Dónde correr en vacaciones
De Jujuy a la Patagonia, pasando por el mar y las montañas, destinos que ofrecen senderos y caminos improvisados para no perder el ritmo y disfrutar de otra manera.
Las vacaciones son un desafío para los amantes del movimiento. Se puede ser surfer, golfista o runner, da igual. De seguro se buscará algún rincón o recorrido para despuntar ese espíritu inquieto. Buenas opciones para el trote en primavera pueden ser las siguientes.
Orillas del Paraná
Las ciudades Rosario y Corrientes no sólo comparten una verde riqueza natural y edificios de referencia histórica. Sus costaneras con sendas para trotar en compañía del río las vuelve un destino ideal para corredores que gustan de paseos urbanos, buena gastronomía y movida nocturna en un mismo lugar. En la cuna de la bandera los runners andan a pura zancada aprovechando pendientes y las desafiantes escaleras del Parque España, eludiendo cada tanto inmóviles pescadores que apenas sacan los ojos de la caña para dar un sorbo al mate. Son 11 km de rambla bordeando el rosa intenso del Paraná, ideales para alternar aceleración y pique recto con trabajo de fuerza. Y claro, disfrutar de una de las ciudades más bellas del país.
En Corrientes, el Paraná rodea a la ciudad formando un semicírculo que desde el Parque Mitre a la rotonda Sur posee cinco kilómetros, número ideal para un ida y vuelta poco exigente en desnivel pero siempre desafiante
por las temperaturas elevadas. Las luces de Resistencia (Chaco) iluminando la otra orilla, los sonidos de chamamé, aromas del chipá mbocá y la simpatía típica del correntino hacen el resto.
Al Frey
El sendero al refugio Frey es famoso para muchos visitantes de Bariloche, y un desafío interesante para quienes tengan miras en una 21k de trail. Con 10 km iniciales de subida, desnivel y alternativas se establece como un gran entrenamiento en esta hermosa ciudad rionegrina. Se parte de la base del Catedral en sentido contrario a la entrada del complejo de esquí, por un estrecho sendero que rodea la cara del cerro cercana al lago Gutiérrez. Siempre en silencio, se trota tranquilo bajo un marco casi fílmico de picos y glaciares, de laderas y bosque interior, que otorga un misterio cautivante a cada rin-
cón. Luego de pasar troncos quemados de un antiguo incendio, retamas y arbustos autóctonos, y un par de puentes con arroyos caudalosos, todo es del bosque y sus árboles inmensos.
En el trayecto de ida se afrontan algunos ascensos sencillos pero también escalones de tierra, piedra y raíces que merecen atención constante. Tras el bosque, el desnivel se intensifica 500 metros en los dos kilómetros finales, con algo de nieve en su tramo final. Ubicado a 1.700 msnm, el Frey cuenta con todo lo necesario para recibir visitantes y la posibilidad de pernoctar. Hay comidas varias y bebidas, agüita para el mate siempre lista y asesoramiento de los refugieros para desandar los alrededores, porque llegar es un lindo desafío, pero quedarse y recorrer, lo es aún más. En el refugio hay libros y revistas con indicaciones para caminar hasta miradores y torres rocosas o llegar a la inmediata laguna Toncek, un remanso de aguas verdes. Ahí nomás, como si fuera poco, también esta la desafiante aguja Frey, la razón de ser de los escaladores.
Para la vuelta se puede regresar por el Catedral o animarse a la Picada Eslovena, un descenso de 14 km hasta Villa Los Coihues, junto al lago Gutiérrez, que permite practicar el descenso a toda máquina con tramos para el trote hasta la playa Muñoz, la cascada Los Duendes o el autocamping, y coronar así 24 kilómetros con un buen corte en el medio.
Sierras y olas
Ideal para trabajar cuádriceps y gemelos, lo que redunda en más potencia, músculo y mejor respiración, las playas suelen ser buena compañía con el suave murmullo de las olas. De San Clemente a Necochea, todos los balnearios de la Costa Atlántica son un llamador para los deportistas. Muchos corredores eligen así el paso firme sobre la arena cerquita de la orilla, de Gesell al faro Querandí (16 km); de Santa Clara a Cobo (8 km); de Miramar a Mar del Sur (17 km), para aprovechar el paisaje mientras se ejercitan y nutren de un oxígeno mucho más puro.
