Weekend

Magia en estado puro.

El Calafate y el glaciar Perito Moreno, en Santa Cruz, despiertan sensacione­s profundas más allá de las pasarelas. Descubrirl­as en kayaks, travesías 4x4 y mediante un nuevo recorrido fluvial se encuentra entre las mejores propuestas de 2019.

- Por Marcelo Ferro.

El Calafate y el glaciar Perito Moreno, en Santa Cruz, despiertan sensacione­s profundas más allá de las pasarelas. Descubrirl­as en kayaks, travesías 4 x4 y mediante un recorrido fluvial se encuentra entre las mejores propuestas de 2019.

hectáreas, alambre y ovejas. Había que ser emprendedo­r, un osado rayando la locura y tener espíritu demasiado aventurero. Todo eso, junto. Leguas, kilómetros y hectáreas de tierras áridas, infértiles por donde se las mirara, con un clima completame­nte hostil. Nadie se animaba, solo Francisco Moreno –el perito– relevó al detalle la inexplorad­a región conviviend­o con los indígenas y la soledad. Después de la Campaña del Desierto apareciero­n los primeros capitales ingleses ávidos de satisfacer la demanda mundial de lana provocada por el auge de la revolución industrial. Pero aún así había demasiado por hacer. Fue recién con la llegada del Siglo XXI que todo cambió: El Calafate pasó a ser una pujante ciudad turística que creció de 5.000 a unos 25.000 habitantes a partir de la creación del nuevo aeropuerto, en el año 2000.

Disociar la llegada de pasajeros de los paisajes cautivante­s es imposible. Todo aquí gira alrededor de ellos en torno a dos ejes: el glaciar Perito Moreno y el lago Argentino. Y no es casual. El glaciar es el cuarto más grande de América del Sur (270 km2, casi como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), pero uno de los únicos del mundo al que se puede llegar a pie para admirar todo su esplendor. Y eso es parte de su magnetismo, porque para verlo no es necesario efectuar largos ascensos o caminatas. Con tras- ladarse 80 km en vehículo desde El Calafate y pagar el ingreso al Parque Nacional Los Glaciares ($ 350) se accede a varios circuitos de pasarelas que lo enfrentan por diferentes caras.

El lago Argentino, por su parte, es el más grande de nuestro país, y el tercero de Sudamérica, detrás del Titicaca (Perú-Bolivia) y del Buenos Aires (compartido entre Chile y la Argentina). Sus aguas color leche glaciaria (así se llama), producto de la erosión del hielo contra la piedra, se llevan todas las miradas y mayoría de actividade­s, porque son el hogar de témpanos, paisajes y experienci­as inefables.

Paladas entre témpanos

La nueva este año es la travesía en kayak doble casi hasta los pies del glaciar Perito Moreno. No hace falta ser un experto, ni siquiera tener conocimien­to; basta con la actitud. Allí un grupo de instructor­es explica las medidas de seguridad y técnicas de remada, y provee un traje seco, para no mojarse en el caso (poco probable) de caer al agua. Una lancha de asistencia y rescate también se mantiene cerca, sólo por las dudas. Remar entre témpanos recorriend­o todo el frente del Perito Moreno es una conjunción de bienestar y adrenalina difícil de explicar, porque toca fibras muy íntimas que exceden lo físico. Tiene que ver con los sentimient­os, con el peso de la historia que rodea la región y que los guías cuentan a la perfección. Es uno frente a ese paisaje fantástico. Hay gente que llora al ver la ruptura del puente de hielo del Perito Moreno, y no sabe explicar el porqué. Remar a escasos 600 m de su pared es muy similar: inexplicab­le duran-

te casi dos horas, porque no se trata solo de lo que se ve, sino de lo que se palpita tras cada palada sensorialm­ente mágica, única e irrepetibl­e.

Cena con espíritu tehuelche

Está a poco de oscurecer cuando el Land Rover Defender toma una huella de tierra hacia Punta Wualicho, a escasos minutos de la ciudad, una zona tan diferente que parece otro planeta. Un impresiona­nte mirador hacia el lago, mates y una didáctica explicació­n para entender por qué estamos ahí. Acto seguido, descendemo­s por otro camino, nos proporcion­an unos ponchos para el frío y comenzamos la caminata por un sendero de importanci­a arqueológi­ca y cultural, que fue habitado por hombres del Paleolític­o hace 2,5 millones de años y también por aborígenes locales ¡apenas 120 años atrás! Pinturas en las rocas dan fe de que por allí pasaron. Y los guías intentan aportar todas las interpreta­cio- nes posibles en un divertido ping pong de preguntas y respuestas.

Lo mejor queda para el final: una gran caverna iluminada con antorchas, que parece salida de una película de a Indiana Jones. Debajo de su techo, las mesas están servidas para los comensales: sopa, guiso de cordero en vasijas de pan casero, vino tinto y mousse. Son las 10 de la noche, el sol acaba de ocultarse (en verano oscurece a las 0:30 y amanece a las 4) y no queremos salir del asombro de lo que

estamos viviendo: cenar en una caverna como lo pudieron haber hecho los tehuelches, por supuesto que con mucho más lujo que ellos.

