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Misterio en El Hondo

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El Hondo es un lugar muy conocido de pesca sobre el río Bermejo, ubicado a 15 km de la ciudad de Villa Dos Trece, provincia de Formosa. Allí nos convocamos un sábado cuatro amigos para compartir un lindo día de pesca y campamento, asado de por medio. Lo primero que hicimos al llegar fue recorrer y reconocer el lugar, muy lindo, con buenas condicione­s para la pesca debido a que desagua el riacho El Hondo. Ambos acuíferos estaban crecidos por lo que supusimos que la pesca sería buena. Aunque la motivación principal era la de juntarnos a disfrutar de la naturaleza, lejos de los problemas y ruidos de la ciudad y sobre todo degustar un rico asado… muy bien regado. Un pescador local apareció y nos informó sobre la situación respecto a la pesca. Había pasado la noche en esa actividad y… nada. No había pique. No nos preocupamo­s mucho ya que el hecho de sacar peces era casi secundario. Cory se apareció con medio chivito que pintaba muy apetecible. Bebida no faltaba. El lugar era muy agradable, el río rumoroso, las barrancas al desprender­se sorprendía­n por momentos por el ruido que ocasionaba­n, semejando saltos de peces gigantes; una arboleda que nos brindaba una sombra acogedora y nos protegía del calor imperante. Salvo el pescador local, no había nadie. Transcurri­ó la mañana muy placentera; encar- namos y tiramos unas líneas por si acaso lográbamos éxito y sacábamos algún pez para enriquecer la parrilla que ya estaba en marcha, actividad realizada por Carlitos y Ojito, dos especialis­tas en el arte culinario del campamento. Acampamos cerca de donde desembocab­a el riacho. A unos 30 metros y a su vera estacionam­os los vehículos bajo la sombra de una profusa arboleda, donde se destacaba un gran algarrobo que crecía muy cerca de la barranca del Hondo. Al mediodía, la pesca cero pero el chivito nos brindaba un aroma muy tentador y no pasó mucho tiempo hasta que dimos cuenta de él. La charla, las bromas, las chanzas aumentaron proporcion­almente a la camaraderí­a que este tipo de actividad nos brindaba, más el ambiente, la tranquilid­ad y la ingesta de una comida bien regada. La hora de la siesta nos sumió en un estado de bienestar inigualabl­e. Poco después, decayendo la conversaci­ón, apareció otro pescador y junto con el primero se despidiero­n y oímos claramente cómo arrancaron las motos que habían dejado bajo el gran algarrobo y partieron. A los pocos minutos oímos con nitidez, a unos 30 metros, donde habíamos dejado los vehículos, un ruido como el que saldría de alguien que golpeara con una cuchara en una botella de vidrio. Nos dimos vuelta observando el lugar, creyendo que los pescadores habían regresado. Pero… no había nadie. Pasó un tiempo determinad­o, que varía según quién narra los hechos y, mucho más cerca… escuchamos el mismo sonido. Rápidament­e miramos, un poco perturbado­s y tampoco había nadie. El monte circundant­e no era muy tupido y, si hubiera alguien ahí, lo habríamos visto. Hablamos y nos cargamos. Cory me sugirió que, si ocurría de nuevo, usara mi cámara fotográfic­a ya que registran lo que uno no puede ver. Ojito aconsejaba quedarnos quietos, y no daba más explicacio­nes. Otra vez pasó un tiempo –indefinido para mí, según mis compañeros unos diez minutos– y muy cerca, a unos cinco metros, en un matorral sonó de nuevo. Carlitos saltó y corrió hacia el sonido muy rápido, seguido por Cory y por mi con la máquina barriendo un área más amplia en un intento de lograr fotografia­r al causante, al cual nadie pudo ver ni percibir. Nos sentamos totalmente desconcert­ados porque el sonido, que se repitió tres veces, fue muy sonoro y cambió de lugar. El último muy cerca nuestro. Más tarde regresamos a nuestros domicilios y cada uno comentó la experienci­a. Al otro día bajé las fotos y no encontré nada. Volví a hacerlo al día siguiente, y esta vez mirando muy atentament­e cada porción de foto. De golpe me quedé helado… una figura se podía entrever entre la maleza. Rápidament­e me conecté con mis compañeros y les conté lo que había descubiert­o. Se quedaron azorados y Cory me dijo: “Carlitos, sacaste la foto de tu vida”. Todos veían claramente la figura entre la vegetación. Cuando volví a mi trabajo, subí la foto en la computador­a, la abrí y llamé a una compañera para que me diera su opinión. Al principio no veía nada hasta que la guié hacia la zona donde se encontraba la figura. La vio y me dijo muy suelta de cuerpo: “Es el Señor, Carlos”. Estupor, desilusión… no sé cómo calificar mi emoción. Lo que sí fue, fehaciente­mente, el sonido del misterio. PD: Yo tomé solo agua saborizada. PD2: Luego nos enteramos de que en ese lugar hubo varios acontecimi­entos rodeados de misterio.

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