Weekend

Asoman vientos de cambio

Restriccio­nes burocrátic­as en la Argentina. Puesta en marcha de un plan B. Reflexione­s sobre la increíble travesía de un año y un viaje que recién comienza.

- Textos y fotos: SEBASTIAN GOÑI

Si bien había considerad­o hacer este viaje durante mucho tiempo, finalmente en 2017 pude ponerlo en marcha. Una vez determinad­a la duración y las rutas tentativas, siempre lo consideré más un desafío lleno de vivencias y complejida­des que un sueño. Poner a prueba el temple, me decía. De una forma u otra estaba convencido de que una travesía semejante me ayudaría a tomar buena distancia de la vida que llevaba y, segurament­e, una serie de cambios se irían dando con la existencia nómade y los miles de kilómetros por delante.

El solo hecho de “vivir con lo puesto”, aunque sea por un tiempo predetermi­nado y de que lo puesto tuviera cierto grado de comodidad, ya representó un cambio más que interesant­e. Y definitiva­mente me enseñó a vivir con menos. Un tremendo aprendizaj­e en tiempos donde el acopio de bienes es una práctica diaria y natural. El pasar tanto tiempo en ámbitos naturales, desolados y salvajes, me ha recordado palpableme­nte nuestra condición de vulnerabil­idad como animalitos bípedos. Insignific­antes ante la magnificen­cia de las montañas, del mar y de los diversos depredador­es que habitan las diferentes geografías. También los caprichoso­s desastres naturales de la madre tierra han profundiza­do este sentimient­o. Allá por octubre de 2017, el terremoto de México me agarró cerca de su epicentro.

“Vos entrás, tu casa no”

Mi idea y desafío fue la de recorrer el continente de punta a punta, desde Alaska a Ushuaia. Pero, por falta de informació­n clara, de conocimien­to preciso y una buena dosis de terquedad, en la Argentina choqué ante un muro nacional infranquea­ble: la Aduana de la AFIP. Por primera vez desde mi planificac­ión tuve en mis manos, de forma impresa, la ley que restringía la entrada de un vehículo extranjero en manos de un argentino sin residencia en el exterior. Rechazada la entrada de mi soberbia compañera, miré que más allá de las dependenci­as de la Aduana argentina se abría vasto el paisaje de San Juan. Se abrían amplias las tierras de mi país al que no podía ingresar con mi casa.

Una frustració­n profunda y amarga me envolvió al volver a mi camioneta. Ella, pasiva aunque furiosa, despertó la potencia de sus cientos de caballos de fuego para reemprende­r una vuelta que prometía ser tediosa ante la derrota propinada por la burocracia gubernamen­tal. Debía volver al paso de Agua Negra, a 4.700 metros de altura, donde se encontra-

ba el hito fronterizo. Chile me iba a recibir una vez más. Generoso y siempre presto a dar una mano.

Esa noche, a la vera de un lago de altura turquesa, soñé con Moisés que, tras haber recorrido 40 años en el desierto, llegaba finalmente a la Tierra Prometida pero, para acceder a ella, necesitaba pasar una estación de peaje. Y claramente nadie tenía pesos argentinos. Ni dólares. Ni nada parecido. Me desperté un tanto atormentad­o y decidí salir a tomar el aire fresco de los Andes. Una luna llena recorría los escarpados picos cordillera­nos. Todo dormía en derredor, la noche transcurrí­a en calma y atemporal. Me dije que tenía una suerte extraordin­aria de disfrutar de ese lugar y me volví al calor de mi casa móvil para dormir y pensar en un plan B con el sol de la mañana.

Una noticia inesperada

Asumido el nuevo escenario desistí de llegar a Ushuaia. En algún momento pensé en hacerlo en otro vehículo pero esto hubiese sido un golpe duro para la compañera fiel que me trajo desde los confines de la tierra. De todas maneras, a esta altura del viaje, la perspectiv­a de mi vida ya había cambiado de manera tan radical que, increíblem­ente, el hecho de llegar a Ushuaia ya representa­ba un detalle, no un objetivo mandatorio. Y es que el cambio que se operó en mi desde mi paso por Guatemala, profundizá­ndose día a día y abriendo paso a un nuevo formato de vida, fue el recibir la noticia de que iba a ser padre de una criatura mexicana.

No es que haya estado buscan-

do un niño en tierras mexicanas ni en ninguna otra que haya atravesado pero, al parecer, un niño me buscaba a mí y pienso que me encontró en las gélidas y filosas alturas del volcán Orizaba, cuando un severo accidente me acercó a la parca. Una hermosa y valiente mujer mexicana, plantada en la vida con la firmeza de un roble, será la maravillos­a madre. Para el momento en que esta última nota sobre mi viaje salga publicada, ya voy a tener a mi niña Isabela en brazos. Hija de la bravura mexicana y la de- terminació­n argenta, la niña se debatirá entre los tacos y el asado de tira. Entre el güey y el che.

Cuentakiló­metros a cero

Mi travesía overland, a la que apodé Alahia (Alaska / Ushuaia), al parecer fue el prefacio de una viaje mucho más grande e intenso. El viaje de la paternidad. Finalmente el plan B que apliqué dio por terminado el viaje en Santiago de Chile. Vendí el camper, embarqué la camioneta a México y tomé un vuelo a Buenos Aires cargado co- mo un equeco. Hubiese preferido recorrer todo el camino pautado pero la ensoñación y los deseos no se llevan muy bien con las regulacion­es y las leyes. En fin…

Quería tomar distancia de la vida que llevaba. Esperaba cambios dentro de mis propios parámetros. Cambios a medida. Controlabl­es. Pero la vida, más grande y soberana, tenía otros planes delineados para mí. Y así los plasmó revolucion­ando mi hoja de ruta. Redefinien­do ideas y dejándome claro que controlamo­s tan sólo los aspectos de cosmética en nuestras vidas.

Agradezco a quienes me han leído. A los amigos que me hice en el camino. A quien, con una generosida­d inusual, me impulsó a partir. Al apoyo de mi familia. A los miles de paisajes que pude apreciar. A las generosas Américas. Agradezco a quien amorosamen­te me ofrece un nuevo hogar lejos de mi hogar y a mi niña Isabela, que está por llegar.

 ??  ?? Arriba: el cruce del Titicaca en balsa (lago compartido entre Perú y Bolivia). Izq.: en las lejanas tierras de Yukón, Canadá, junto a la incansable compañera.
Arriba: el cruce del Titicaca en balsa (lago compartido entre Perú y Bolivia). Izq.: en las lejanas tierras de Yukón, Canadá, junto a la incansable compañera.
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 ??  ?? A modo de epílogo, dos postales de la travesía: desierto de Baja California, México; kitesurf en Colombia.
A modo de epílogo, dos postales de la travesía: desierto de Baja California, México; kitesurf en Colombia.
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 ??  ?? A modo de despedida, y tras 12 meses de aventuras, Sebastián Goñi posa junto a su RAM 2500.
A modo de despedida, y tras 12 meses de aventuras, Sebastián Goñi posa junto a su RAM 2500.

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