejado la intriga de la Meseta de Artigas, las posibilida­des de pesca en Salto y el glamour de Las Cañas. Por suerte, nos acompaña el sabor de un buen tannat y, entonces, podemos poner un relativo punto final.

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Arriba, el Gringo en una toma de agua del cañaveral y el cabrito de El Yaneco a punto. Derecha: el taller de alfarería indígena de Sandra y la lancha de Nuevo Berlín trayendo la miel isleña.
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Arriba a la izquierda, la cosecha de uvas en Almacén de la Capilla (Carmelo). Centro y arriba, dos imágenes de la ciudad de Mercedes: el festival de jazz y embarcando en el Soriano I para disfrutar del paseo en embarcació­n por el río Negro.
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Un baqueano posa para la foto en Guichón, con las palmas de fondo.
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La vista de las viñas de Almacén de la Capilla desde la cabaña, uno de los lujos de Carmelo.

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