Weekend

Hacia la tierra de los volcanes.

Alcanzamos el bello Campo de Piedra Pómez catamarque­ño atravesand­o pequeños parajes y arenosas huellas desdibujad­as.

- Por Marcelo Lusianzoff.

Alcanzamos el bello Campo de Piedra Pómez catamarque­ño tras atravesar pequeños parajes y arenosas huellas desdibujad­as.

El Campo de Piedra Pómez, u n a e x t ensa sup er f ic ie blanquecin­a de la Puna catamarque­ña, está formado de material volcánico expulsado por el volcán Robledo. A l ser tallado por los vientos, exhibe curiosas figuras de singular atractivo en la zona. Llegar hasta allí ahora no es tan difícil como antaño, cuando la RP 43 todavía era una angosta y larga carretera llena de cruces de ríos, muchos serruchos y peligrosas piedrecill­as que amenazaban las cubiertas a lo largo de su recorrido. La idea era llegar hasta allí pero tratando de recorrer lo más posible por caminos no principale­s y –como nos gusta–, sin asfalto. Si lo podíamos hacer por huella difícil y divertida, ¿por qué hacerlo fácil?

Con paso riojano

Al salir de Capilla del Monte, Córdoba, atravesamo­s las serranías centrales y continuamo­s un tramo por la Ruta 38 para llegar a Olta y Loma Blanca, donde asesinaron al caudillo riojano Chacho Peñaloza. El lugar histórico y la recreación del rancho donde se dio ese trágico suceso, merecen un alto. Pero enseguida volvemos

a la tierra y, luego de visitar la zona de morteros a orillas del río, bordeamos por la huella de tierra colorada el dique de Olta. Las lluvias del día anterior nos depararon una sorpresa: ríos crecidos. Nunca hay que arriesgar los vehículos. Ceci, vara en mano, se metió en el agua para comprobar su altura. Debimos esperar un rato a que bajara. Cuando la altura fue convenient­e, uno a uno los vehículos de la caravana superaron los vados.

Desviamos de la huella principal para llegar a la Posta del Cóndor, allí nos esperarían con unos chivitos, pero jamás supusieron que llegaríamo­s debido a la crecida del río. Así que al llegar, recién fueron puestos a asar. La visita a un cóndor que está en recuperaci­ón y unos salames de la colonia con pan casero caliente acortaron la espera. La tarde noche nos encontró en Fiambalá, provincia de Catamarca. Un relajante baño en sus termas, enclavadas en el oscuro faldeo rocoso de la montaña, amenizado con charlas sobre los sucesos del día, fueron el preludio de los dos días de aventuras que comenzaría­n al día siguiente.

Apenas amaneció, partimos con rumbo Norte. Allí nomás el piso se transformó en suelo are-

noso. Las Dunas de Tatón, reconocida­s ya mundialmen­te por el renegar de los pilotos del Dakar para superarlas, afloran a cada lado de la caravana. Avanzamos por el desértico paisaje. Un golpe de color verde anunció al paraje Palo Blanco, que también queda atrás. Nos fuimos acercando al cordón montañoso que parece aflorar súbitament­e desde la ro- jiza planicie. La ruta se abre perdiéndos­e en sendas quebradas y tomamos por la izquierda. La huella se fue haciendo más estrecha a medida que los kilómetros pasaban. Comenzamos a acompañar el cauce, que a veces era camino y en otras lo atravesamo­s de lado a lado. Perdimos la cuenta de cuántas veces lo hicimos. La piedra dio paso a la arena, cada vez más blanda. La camioneta más pequeña de la caravana quedó atrapada al comenzar una pequeña subida, y debimos eslingarla. Avanzamos abriéndono­s paso en la arena, que se empeñaba en tratar de frenar su marcha. De repente, un colorido caserío se asomó en una loma: era La Papas. La gente y su autoridad nos recibieron. Las camionetas abrieron sus cajas: materiales didácticos, ropa y otras ayudas queda ron a l l í, como colaboraci­ón a esta gente que vive en tan inhóspito lugar. La conversaci­ón con los agradecido­s lugareños fue agradable pero el día era largo, podía complicars­e y debimos seguir.

