Vida silvestre en aguas con historia.
En Puerto Deseado, Santa Cruz, el pasado convive con un marco natural siempre activo, donde los pingüinos se llevan todos los flashes.
En Puerto Deseado, Santa Cruz, el pasado convive con un marco natural siempre activo, donde los pingüinos se llevan todos los flashes.
La noche se presenta profunda y fría, y ni el más mínimo movimiento se percibe en la calle. Pareciera que los únicos que están despiertos son los tripulantes de un barco que está por entrar en la ría para atracar. Para sorpresa de los visitantes, una lenta y suave tonalidad rojiza empieza a teñir el horizonte. Son las cuatro de la madrugada y el sol ya está dictaminando el final de la noche.
Gracias a las características de estas latitudes, la localidad santacruceña de Puerto Deseado goza de días extremadamente largos para esta época del año. Y, a pesar de ser una pequeña urbe que todavía vive y respira como un pueblo de la Patagonia, cuenta con una riqueza natural, cultural e histórica tan basta que requiere de varios de estos largos días para ser aprovechada al máximo.
La vida en el agua
Puerto Deseado descansa sobre la orilla de la ría Deseado, un afluente de agua salada que se interna en el continente más de 50 kilómetros. Uno de los visitantes más ilustres que ha tenido esta zona es Charles Darwin, que le dedicó las siguientes líneas: “No creo haber visto jamás un lugar más alejado del resto del mundo que esta grieta de rocas en medio de la inmensa llanura”. Esta característica del paisaje, más que un agraviante, se ha convertido en
un gran atractivo, ya que permite disfrutar y apreciar de la naturaleza en su estado más puro.
Recorrer las aguas de la ría es una de las primeras actividades imprescindibles en Puerto Desea- do. Los Vikingos, uno de los prestadores de la ciudad, nos brinda la oportunidad de subir a un semirrígido y adentrarnos en sus aguas. No hace falta navegar mucho para tener las primeras satisfacciones.
Las toninas son fáciles de encontrar y no tienen ningún pudor para acercarse al bote y nadar a la par nuestra. Por su parte, las aves también tienen su lugar destacado. En la costa de enfrente se encuentra la Barranca de los Cormoranes, en la que el bote se acerca hasta casi rozar la pared de piedra, todo para ver lo más cerca posible a los cormoranes y sus nidos, que descansan sobre el filo de las piedras. En total podemos divisar hasta cuatro tipos de estas aves, además de otras tantas en el camino, como gaviotines, gaviotas, albatros, petreles, ostreros y patos.
No muy lejos de ahí se encuentra una lobería, en la que se puede apreciar a escasos metros una gran cantidad de lobos marinos de un pelo. Aún así, el destino final del recorrido es la Isla de los Pájaros, un islote en el que de-