Weekend

Malvinas. Viaje a la tierra de los héroes.

Cuando tenía siete años, el autor de la travesía convivió con los soldados argentinos en Chubut. Y 26 años después los homenajeó en las islas.

- Por Aldo Rivero.

Cuando tenía siete años, el autor de la travesía convivió con los soldados argentinos en Chubut. Y 26 años después los homenajeó en las islas.

Germán vivió la Guerra de Malvinas desde cerca: en su Comodoro Rivadavia natal, frente al colegio Perito Moreno, establecim­iento que albergó soldados de todo el país con destino a Malvinas que en los ratos libres se cruzaban hasta su casa y charlaban con él. Llegó el 2

de Abril y fueron a pelear por nuestras islas. Al continente llegaban noticias mezcladas, pero a la alegría original le fue ganando la pesadumbre cuando esos mismos colimbas volvían heridos y cansados al hospital regional: una imagen que a Germán Stoessel, de apenas siete años, le quedó grabada.

Como en muchos de nosotros, la bici forma parte de la vida de Germán, quien la hace su medio de transporte diario. Pasaron los años y la imagen de esos colimbas retornaba, y cuando pedaleaba cerca del mar la mirada se le iba hacia el este buscando las islas que están a solo 800 km. Y un día hizo el clic: de alguna manera tenía que rendir su tributo personal, e iba a ser en bici. Tranquilo le empezó a dar forma a su proyecto porque tenía que ser nacional en su esencia. El primer paso era la bicicleta, y las referencia­s de las MTB de bambú de Malon Bikes eran impecables. Qué mejor que arrancar con una bicicleta armada en Rosario, con mecanizado­s de Tucumán y bambú de la selva misionera.

Sorpresa y media

El día que la bicicleta llegó empaquetad­a a su taller marcó un punto de inflexión en su proyecto, no solo por el comienzo del armado sino que se comunicó con Malon Bikes para transferir­le el monto adeudado... y le dijeron que ellos también querían participar de este homejaje donando el cuadro. Aún no se daba cuenta de las implicanci­as de su proyecto. De la misma for ma se suma ron todos los

mencionado­s en el recuadro de equipos (última página).

Con la bici armada y testeos previos, el estado físico no era problema para Germán, ya que entrenaba y competía en un clima similar, acostumbra­do a los vientos fuertes del sur. Marzo de 2018 fue la fecha elegida. Partió en micro hacia Río Gallegos para tomar el vuelo de Latam. Irónicamen­te, tardó más en el micro que en el vuelo que en 90 minutos lo dejó en la base militar Mount Pleasant.

Ni bien aterrizó, armó la bicicleta y en media hora estaba partiendo con sentimient­os encontrado­s hacia el lugar que tantas veces había soñado. Malvinas lo recibió con su autenticid­ad: viento y más viento para esos primeros 60 km hasta Puerto Argentino. El domingo lo tomó como turista: pedaleó solo 25 km por Puerto Argentino, fue a misa y recorrió el viejo faro y las hermosas playas de Gipsy Cove. En las cercanías del viejo aeropuerto aún existen campos minados, debidament­e señalizado­s, a los que, lógicament­e, ni se aproximó. Como

luego volvería, lo tomó como un adelanto para el explorer posterior.

El plan original era visitar el Cementerio de Darwin, a casi 100 km, pero sabiendo que no iba a retornar en el día fue a avisar a la policía que circularía por la ruta (como no hay tráfico los lugareños viajan muy fuerte). Allí se suscitó el único entredicho del viaje con uno de los integrante­s de la fuerza, que prácticame­nte lo interrogó del por qué estaba allí, pero uno de los compañeros intercedió y no hubo mayor problema.

Camino a Darwin

Tal cual esperaba, el viaje fue duro por el viento, lo que se vio reflejado en las 6 h 42’ de pedaleo. Por suerte, encontró un galpón abandonado donde pudo prender fuego, almorzar y reponer fuerzas. La pérdida de energía por la lucha contra el viento y el frío era notoria y no podía darse el lujo de quedarse sin pilas en el comienzo del viaje.

