El San Juan menos conocido.
Un corto itinerario que se extiende por ambas orillas del río Los Patos, desde Barreal a Calingasta, en tierras sanjuaninas cercanas a la precordillera.
Un corto itinerario que se extiende por ambas orillas del río Los Patos, desde Barreal a Calingasta, en tierras sanjuaninas cercanas a la precordillera.
Tierras de jesuitas y de huarpes, de ríos y viñedos, de cerros majestuosos y fincas históricas, de placeres y aventuras, de pueblos precordilleranos que encierran un ramillete de atractivos donde todo es pasado y presente, constituyendo un interesante circuito que se extiende sobre ambas orillas del río Los Patos, bien apto para disfrutar y
descubrir recorriendo muy pocos kilómetros a lo largo de esta pintoresca región sanjuanina.
Partimos desde el apacible pueblo de Barreal, donde asoma uno de los valles más sugestivos de la provincia. Entre hileras de álamos y el rumor del agua cristalina que corre por las acequias, este poblado brinda el ritmo ideal para olvidarse del mundo por unos días. A lo lejos, el cerro Mercedario –con sus 6.770 metros– asoma como un perfecto vigía. Desde Roca, la calle principal, vamos dando con la céntrica plaza San Martín y la capilla Jesús de la Buena Esperanza que alberga un Cristo de madera tallada, curiosamente sentado en un rincón del templo. Sobre esta arteria discurre todo: supermercados, restaurantes, bancos y locales
comerciales; y a pocas cuadras, sorprende la calle de los enamorados con sus cautivantes leyendas.
Barreal es epicentro para excursiones por el valle calingastino y, más lejos aún, para alguna travesía en 4x4 hasta el puente de Las Hornillas, sitio preciado por los pescadores de truchas en el cauce de Los Patos. Culmina lo urbano y la avenida Roca desemboca en la ruta 149 que atraviesa interminables chacras repletas de nogales, membrillos y manzanos, ofreciendo un agradable entorno de sensaciones. También se alinean los complejos de cabañas para disfrutar de buenas estadías y descansos entre abundante paz y tupida naturaleza.
Imperdibles
Dejando atrás el pueblo, rumbo norte ya es casa distancia, llegamos a dos sitios que no deben perderse, uno casi frente a otro y a la vera del camino. A mano izquierda, las ruinas de Hilario estampan sus huellas de antaño. Forman parte del primer yacimiento minero del país y, por su importancia, fueron declaradas monumento histórico nacional. Quedan pocos vestigios de este complejo construido a mediados del siglo XIX. Aún pueden verse algunos cimientos y paredes de viviendas y de la fundición de metales. Lo instaló Sarmiento cuando fue gobernador de San Juan, entre 1862 y 1864, pero duró unos pocos años por falta de capitales y tecnología, cayendo luego en un eterno abandono.
Frente a las ruinas, algunos metros más allá, está el acceso al cerro El Alcázar. Ingresamos con el vehículo y en sólo un par de curvas nos encontramos con una sorprendente formación rocosa. Increíble, naturalmente espectacular. Un lugar que por su belleza y por lo imponente de su fisonomía impacta de inmediato. Su gigantesco formato de herradura, sus colores blanquecinos (que van cambiando con el correr de las horas) y sus colosales siluetas de piedra erosionadas por el viento y las lluvias, atraen a primera vista.
Este sistema rocoso pertenece a la precordillera y está compuesto por bloques sedimentarios de la época triásica, cuya edad oscila entre 230 y 190 millones de años. “Su nombre se debe a la similitud que