Weekend

El final de la Ruta de la Seda marcó tantas peripecias para el ciclista como las que lo llevaron hasta allí.

La travesía que comenzó en Alicante casi siete meses antes llegó a su fin tras recorrer 14.000 km y unir España con China. Cuáles fueron los mayores peligros en este último país.

- Textos y fotos: GABRIEL DUARTE ERRANDONEA

La última noche, a muy pocos kilómetros de la frontera con China y en la soledad de mi carpa, repasé mentalment­e el viaje y todos los lugares por donde había pasado. Pretendía comparar las emociones que sentí al planificar y las que sentía en este momento. La felicidad mezclada con los nervios de haber llegado hasta allí en mi bicicleta no me dejó dormir, pero me sentía en paz conmigo mismo y eso lo eclipsaba todo. El punto elegido para descansar fue un par de kilómetros antes del último pueblo kir

guis, y lo hice acompañado de otros dos ciclistas alemanes, de los cuales a uno había cruzado en Macedonia cinco meses atrás.

El paso hacia China fue de todo menos placentero. Entrar por este lado del mundo significa hacerlo a través de la conflictiv­a provincia de Xinjiang, y ya en la frontera tuvimos problemas: imposible ingresar en bicicleta por acá, y menos con una perra. Nos obligaron a tomar un taxi hasta Ulugqat, distante unos 150 km, y poner las bicis en un camión que debería haber llegado junto con nosotros. Tal cosa no pasó y, entre idas y vueltas, terminamos en un patrullero a las dos de la mañana buscando el camión en un gran estacionam­iento dentro del complejo aduanero para recuperar nuestras cosas.

Un hotel muy raro

Esa noche finalizó en un hotel a las tres de la madrugada, al cual nos llevó la policía y donde nos recibieron los anfitrione­s con chalecos antibalas, cascos y demás elementos de seguridad impropios para la recepcion de un hotel. Al siguiente día nos encontrarí­amos con una ciudad completame­nte protegida y tomada por la policía y los militares,

una situación más propia de un país en guerra que de uno como éste. Hay que recordar que la provincia de Xinjiang, antiguo Turkestán, fue usurpada por China hace más de dos siglos y en los últimos años se recrudecie­ron los ideales independen­tistas de su poblacion local, la etnia uigur. Las diferencia­s religiosas y un combo de situacione­s transforma­n a la región más grande de este país en un lugar en donde el gobierno invierte en seguridad más que, por ejemplo, los Estados Unidos en toda su seguridad interior.

Como consecuenc­ia del maltrato al que nos vimos sometidos por la policía y la negación de poder llamar a nuestras respectiva­s embajadas, mis amigos decidieron al otro día volver atrás, de vuelta a Kirguistán, y continuar su ruta por otro lado. En cuanto a mí, y conociendo este país por un viaje anterior, decidí seguir adelante a pesar de estar advertido por otros ciclistas de lo que me esperaba.

Mi primer objetivo era Kashgar, mítica ciudad de la Ruta de la Seda, en la que estaría tres días asimilando y obteniendo informació­n sobre lo que me esperaba en el camino. Vale decir que entre Ulugqat y Kashgar hay 100 km de distancia, y que nunca me sentí tan observado y controlado como allí. Más de

Una de las cosas más raras que me pasó en China fue que los recepcioni­stas del hotel me recibieran con cascos y chalecos antibalas. Más que un turista parecía un preso político. Después me enteré de que su población intenta independiz­arse y hay custodia policial”.

ocho puntos de control a lo largo de la ruta, en el que algunos eran casi interrogat­orios con revisado y borrado de la cámara de fotos incluida, y seguimient­o de un patrullero durante kilómetros para evitar que tuviera contacto con la gente, por no mencionar el sinfín de cámaras de seguridad puestas a discreción kilómetro tras kilómetro.

Ni hablar de intentar acampar allí, ya que era imposible, por lo que hice ese tramo en una sola jornada. Llegar a Kashgar fue casi una bendición. A las puertas del desierto de Tamaklán mi ruta continuó por el norte bordeando este gigantesco mar de arena. La soledad solo la rompían las manadas de camellos, los grandes parques eólicos, y algún que otro pueblo cada muchos kilómetros que me permitían pertrechar­me de agua y alimentos, y aunque los controles policiales continuaba­n, de a poco se fueron relajando y me facilitaro­n disfrutar más de esta parte de China.

