Perdices difíciles demarcar.
Los pastos altos de la zona de Labardén determinaron el inicio de la temporada de caza. Fundamental, un buen perro.
Los pastos altos de la zona de Labardén determinaron nuestro inicio de la temporada de caza. Fundamental, un buen perro.
Después de casi 10 meses de espera, inicié la tan ansiada temporada de caza menor 2 019. Pa ra sab er cómo venían los campos y los cupos, previamente estuve en contacto con Mónica Rodríguez, directora de Flora y Fauna de la Provincia de Buenos Aires, y con Adriana Richi, directora del Organismo Provincial para el Desarrollo Sustentable (más conocido por sus siglas O.P.D.S.), quienes me anticiparon que las fechas habilitadas serían del 4 de mayo al 4 de agosto, y los cupos de 10 liebres, seis perdices y seis patos (eran 10 el año pasado) por cazador/día, tal como lo publicamos en el mapa interactivo de
zonas junto al reglamento completo (disponible en www.bit.ly/REGLAMENTOCAZA2019). Pero además hay otra novedad: la caza de vizcachas queda vedada todo el año y solo se puede realizar con autorización especial de Fauna.
En cuanto a las perdices, que en esta ocasión era lo que íbamos a buscar, los censos realizados por los biólogos del O.P.D.S. arrojaron que en las transectas había ejemplares en cantidad suficiente, aunque más pequeños que el año pasado. En el mismo sentido, debido a que la provincia había recibido buena cantidad de sol y lluvia durante el verano, y al no llegar todavía las heladas, los pastos estaban altos y verdes, lo
que dificultaría la caminata y la marca de los perros.
Con estos datos en la mente, me reuní con Daniel Callisto para que, en esta oportunidad, hiciéramos una salida comparativa individual el mismo día pero en dos zonas diferentes, separadas casi 300 km una de la otra. De esta forma tendríamos más precisiones y certezas de cómo venía el inicio de la temporada: él en Tapalqué (ver página 100) y yo en Labardén, con mi perro
Folk, donde me esperaba Mario Pacheco para hacerme de segundo tirador, y Sofía Leonelli que sería la fotógrafa de la jornada.
Al igual que Callisto a su destino, llegué al mío la noche anterior para descansar y aceitar tranqueras en la casa de Juan Carlos y de Betty, quienes me alojan desde hace años. A la mañana siguiente, bien descansado, Mario me pasó a buscar con su camioneta. A las 8:30 estaba nublado, con algo de viento, mucha humedad y una temperatura de 14 °C.
Camino al campo
Cargamos a Folk, las armas y salimos. En esta oportunidad utilizamos dos escopetas 12/70 –una superpuesta y otra de un caño– con cartuchos de 28 y 32 g, ambos en munición 7 por si el viento aumentaba. Desde el vehículo veíamos que los cuadros tenían pastura todavía verde, así que elegimos el de pastos más bajos, de unos 40 cm de longitud. Nos colocamos las botas, el chaleco, tomamos las armas, bajamos de su jaula de transporte a mi perro, le coloqué su collar electrónico con el solo fin de tenerlo un poco más cerca en su primera salida del año (la ansiedad le podía jugar una mala pasada porque la altura de las pasturas en muchos lugares lo superaba) y, apenas pasamos el alambrado, ya había hecho su primera marca. Así que cargamos las escopetas, nos acercamos sigilosamente y ahí nomás salió la primera perdiz que abatí con gran sentimiento cazador.
El pasto húmedo estaba tan verde y abultado que, de no haber tenido perro, hubiera sido imposible localizar el ejemplar caído. Una observación import a nte pa ra ev it a r accidentes es que como estos campos son de pastoreo, la hacienda deja marcada sus pisadas, lo cual hace que desplazarse sobre un piso totalmente desparejo sea dificultoso. El lado positivo: por suerte no tuvimos mosquitos.