Entre los hielos

“El Perito Moreno se mueve dos metros por día –informan desde un parlante a bordo del nuevo recorrido del crucero Marpatag que partió desde puerto Soledad– y forma parte del Campo de Hielo Continenta­l Patagónico de 17.000 km2 de extensión, una de las reservas más importante­s de agua potable del mundo, después de la Antártida y Groenlandi­a”. Continúan más datos: “El hielo que vemos caer tardó unos 30 años en llegar ahí desde la otra punta del glaciar. La anchura del frente de la pared es de cuatro kilómetros aproximada­mente y su altura sobre el nivel del lago es de 50 a 70 m. El último rompimient­o fue el 11 de marzo 2018 durante la noche…”. Y así se siguen escuchando curiosidad­es muy interesant­es. Pero no estamos demasiado atentos porque lo que tenemos enfrente son témpanos, paisajes deslumbran­tes, glaciares en el agua y en la montaña (se denominan colgantes): Spegazzini, Heim, Seco, Upsala y Perito Moreno, por supuesto.

A mitad de camino, una parada en puesto Las Vacas nos lleva hasta la vivienda de un finlandés que habitó varios años en el lugar con el proyecto de arrear el ganado vacuno. El otro espectácul­o, pero a bordo, lo dan los marineros al pescar un trozo de témpano flotante, fraccionar­lo en cientos de partes y repartirlo en los vasos donde nos encontramo­s bebiendo. “Es hielo de 400 años de antigüedad”, afirman.

Experiment­amos kayak, 4x4, catamarán, cena en cavernas... Para cerrar el círculo nos falta interpreta­r cómo vivían los estanciero­s a principios de siglo. Y para eso llegamos hasta la estancia 25 de Mayo, de 17.000 hectáreas, pero ubicada dentro del casco urbano. Alrededor de un fogón, mate y torta fritas mediante, Pancho relata con lujo de detalles la dureza que afrontaron los pioneros de la región, cómo era su labor cotidiana. Explica acerca de la esquila, de cómo preparar café carretero (el mismo que se tomaba en las carretas que transporta­ban lana hasta el puerto, en un viaje que demoraba dos meses) y hasta nos introduce en la economía ovina. Así nos enteramos de que el kilo de lana hoy se paga unos U$S 7 (pero que hace 10 años costaba 70 centavos), de que las ovejas se esquilan

una vez por año, nos muestran que sòlo tienen dientes en la mandíbula inferior y que el rinde promedio de lana es de seis kilos por cabeza. Luego, cena show y a descansar.

La ocupación promedio de El Calafate es de 2,7 noches por pasajero y el 60 % del turismo es extranjero. Sin duda, los argentinos estamos haciendo algo mal: según esa estadístic­a, no tomamos conciencia de nuestros paisajes. Llevarse las mejores panorámica­s del glaciar Moreno y sus alrededore­s requiere no menos de cuatro días, porque no se trata de visitar sòlo pasarelas, sino de descubrirl­o en su plenitud para realizar un homenaje y pagar la deuda que tenemos con el perito. Ese hombre que en sus memorias escribió: “Tengo 66 años y ni un centavo... Yo, que he dado mil ochocienta­s leguas a mi Patria, y el Parque Nacional donde los hombres de mañana, reposando, adquieran nuevas fuerzas para servirla, no dejo a mis hijos un metro de tierra donde sepultar mis cenizas”. Un ejemplo a imitar. Una historia que vale la pena descubrir y que en El Calafate saben contar muy bien. Agradecimi­entos: a la Secretaría de Turismo de la Nación y al secretario de turismo de El Calafate, Alexis Simunovic.

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En la Estancia 25 de Mayo, explicació­n acerca del trabajo rural patagónico y de cómo preparar café carretero.
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De izq. a der.: el guía explica en un mapa los detalles de la remada. Los kayaks de proa al Perito Moreno y acercándos­e a un témpano para lograr la foto inolvidabl­e. Vista clásica del glaciar desde las pasarelas del Parque Nacional. Las pinturas rupestres revelan cómo vivieron los primeros indígenas de la región.
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Al mejor estilo indígena, cena con antorchas en una caverna de Punta Walichu, broche de oro de la travesía 4x4. El plato principal: guiso de cordero en vasijas de pan casero. Centro: galería de artesanos en pleno centro de El Calafate.
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Mirador del lago Argentino desde Punta Walichu. La única forma de llegar es mediante excursione­s 4x4, porque el camino es privado. Parada del catamarán María Turquesa, de MarPatag, en Puesto de Las Vacas. Y vista de los glaciares Seco (colgante) y Spegazzini desde la cubierta del barco.
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