Dibujos en el horizonte

Adelante vimos una huella que trepa la montaña, como un fina cuerda que se desenrolla sobre su ladera. ¡Es nuestro camino! Las camionetas comenzaron a trepar en un suelo ahora firme y desde la agosta huella teníamos una visión general desde las alturas. Luego de unos kilómetros, un rancho abandonado sirvió para el desayuno de campo. Repuestos, seguimos adelante: subidas y bajadas, quebradas y trepadas se alternaron. La altura no fue tanta, un poco más de 2.500 msnm y los motores todavía tenían buen desenvolvi­miento. Más tarde, el camino descendió por el lomo de la montaña nuevamente al cauce del río. Por casi 12 km desandamos esquivando piedras, hasta que el paisaje nuevamente se abrió y tomó un color netamente blanquecin­o.

Una cresta rocosa y blanquecin­a se elevó frente a nosotros, parecía un cerro más pero no, era la pared exterior, la corona, del volcán Robledo, autor del paisaje, merced a cuya explosión y flujo piroclásti­co

quedó como huella indeleble el Campo de Piedra Pómez, excusa de nuestra salida. Atravesamo­s el casi blanco páramo y comenzamos a ascender la cuesta, hasta llegar a la cima de la pared donde alcanzamos más de 4.000 msnm. Descendimo­s al interior del cráter y nos detuvimos mintras la cresta nos rodeaba en 360º. Avanzamos a través de la huella finamente marcada unos cuatro kilómetros sobre la superficie del amplio cráter, hasta que una nueva subida nos indicó que era momento de trepar su cara interna. Y así lo hicimos.

El paisaje fue abrumador por su inmensidad y colores. A la izquierda se adivinaban los picos nevados de los Andes al filo del cielo, como si una nube negra de tormenta se hubiera posado mansamente sobre el arenal. Al frente, los negros de Antofagast­a y el trunco Carachi Pampa; a la derecha, un mar de olas de arena finamente tiznada que finaliza en la claridad de nuestro destino, casi un espejismo.

Mar de arena

Desviamos el rumbo hacia el Este. Una pequeña laguna con un mirador natural fue la excusa para el picnic de altura. Las agujas del reloj avanzaban inexorable­s. Montamos las camionetas y seguimos andando. La caravana parecía navegar en un mar de olas gelatinosa­s que subían y bajaban: sus techos aparecían y desaparecí­an según estén en su cresta o en la base. Algunas lomas mayores se resistiero­n a ser conquistad­as por la caravana. Una Ram patinó y no pudo subir la pequeña loma: hubo que bajarle la presión de los neumáticos y, finalmente, lo logró.

Avanzamos metro a metro y cuando el sol fue acercándos­e al horizonte, llegamos aloque parecía una ciudad futurístic­a, fantasma, con torres, callejuela­s sinuosas y miradores: el núcleo del Campo de Piedra Pómez. Utilizando huellas precedente­s (para no dañar tanta hermosura) ingresamos unos metros. Extasiados con el paisaje no dejamos de sacar fotografía­s. Lo habíamos logrado. Por suerte, nuestro bello e inhóspito NOA tiene muchas más aventura por ofrecer.

DATOS UTILES: www.caravanasv­iviryviaja­r.com.ar, @caravanasv­iviryviaja­r, infocarava­nas@gmail.com i

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 ??  ?? Disfrutndo de la vista panorámica hacia el Oeste y de los vehículos de la caravana en la hoyada bicolor.
Disfrutndo de la vista panorámica hacia el Oeste y de los vehículos de la caravana en la hoyada bicolor.
 ??  ?? Ceci en la cima de una de las torres del Campo de Piedra Pómez. El paisaje es sobrecoged­or y parece de otro planeta.
Ceci en la cima de una de las torres del Campo de Piedra Pómez. El paisaje es sobrecoged­or y parece de otro planeta.
 ??  ?? En el trayecto hasta Las Papas se atraviesa múltiples veces el arroyo de la imagen, uno de los afluentes del río Fiambalá.
En el trayecto hasta Las Papas se atraviesa múltiples veces el arroyo de la imagen, uno de los afluentes del río Fiambalá.
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Arriba.:la caravana ya traspasó el volcán Blanco y se acerca a la laguna Escondida. Izq.: Ceci mide el caudal del río. Centro: merienda en un viejo refugio de veraneo. Der.: huella hecha por los habitantes de Las Papas hacia Antofagast­a.
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Arriba izq.: navegando en un mar de arena cubierto de ceniza volcánica. Der.: el arenal detuvo el andar de la más peque. Eslinga y afuera. Centro: Refugio de los Cóndores, ave recuperada y pronto a ser liberada.
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