A la policía de acá ya no le interesaba tanto saber en dónde dormía, así que contaba con su beneplácit­o para acampar cada noche, aunque siempre con la disimulada observació­n de que me alejase de los núcleos urbanos y evitase tener contacto con la población local.

Esta parte de China es la más calurosa del país, y así lo atestigua su punto más caliente ubicado acá, en Turfán, concretame­nte en las afueras de esta ciudad oasis, en donde las montañas flameantes no hace mucho registraro­n 66 ºC, lo que transforma a este sitio en uno de los más calientes del planeta. Cada tarde al caer el sol mi lugar de pernocte eran los pequeños puentes que hay cada 200 m debajo de la ruta para que corra el agua en época de lluvia. Allí pasaba noches muy tranquilas a pesar del tráfico que corría encima de mi cabeza.

Visado a punto de vencer

En la última ciudad de esta provincia, llamada Kumul, y con la satisfacci­ón de haberla cruzado a pesar de las dificultad­es, no tuve más opción que subirme a un tren para llegar a la siguiente capital: Lanzhou, el lugar más cercano que tenía para intentar extender mi visado, y al cual no me daban los tiempos para llegar en bicicleta. No sin algunos problemas, siete días más tarde volvería nuevamente a la ruta para encarar los 600 km que me separaban de Xian, el otro extremo de la Ruta de la Seda, ciudad amurallada, llena de historia y muy cercana al famoso enclave que alberga el mausoleo de Qin Shi Huang, donde se encuentra el Ejército de Terracota, descubiert­o por casualidad en la década del ‘70.

A partir de Lanzhou el clima cambió, y de las agradables temperatur­as del desierto pasé de a poco al frío otoñal más propio de estas latitudes y de la época. Los primeros días de noviembre son el preludio del invierno, y al frío hubo que sumarle la lluvia, por lo que había días que deseaba una ducha y una cama caliente, que sabía que no estarían al terminar el día. Con el odómetro pasando los 14.000 kilometros, el cuerpo sentía los rigores de la magnitud del viaje, aunque interiorme­nte no quería que esto se terminase.

Doscientos veintiún días después de salir de Alicante y en una jornada con el cielo nublado y la temperatur­a cercana a los 0 ºC, Pekín me estaba esperando con su aire de gran ciudad y su indiferenc­ia que me hacía sentir insignific­ante. La entrada fue tranquila, entretenid­a y relajada. La satisfació­n de haber cumplido un objetivo semejante y la sensación de grandeza que inunda en un momento así es incomparab­le. Me fue imposible entrar a la plaza de Tiananmen o parar frente a ella a sacarme una foto con la bicicleta. La severidad de la policía prohibe tales cosas, por lo que tuve que conformarm­e con hacerme una foto a la pasada. No importaba, estaba allí junto a ella, mi fiel compañera. Habíamos dejado medio mundo atrás. Imaginé que me escuchaba, así que le susurré: “¡Lo hicimos!”. Nada fue más importante en ese momento.

Pekín es una gran ciudad, pero lejos de ser amigable, su gente te trata con indiferenc­ia. A tal punto que por cuestiones políticas la policía no permite sacarte fotos. Tuve que resignar la mía con la bici en la plaza de Tiananmen”.

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 ??  ?? Monumento a la Ruta de la Seda en Xian, ícono representa­tivo de tan largo viaje. Derecha: impresiona­nte torre del campanario en Xian.
Monumento a la Ruta de la Seda en Xian, ícono representa­tivo de tan largo viaje. Derecha: impresiona­nte torre del campanario en Xian.
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 ??  ?? Ultimo campamento en Kirguistán antes de entrar en China. Otros aventurero­s también se lanzaron a recorrer el mundo en bike.
Ultimo campamento en Kirguistán antes de entrar en China. Otros aventurero­s también se lanzaron a recorrer el mundo en bike.
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 ??  ?? En el desierto de Tamaklán, los camélidos eran mi única compañía. Centro: un descanso en una parada de colectivo antes de llegar a Pekín.
En el desierto de Tamaklán, los camélidos eran mi única compañía. Centro: un descanso en una parada de colectivo antes de llegar a Pekín.
 ??  ?? Llegada a Pekín, fin del viaje, objetivo cumplido: 14.000 km y medio mundo recorrido quedaban atrás.
Llegada a Pekín, fin del viaje, objetivo cumplido: 14.000 km y medio mundo recorrido quedaban atrás.
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