“Llegar al cementerio era el objetivo, y al abrir la tranquerit­a de acceso me invadió la emoción. Cada tumba tiene a un protagonis­ta de nuestra historia reciente, un soldado, un héroe”. Y cuando después de un extenuante día en lo físico y en lo emocional buscaba lugar para acampar en Puerto Darwin (6 km), un nativo de las islas Canarias radicado allá lo invitó a dormir en su casa. Al día siguiente, por suerte despejado, volvió al cementerio y también recorrió Pradera del Ganso, al sur de Puerto Darwin (6 km), y luego enfiló con rumbo norte hacia Puerto San Carlos. El camino de ripio consolidad­o estaba en buen estado y con muchas subidas, lo que lo obligaba a ir jugando con los cambios, pero el convidado de piedra era el clásico viento, por lo cual en algunos tramos debía apilarse para ofrecer menos resistenci­a.

Al llegar a San Carlos se encontró con un isleño –Matthew MacMullen–, quien a pesar de mostrar marcadas diferencia­s se comportó como un caballero y finalmente le dio alojamient­o con la frase en español: “Mi casa es su casa”. Por la mañana siguiente el kelper se había ido a trabajar y le había dejado el desayuno preparado. Después de cargar la bici, Germán recorrió el Puerto San Carlos, un sitio omnipresen­te en su mente por tantos videos vistos.

El rumbo de ese día era hacia el este, y el cielo no se mostraba amistoso para el tramo a recorrer: 120 km. Tranquilo y constante pasaron Blue Beach y Elephant Beach hasta Caleta Trullo (Teal Inlet), donde viven muy pocas personas. Allí, al reparo de los restos de un Unimog de nuestro ejército se preparó una sopa caliente. La historia se le aparecía constantem­ente, como cuando vio a metros del camino –en Monte Kent– la turbina de un helicópter­o Chinook caído. Y si el día no se había presentado bien, terminó peor: pedaleando los últimos 20 km desde Monte Harriet bajo una lluvia torrencial para llegar a Puerto Argentino completame­nte empapado.

A partir de ahí, hospedado en un hostel y con la bici más liviana ya que luego retornaría allí, recorrió los históricos campos de batalla de Monte Harriet, Sapper Hill, Moody Brook y Monte L ongdon. Para llegar a este último la senda estaba destrozada, pero con técnica y buen estado físico pudo pedalear hasta la cumbre. Tanto le pegó este luga r que a l día siguiente retornó, y lo subió a pie, almorzó un risotto y se pegó una siesta hasta que el vuelo de un Eurofighte­r lo despertó.

El último día parecía ser perfecto y terminó igual cuando una familia de Moody Brook lo invitó a tomar el té. Restaba un próximo amanecer, el que Germán desandaría los 60 km hasta el aeropuerto, donde un quilmeño que trabajaba allí le había guardado el bolso portabici. El desarme fue cuestión de minutos y antes de que pudiera darse cuenta ya iba rumbo al avión con el placer de haber realizado su homenaje personal a nuestros soldados. Pero faltaba un inesperado broche de oro: ya con el avión en vuelo y aún las islas a la vista, se puso a charlar con su compañero de asiento... que resultó ser un veterano de Malvinas. Las coincidenc­ias no existen...

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 ??  ?? Palancas grabadas a mano: “O juremos con gloria morir”.
Palancas grabadas a mano: “O juremos con gloria morir”.
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De izq. a der.: un paisaje que pocos conocen, la hermosa playa Rompientes en las inmediacio­nes de Puerto Argentino; en las cercanías del antiguo aeropuerto aún existen campos minados con su debida señalizaci­ón; místico faro en cabo San Felipe. Izq.: cementerio Argentino en Darwin. Abajo: restos de un helicópter­o Chinook del Ejército Argentino en Monte Kent.
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Arriba: Germán Stoessel pedaleando rumbo a Darwin, con viento y llovizna constante. Der.: en las inmediacio­nes de Mount Pleasant, unos mates para combatir el frío. Izq.: la bici de bambú a full de equipo en Puerto Argentino, el día de la llegada.
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