En Pinamar y Mar de las Pampas se suma además el atractivo del bosque. En la primera, desde la entrada al country La Herradura y por la Av. Verde de Circunvalación se recorren de 7 a 10 km, dependiendo si se utilizan las manzanas internas o no. En Mar de las Pampas, el recorrido que bordea por completo a todo el balneario reúne 9 km y pasa por la costa, el bosque y las calles Del Plata y Juanita Soria.
Otra geografía cercana pero bien d ist i nt a l leva a Ta nd i l, capital del running bonaerense. La ciudad tiene allí más de una veintena de combinaciones para caminar y correr en torno de sus campos y sierras. El circuito Dique-Quijote-Parque I ndependencia se i n icia en la intersección de Paso de los Andes y Avenida Estrada, y es buena medida para corredores medios. El recor rido incluye mucho desnivel y la hermosa vista del embalsado, la Fuente de los Vascos, un tramo de la Senda Aeróbica Coronel Dorrego y el ascenso y descenso del
Monumento al Quijote, para sumar 8,5 km en la cima del Parque Independencia.
Custodiado por las flechas
A medio camino entre las salteñas Cachi y Cafayate, un paisaje surrealista sorprende en la mítica RN 40 y reta a runners de fuste. En el kilómetro 4.380 comienza un paisaje más lunar que terrestre, con pliegues montañosos peinados por la furia del viento y la erosión. Similares a cuchillas inclinadas de unos 30 metros de alto, esas formaciones generan estrechos desfiladeros hasta el río Calchaquí donde solo corre el silencio. Se trata de la Quebrada de las Flechas, formadas hace unos 15 millones de años. “Son rocas duras y cristalinas del Precámbrico, que forman las cumbres de Quilmes o El Cajón hacia el oeste del valle actual”, explican los lugareños.
De Payogastilla, un discreto paraje rodeado de huertas y campos labrados sobre estas geografías, puede sumarse 24 km hasta el Calchaquí por el ripio consolidado que presenta poco tránsito y desniveles ideales para el entrenamiento. Lo bueno es la cercanía de esos parajes ante un eventual inconveniente, y debe irse y volver en auto si se está hospedado en alguno de aquellos destinos importantes. La única contra es el
polvo que en ocasiones levanta el viento pero el paisaje encañonado, la bella iglesia de Payogastilla y el silencio, bien valen el recorrido.
Rojos paredones
El Cañón del Atuel, en Mendoza, es célebre por su oferta turística, posibilidades náuticas del río y paredones donde la escalada cobra importancia. Ese mismo escenario tienta a los runners avezados con sus 38 km desde la ciudad de San Rafael hasta el embalse, camino de la bellísima y árida Ruta 173. Para quienes están recién comenzando, la opción pasa por llegar a la parte más concurrida, donde los hospedajes y restaurantes se amuchan ya sobre el puente que cruza el Atuel, y dejar el vehículo para emprender el recorrido que desvía al norte. Así se sale a una de la puntas del dique para completar, tras 6,5 km, la llegada al otro extremo.
Ya mucho más al norte, en Jujuy, precisamente en Purmamarca, otro circuito rodeado de paredones rojo intenso ofrece la mejor combinación entre ejercicio y paisaje, poco tránsito (es un camino vehicular) y la magnífica y cercana vista del cerro de los Siete Colores. Se trata del Camino de los Colorados, de unos tres kilómetros, con la opción de sumar dos de pueblo y completar cinco de encantador silencio quebradeño.
Desafío al Quillén
Mariano Pelle es un runner que siempre busca nuevos desafíos. Fue quien armó un circuito que entusiasma hoy a varios amantes del ultra trail uniendo Aluminé con el lago Quillén, tras unos 60 km. Bien estudiado y equipado, su reto fijó partida desde esa ciudad neuquina hasta el camping del lago, por la Ruta 23. La travesía recorre unos 20 km al sur hasta estancia Rahue, bordeando siempre el río Aluminé para contar con abastecimiento de agua y de allí otros 30 km al oeste hasta el lago Quillén. Entre trote y tramos de caminata, una modalidad propia del ultra trail, se logra llegar a la colosal desembocadura del río, uno de los premios. “Descansé un rato, tomé aire y recordé viejos tiempos. Luego le metí otros 15 km hasta el camping, donde me hospedé por primera vez”, dice Pelle.
Bosques vírgenes, zonas de campos y riberas despobladas sellaron su comunión con esa naturaleza que guió su regreso al primer destino patagónico que conoció a los 13 años. “Un condimento que sumé esta vez fue el mate. Salí caminando con un termo chico los primeros dos kilómetros y, al llegar al camping, prendí agua caliente y coroné la llegada con otros matecitos. ¿Qué más puede pedirse?”.